Lucy Cantero, la de tierra y animales para todos

Lucy Cantero, la de tierra y animales para todos

En estos días, se supo de la muerte de Lucía Jara de Cantero. Para honrar la vida de quien fuera una de las grandes mujeres luchadoras del Neuquén, reproducimos aquí una nota de Rubén Boggi y Pepe Delloro, publicada el 14 de agosto de 1988, cuando Lucy tenía 62 años, en el Diario del Neuquén:

En Balsa Huitril, a 300 metros del río Neuquén y en una casa construida por sus propias manos, vive Lucía Jara de Cantero, Lucy Cantero para los amigos.

La Lucy lucha hoy por los derechos de los pequeños campesinos del norte de la provincia. Pero afirmar esto solamente sería una injusticia para alguien que no ha dejado de luchar un segundo, desde que naciera, hace 62 años, allá en Pichi Neuquén.

Una más de 23 hijos compartidos por dos familias, la Lucy se fue a los 20 años para Buenos Aires, en donde trabajó de sirvienta, aprendió cocina con la legendaria Petrona C. de Gandulfo, se recibió de modista, descubrió los secretos de la peletería, vendió casas y terrenos trabajando en una inmobiliaria, y militó en el Sindicato del Vestido. Eran las décadas de la Argentina floreciente. Gobernaba Perón y comíamos lomo, me dice la Lucy de ahora mientras tomamos mates uruguayos cebados por Pepe Delloro.

Me imagino entonces el viaje de Lucy Cantero para la capital, con sus 20 años de ganas de cambiar, dejando atrás la humilde casa materna, en donde su padre recalaba de vez en cuando porque tenía dos mujeres y dos familias, costumbre que el español se había traído de Chile.

Allí la Lucy criaba animales junto a sus hermanos, allí aprendió a leer y a escribir sin ir a la escuela, preparándose sin saberlo para una vida que la tuvo siempre como primera protagonista, con dos parejas que le dieron seis hijos, con dos divorcios que la afirmaron en su deseo de servir a la gente, de ayudar para mejorar las condiciones de vida de los humildes, los trabajadores, los marginados.

Me la imagino en la Buenos Aires de las décadas del ’40 y del ’50, haciendo el curso con Doña Petrona. La cocinera autora del libro más famoso de una época recibía a sus alumnas en su casa, en donde cocinaban y cocinaban hasta que aprobaban el riguroso examen del paladar de la matrona que sigue sonriendo desde la tapa del libro de cabecera de toda una generación de amas de casa.

Me la imagino en el ’48 haciendo el curso de modista con la profesora Elva de Herrera. La Lucy sirvienta de aquel entonces era socia del Club Independiente, en donde practicaba natación y básquet, un lujo para la clase proletaria de aquellos tiempos.

O vendiendo las casas y los terrenos de la inmobiliaria Sol y Mar, en la misma Buenos Aires o en Córdoba o Mar del Plata, cuando las propiedades se cotizaban a precios increíbles, cuando un terreno costaba seis pesos y la Lucy pudo comprarse uno en General Pacheco, en donde construyó su casa gracias al Banco Hipotecario.

Entonces era una época de abundancia, me dice Lucy, una era en la que los trabajadores comían lomo y los pudientes tenían tres ó cuatro sirvientas y consumían solamente cocina francesa.

Una era que contrasta tanto con nuestra época que parece otra historia, que sin dudas es otra historia, pienso ahora mientras miro el rostro curtido de la Lucy que vive en Balsa Huitril y lucha para que a los pequeños productores de cabras no se les corte el paso a las veranadas con los alambrados de los latifundistas.

El Buenos Aires de aquella época se daba el lujo de pagarle a la Lucy Cantero 500 pesos por mes para que le diera de comer a un fastuoso matrimonio de abogados. Pero la Lucy se cansó y para aprender una cosa nueva se fue a trabajar a una peletería.

Allí trabajó hasta que le agarró alergia a las pieles. Los propietarios del negocio eran por supuesto judíos, y la dueña de la casa era una mujer enorme que encontró en la Lucy una perfecta solución para su principal preocupación, la ropa. La modista neuquina era la única que le encontraba una armonía al descomunal cuerpo de la patrona, que ostentaba un busto de 128 centímetros y debía hacerse los corpiños a medida.

Ese matrimonio de judíos le caló hondo a la Lucy, porque eran dueños de un gran respeto hacia sus empleados. Cuando llegaba el día de San Cayetano, les daban la jornada libre, y jamás olvidaban deslizar que rogaran por la prosperidad del negocio, toda una sutileza de buena convivencia entre religiones.

En el año ’59 le llegó la hora de volver desde la capital a la Lucy Cantero. Volvió separada y con tres hijos. Estuvo tres años en Chos Malal, trabajando en la casa de Israel Franklin. Se volvió a juntar con un hombre y tuvo otros tres hijos. Vivió en Cipolletti y después en Neuquén capital hasta el año ’79, en que se buscó un campito fiscal en Balsa Huitril, el mismo en donde vive ahora después de haber conseguido, tras innumerables trámites y peleas en la Gobernación, la adjudicación de la tierra.

En junio del ’82 consiguió la Lucy la adjudicación, después de haber vivido desde el 15 de noviembre de 1979. Hubo que trabajar mucho para ello, hubo que pelearse con muchos funcionarios del entonces gobierno militar que comandó el general Trimarco. La Lucy se hizo famosa en la casa de los torreones, en donde pasó varias duermevelas, les gritó la burocracia en la cara, se leyó todas las leyes para saber cómo ganar su campito, hasta que Trimarco le dijo a su segundo: atiendan a esta mujer y háganle los papeles.

