El Gobierno tiene un motivo para festejar: la ruptura radical

El Gobierno tiene un motivo para festejar: la ruptura radical

El cisma motorizado por el aparato porteño debilita a la oposición y complica a Rodríguez Larreta.

Por Ricardo Roa

Tal vez tenga razón Victoria Tolosa Paz con eso de que hay quienes perdiendo ganan y quienes ganando, pierden. Está claro que pretendió justificar la fiesta de la derrota de los propios en las legislativas, que de apuro armó el Presidente antes de que la vice le mandara otra carta, que se la terminó mandando igual, pero edulcorada. Pero esa es otra historia.

El oficialismo sigue de festejo y habrá otra fiesta el viernes, antes de perder el sacrosanto quórum del Senado y de que la oposición se le pusiera a la par en Diputados. Hablará Cristina y hablará Alberto, pero no será una fiesta albertista sino camporista. Máximo lleva la batuta como si no hubiese sido otro de los derrotados.

Del otro lado, en el radicalismo, partido siempre predispuesto a las internas a cara de perro, empezaron a pelearse como si hubieran perdido y no ganado. “Que se rompa y no se doble el partido radical”, dice el himno y han vuelto a hacerle honor a la consigna. ¿Habrá alguna otra marcha partidaria que llame a romper por encima de toda otra opción?

Tal vez por esta predisposición genética, los radicales que han ganado hace tres semanas y tienen por primera vez en décadas expectativas presidenciales, hayan decidido pegarse un tiro en el pie. Cumplen con otras dos reglas, esta vez no escritas: la política es lo que transcurre entre una y otra interna y cuando se rompe, hay que hablar de renovación.

Renovadora se llamaba la junta que rompió para acompañar a Perón en 1945. Intransigencia y Renovación, el movimiento que lanzaron Balbín y Frondizi para separarse del alvearismo y Renovación y Cambio el fundado por Alfonsín en los 70 para pelearle el partido a Balbín.

Renovadores se autodenominan o se autoperciben los que ahora se van apañados por el aparato porteño. En este caso cuesta entender lo de la renovación: tienen como bandera al eterno operador Coti Nosiglia, escoltado por Lousteau y otro porteño que pugna por asomarse más: Yacobitti, de Franja Morada, que domina la UBA desde hace 30 años.

Mucho más cuesta entender que una disputa menor, por la conducción del bloque de diputados, haya provocado el cisma a menos de un mes de ganarle al kirchnerismo. Claro que es parte de una pelea mayor por el aparato partidario. Los rebeldes dominan sólo el distrito porteño, con escasas adhesiones en el interior. Imaginan armar una agrupación nacional.

Su segunda plaza más fuerte es Córdoba, donde ganaron con Rodrigo de Loredo. La interna cordobesa está en el centro de la ruptura: Lousteau y compañía fueron inflexibles en cuestionar que la jefatura del bloque siguiera en manos de otro cordobés, el más famoso Mario Negri, derrotado por Loredo. El problema es que juntaron 12 votos contra los 33 que juntó Negri, incluidos muchos ganadores en sus provincias.

Por ahora, están en la parte de lo que en la consigna del himno se dobla: patearon la pelota y no designarán a nadie en el interbloque hasta marzo. En diez días vendrá la batalla de fondo: la sucesión del actual jefe partidario, el mendocino Cornejo. Pugnan el jujeño Morales, que tiene la mayoría, y Lousteau, que duda. Cornejo tuvo la imprevisora idea de llamarlos a los dos y la noticia fue que casi se agarran a las piñas.

La división le genera una incomodidad bien personal a Rodríguez Larreta por su notoria cercanía al tándem Nosiglia-Lousteau. Si a alguien le viene al pelo el batifondo es al Gobierno, que la tiene complicada con la crisis y el Fondo y una Corte que se le ha plantado. Calma radicales, aconsejarían viejos dirigentes: la sociedad los empezó a mirar nuevamente. No sea cosa que pierdan lo que han ganado.

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