La normalidad de la anormalidad

La normalidad de la anormalidad

Este trastocar de los comportamientos entre nosotros, a esta altura de los acontecimientos, asombra a muy pocos por no decir a nadie. Es que, dicho de otro modo, “hemos convertido en ley, el hábito malsano de no respetarla”.

A un punto tal, que en nuestro caso específico se constituye en un verdadero dilema, el hecho de sentirnos obligados a comentar de una manera crítica, el hecho contenido en una información que fuimos nosotros quienes la difundimos. Se trata del incendio de lo que habría sido inicialmente un “depósito de ramas” resultado de la poda de la frondosa arboleda que enorgullece a Villa Elisa. La misma que, a la vez por contrate viene a señalar una grave e incomprensible falencia, en la mayor parte de ciudades y pueblos no solo de nuestro Departamento Colón, sino de la provincia.

Ese siniestro al que mencionábamos más arriba, acontecido hace pocos días, se lo habría provocado “adrede”, por autores desconocidos de mentalidad aviesa, mediante la quema de cubiertas de vehículos, que sirvieron para que llamas y humo se extendieran. Pero lo que nos comenzó por causar extrañeza, es lo que derivó después en estas consideraciones, consecuencia de la explicación del contexto de lo sucedido, contenido en esa nota, por la que se aludía el hecho de que un terreno destinado inicialmente a ser utilizado como “depósito de ramas”, se habría transformado con el correr del tiempo – si no lo fue así en forma originaria- en “basural a cielo abierto” que contiene todo tipo de residuos sólidos urbanos, que funciona en forma paralela al vertedero municipal “modelo” habilitado hace años”.

Quiere ello decir que en esa localidad a la que con justicia se designa como “ciudad jardín”, existen dos tipos de “basureros”. Dicho de este modo porque nos resulta incómodo llamar “basural”, al que se señala como “modelo”, y que descripto de una manera pretenciosamente aséptica, habría que designar como “planta de clasificación y tratamiento de residuos domiciliarios y afines”, con excepción claro está, de los hospitalarios. Y que existe junto a ese otro, que evidentemente llena todos los requisitos para que se señale como tal.

Una circunstancia que nos obliga a decir que los elisenses, tienen mucha suerte. Aunque parezca extraña nuestra afirmación, ya que la mayor parte de las localidades de nuestra provincia dan la impresión de estar sembradas de basurales. No solo en el caso de aquellos que se los pueden ver en una dramática mixtura, entremezclados con las viviendas precarias de los denominados barrios de emergencia –ese nombre con el que queremos sepultar la culpa colectiva ante lo que en verdad en su mayoría siguen siendo “villas miseria”-, sino también presente en una zona céntrica de esas localidades, donde a algún vecino le resulta cómodo desprenderse de toda clase de desperdicios, ya en el baldío de al lado o en el de la esquina. Y sin contar las incompresibles “excursiones”, las que son inclusive rutinarias, en las que se asiste a la circunstancia que el habitual “paseo familiar semanal en automóvil” incluya recorrer los alrededores, a medias campestre, de cada poblado, para culminar arrojando la basura que llevaban en el baúl, “en su basural privado”, al que cabría designar de ese modo, por espiraciones generalmente fallidas de exclusividad.

Ya que si es cierto que “los cantores se conocen por la tonada” también lo es que en todo lugar donde alguien tira su propia basura, existe un indefinido número de quienes se muestran como sus imitadores. Y es aquí donde se hace presente una falencia grave de todas las municipalidades. Para la cual la única solución permanente se encuentra en la educación; aunque hasta que la misma se haga carne en los vecinos, exige de un permanente control y la subsiguiente detección de los infractores, por parte de los funcionarios municipales.

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