Claro que primero hubo que pasar por diversas presiones, pugnar por ejemplo con otro paisano que quería para sí la misma tierra. La Lucy recibió al paisano muchas veces, parada bajo el marco de la puerta de su casa, y nunca le aflojó un tranco de pulga ni se dejó impresionar por las veladas advertencias.

También hubo que construir una casa de material, condición indispensable para la prosecución del papelerío. Lucy se hizo su propio horno de ladrillos junto a su hijo Enrique, que entonces tenía 14 años, y construyó los ladrillos a medida de sus necesidades y con ellos las paredes de la vivienda, que quedó tan sólida como la construida por el mejor de los albañiles.

Con Pepe Delloro miramos ahora esas manos grandes y callosas, y creo que sentimos la misma admiración por la versatilidad de esos apéndices creadores, capaces de hacer el más exquisito de los tapados de piel y de manejar con la misma sutileza las más rudas tareas del campo.

Así que ahora la Lucy vive en Balsa Huitril, un lugar donde la tierra es buena gracias a la nieve de los cerros que fortifica en primavera sus entrañas. El vecino más cercano vive a ocho kilómetros de distancia. Allí la tierra no está subdividida, pero la invasión de animales ajenos se soluciona a través de la charla amistosa sólo posible entre gente que ama el lugar.

La Lucy tiene un respetable ganado, con 86 chivas dueñas de buenos vientres y un reproductor de raza que compró en Pilcaniyeu. Alrededor de la casa crecen durazneros, peras e higos, y en la huerta florecen los zapallos, los morrones, las remolachas y la acelga. Hay molino y bomba para tener el agua necesaria, y un hermoso pasto natural cubriendo las 2.500 hectáreas.

A 18 kilómetros de allí, en un lugar conocido como El Tupal por la gran cantidad de tupe, un pasto propio de la región, se pueden ver las pinturas rupestres de los antiguos mapuches, sobre las rocas desmoronadas de una milenaria caverna. Las cruces y los símbolos en azul, amarillo y rojo están allí transmitiendo para el viento y los chivos su nunca comprendido mensaje.

Allí la Lucy es muy conocida. Peleadora infatigable, su primera misión en el lugar fue lograr erradicar el alcoholismo, un vicio que se cobró un año cinco balseros muertos por caer al río en medio de la borrachera. Allí estuvo Lucy, hablando, dando charlas contra el vino malo, para conseguir que representara un peligro mandar a los chicos a la escuela de Huitril, para que pudieran cruzar el agua sin miedo.

Los pobladores de esa tierra son los auténticos próceres del país, me dice ahora Lucy Cantero, y no los que nos amedrentan desde el bronce de las estatuas. Por eso es que exigimos que nos den los que nos deben, sentencia, mientras chupa el mate que nos ceba Pepe Delloro entre foto y foto, y nos confiesa su intención de lograr que la cooperativa mapuche de Chos Malal sea manejada con la activa participación de sus 700 socios, para conseguir uno de sus sueños más preciados, que todos tengan animales, que la tierra produzca, y que no haya más necesidad de faenar liebres porque faltan chivos.

Los ojos se le llenan de lágrimas a la Lucy cuando habla de los crianceros que llevan sus animales a la veranada, arriba de la cordillera casi en el límite con Chile, y que se encuentran todos los años con nuevos alambrados que guardan tierras improductivas llenas de zorros y liebres, alambrados que los obligan a hacer grandes rodeos, sin lugar para alojar el ganado y hacer noche, perdiendo en el camino la mitad de la hacienda.

Hora miramos a esta mujer que se fue a los 20 años de Neuquén, que pasó 13 años de su vida en Buenos Aires, que después volvió a su tierra y le arrancó un campo, una casa, una forma de vida. Escuchamos sus palabras y su filosofía de vida que habla de verdades sin retórica. Sabemos de su vida de luchas, de militancia alejada de comités, entuertos y negociaciones. Y no hay palabras posibles para siquiera intentar una explicación a tanta pasión por la vida, a tanta fuerza.

Cierta vez, la Lucy Cantero fue a ver a un tal Gregorini, un empresario de Buenos Aires que posee una gran extensión de tierra en Balsa Huitril. Se enteró allí que ese hombre no conocía el campo, que le venía de herencia y de unos negocios colaterales a los suyos. Lo convenció para que se viniera a Neuquén para ver lo que tenía.

El hombre vino de la capital, viajó en tren hasta Zapala y de allí se fue en camión hasta el paraje. Estuvo en la casa de Lucy, conoció el campo, quedó enamorado de la salvaje belleza de estos lugares.

Cuando se volvió a Buenos Aires, mandó de allí una increíble cantidad de vacas en camiones jaula, vacas de la provincia de Buenos Aires que murieron al poco tiempo por la diferencia de clima y pastura.

Ese campo sigue allí, criando zorros y liebres. Alambrado, por supuesto.

La Lucy me mira tan de frente que me hace entrecerrar los ojos. Yo sueño con que todos tengan sus animales y su tierra, me dice. Después, salimos por la misma puerta. Ella se volvió a Balsa Huitril. Yo, al diario para escribir esta crónica.

Sin embargo, sentí que no nos habíamos separado.

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