Hachazos

Por Jorge Sigal

Las palabras de las víctimas de la inseguridad suenan a llanto colectivo. ¿Cómo explicarles la realidad a través de la desigualdad social o cifras del crimen en Río de Janeiro o Johannesburgo? Hace falta magia. Y magia quiere decir respuestas.

La voz quebrada, ese hilito de impotencia que salió de su garganta, hizo que el clamor de Rubén Almirón sonara el jueves pasado a llanto colectivo. Lejos de los discursos, del análisis sesudo de los especialistas y, sobre todo, muy distante de los despachos oficiales, el papá de Sandra, la maestra asesinada en Derqui, descargó: "Este país ya es una porquería, donde no se puede vivir. Hoy vienen acá, mañana van a ir a otra casa, pasado a otra. Están matando gente todos los días y nadie hace nada".

La única ventaja que tienen las víctimas es que nadie se atreve a pedirles explicaciones. Hasta pueden injuriar sin reprimendas, como nos gustaría hacer a todos de vez en cuando. Porque son la expresión del cansancio, del desánimo, del final.

Vayan a explicarle a Rubén Almirón que la desigualdad social es la madre de todas las batallas. Intenten sostenerlo comparando nuestra calamidad con cifras del crimen que llegan desde Río de Janeiro o desde Johannesburgo. Que alguien le diga que todo es culpa de Clarín.

Uno, dos, tres, mil, ¿cuánto tiempo falta para que se alivie el dolor? Uno, dos, tres, mil, ¿quién sigue? Ésas son las preguntas que nadie contesta. ¿Qué quieren, magia? Se escucha lamentar en las oficinas del poder.

Sí, magia, como la que exigían los familiares de las víctimas del terror dictatorial cuando pedían aparición con vida. Magia quiere decir respuestas. Claras, contundentes. Esfuerzo por interpretar el presente, esperanza de que haya un mañana. El día que la sociedad vea pistas ciertas de que la nave avanza, aunque sea de a poco, de que hay una meta, nadie pedirá imposibles. Será ése el momento de confiar. Mientras tanto, lo que perdura es la impotencia, el discreto discurso de las víctimas.

No hay forma de cambiar el relato si no se cambia la realidad. El tío Nicolás probó, allá por los años 40 del siglo pasado, un sistema parecido al que se está ensayando por estos días, el camino del autismo. Es un cuentito que vale la pena contar. Fue un día soleado, en la ciudad de Córdoba. La radio sonaba, con prepotencia, anunciando que las tropas alemanas estaban a 30 kilómetros de invadir Moscú. El tío Nicolás, hombre de carácter, ruso orgulloso, bolchevique empedernido, bramó: "¡Mentira! ¡Mentira!". Y la familia, aterrorizada, lo vio avanzar, hacha en mano, en busca de su presa.

La RCA, partida en dos mitades casi simétricas, dejó de propalar calumnias. Entonces, los nazis desaparecieron de la realidad y Moscú volvió a brillar como un recuerdo encantador. Nicolás, aliviado, nunca más compró una radio. Murió años después sin siquiera enterarse de que su país de origen había perdido 20 millones de vidas hasta librarse finalmente de la pesadilla opresora.

Aquel rudimentario inmigrante se hubiera asombrado si pudiera ver que hoy, a casi 70 años, su receta ha logrado seducir a un segmento del poder argentino.

A pesar de la ausencia de estadísticas oficiales, hay prestigiosas entidades privadas que brindan datos alarmantes. La Universidad Torcuato Di Tella, por ejemplo, ha estudiado el Índice de Victimización (IVI) en 40 centros urbanos del país. La investigación demuestra que, en los últimos 12 meses, en el 34,6 por ciento de los hogares argentinos algún miembro de la familia fue víctima de un delito; que sólo durante octubre la cifra se incrementó 5,6 por ciento y que se trató del cuarto mes consecutivo de una escalada imparable.

Las cifras, la elocuencia de los testimonios, los desgarramientos, no parecen, sin embargo, perforar el espíritu bélico que anida en el comando superior oficialista. Es extraño comprobar que ese divorcio con la verdad haya captado incluso a un nutrido grupo de intelectuales. Abusando del simplismo, dan ganas de imaginar qué sucedería con esas energías puestas a disposición de encontrar fórmulas renovadas para superar semejante crisis de confianza. Pero, una y otra vez, la proclama se repite: nada se ha hecho mal, el diario miente, la destituyente se expande como una gota de aceite sobre el mar de las delicias. El último alegato del "Jefe" ya no fue contra el monopolio sino contra los periodistas. También los cronistas serían culpables por no rebelarse contra sus amos, también ellos habrían sido cómplices de las peores torturas que sufrió el país. Como se sabe, incluso con pedacitos de verdad se suelen cubrir grandes mentiras.

Casi en simultáneo, mientras Rubén Almirón lloraba su impotencia, muy cerca, al otro lado del Río de la Plata, José "Pepe" Mujica, primer presidente tupamaro de la historia mundial, reconocía que el gobierno de la izquierda uruguaya está en deuda con su pueblo por el tema seguridad. "La política carcelaria y el formidable crecimiento que en los últimos años ha tenido la pasta base (paco) son dos de las principales carencias que ha tenido esta administración. Ambas cuestiones no pudieron ‘atacarse’ bien", señaló.

No se trata de idealizar otras realidades. Pero, de tanto en tanto, conviene escuchar voces diferentes. Para no romper de un hachazo la radio convencido de que se está venciendo la opresión.

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