Hubo fiesta en Ezeiza, pero en el Obelisco todo fue desilusión

Hubo fiesta en Ezeiza, pero en el Obelisco todo fue desilusión

Argentina subcampeón. Miles de hinchas recibieron ayer a la Selección. Desde el Gobierno se había armado un acto masivo en la 9 de Julio, que al final se canceló. En la zona se registraron nuevos disturbios, aunque menores.

Hacían dedo en medio de la autopista, llegaban con los pies embarrados, corrían, saltaban y gritaban. Los hinchas argentinos dejaron todo por recibir a su Selección. Muchos hasta faltaron al trabajo o hicieron que sus hijos no fueran al colegio con tal de ver de cerca el micro que llevó a los jugadores desde el aeropuerto de Ezeiza hasta el predio de la AFA. En el medio hubo sentimientos de orgullo y admiración por el subcampeonato y una mezcla de desilusión y desconsuelo en el Obelisco por el faltazo del equipo para los festejos.

Desde temprano, llegar hasta el aeropuerto de Ezeiza fue complicado. Ya a las 6.30 el operativo policial hacía pasar a los autos de a uno por la Ricchieri a la altura del predio donde entrena y concentra la Selección. Cuando se acercaba la hora del aterrizaje que traía a los jugadores, el entusiasmo iba en aumento y la desesperación también: muchos, con la camiseta o la bandera celeste y blanca, pedían, con su dedo pulgar extendido, que algún otro hincha solidario los alcanzara hasta el destino.

Llegaron de todas partes del Gran Buenos Aires para hacerle el aguante a los futbolistas, aunque sólo pudieron conformarse con un saludo a través de los vidrios del micro. A las 11, Sabella y compañía tocaron suelo argentino y unas 500 personas los esperaron allí, con bombos y platillos para dejarles en claro que a veces, salir segundo también es ser campeón.

Minutos antes, el piloto del Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas pidió permiso para realizar un giro de 360 grados y sobrevolar la autopista, para de esa manera “saludar” a los hinchas desde el aire y a 1.200 pies de altura: “Me autorizan el sobrevuelo de Riccheri... hacer un 360 en la zona; estamos con la Selección abordo y la verdad que está muy llena la Riccheri”, le pidió el comandante a la controladora de turno. Así, los jugadores también pudieron observar la multitud que los estaba esperando.

Ya en el predio de la AFA la multitud era difícil de calcular, con mayoría de locales, pero con muchos que venían desde Quilmes, Avellaneda, San Isidro y Olivos, entre otros lugares. Lorena (31), de Hurlingham, con sus ojos pintados de celeste y blanco, llevaba en cada una de sus manos a sus hijas Pilar (12) y Valentina (9) con la camiseta que usaron durante todo el Mundial y que durante 31 días no lavaron por cábala: “Estos muchachos son nuestro orgullo. Jugaron con el corazón todos los partidos y nos demostraron que siempre se puede dar un poco más. Me sirve también para enseñarles a mis nenas que no siempre el número uno debe ser el reconocido”.

Mateo (8) y Julián (11), con la complicidad de su papá Marcelo, faltaron a la escuela de Lanús a la que asisten, con tal de darles las bienvenida a sus ídolos, en especial a Mascherano, quien se ganó el “amor” del pueblo por la garra con la que jugó durante toda la Copa. “Había que venir, como sea, había que estar y hacerles el aguante”, dijo el hombre mientras mostraba su tatuaje de Diego Maradona levantando la Copa en el 86’.

En el Obelisco, desde el Gobierno se había armado una gran fiesta, pero igual que el domingo las cosas terminaron mal. Primero por la decisión de cancelar el acto, pese a que se había montado un enorme escenario en el centro porteño y la 9 de julio estuvo cortada desde el mediodía. Nada, ninguna explicación era válida para los cientos de chicos y chicas que se quedaron con las ganas de ver a quienes representaron al país en Brasil.

Hubo lágrimas en los nenes que no pudieron ver a Messi: “No me quiero ir, pá, ¡mirá si vienen en secreto!”, gritaba desconsolado Martín, de 5 años, aferrado al brazo de su papá, que ya quería emprender el regreso a casa y que le prometía que lo iban a ir a ver en el próximo partido. Para Sergio Sosa y sus hijos Ezequiel (9) y Santiago (6) era más que la tristeza por no verlos: ellos viajaron en tren y colectivo durante dos horas desde Moreno y se volvieron con la cámara de fotos vacía. Lo mismo para los hermanos Yair y Agustín Mendoza, de 5 y 10 años, que vinieron en familia desde Rafael Castillo y se fueron cuando el cielo amenazaba con lluvia.

Pero llegó el comunicado de AFA que anunciaba la cancelación de los festejos y a partir de ahí todo empezó a cambiar de color. “Escuchamos en la radio que los jugadores iban a venir al Obelisco. Agarramos a la nena y nos subimos a la bici. Pedaleamos más de una hora y media desde Vicente López y de repente, un espanto: piedras, botellas, la Policía que nos corría y no sabíamos para donde ir”, contó Laura Vodente. Sí, otra vez la violencia se había apoderado de la zona, como el domingo a la noche, cuando todavía nadie se había recuperado de los desmanes de anteayer. Aunque esta vez la cosa no llegó a mayores y todo terminó bastante rápido, cuando los remates de última hora ofrecían a 30 pesos la bandera argentina que unas horas antes costaba 60.

Hubo diferentes versiones sobre los nuevos disturbios en la tarde de ayer: que los efectivos abrieron el paso al tránsito y la gente quedó entre los carriles, sin poder moverse; que estalló la furia cuando se empezó a correr la voz de que los jugadores no irían; que hubo robos, que hubo gente alcoholizada que de la nada empezó a los piedrazos.

“No sé cómo hacer para volver a mi casa. Esto es un desastre”, dijo Maia, abogada, frente a la boca del subte. El ingreso a la línea B estaba cerrada. Las persianas de los negocios, bajas.

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