Por Ernesto Tenembaum
En 2007, luego de un intento de suicidio, un joven contó ante la Justicia el espanto al que lo había sometido el cura Eduardo Lorenzo, de la parroquia de Gonnet. Pese a esa y otras denuncias, el sacerdote fue varias veces ascendido y siguió en contacto con menores
Juan Pablo Gallego es un abogado que, en 2002, siendo muy joven, se hizo cargo de representar a los denunciantes del padre Julio César Grassi. Durante 15 años, esa causa fue el centro de su vida. En marzo del 2017, Gallego logró, finalmente, que la Corte Suprema de Justicia condenara al popular sacerdote y dispusiera que esa condena fuera efectiva. Desde entonces, Grassi está preso. Ese antecedente fue clave para que, a principios de este año, una pareja de militantes católicos, Julio César y Adriana Frutos, le pidieran ayuda legal. Desde hacía más de una década, Julio y Adriana intentaban sin éxito que la Justicia investigara los brutales abusos que un poderoso cura había cometido contra su ahijado. Cuando Gallego examinó el material quedó perplejo. “Hace años que trabajo con estos temas. Nunca vi un caso tan espantoso”, dice ahora.
La víctima de esa historia llevará el seudónimo de “León”, aunque sus verdaderos nombres y apellidos están en la causa judicial, a la que Infobae tuvo acceso. León era un chico de la calle que, a fines de los años noventa, fue adoptado por Julio y Adriana. Por eso camino llegó a la parroquia de Gonnet, que estaba a cargo del cura Eduardo Lorenzo, un sacerdote muy carismático. En el año 2007, luego de un intento de suicidio, León contó por primera vez ante la Justicia el espanto al que había sido sometido. Esa causa fue archivada casi inmediatamente por Ana Medina, la fiscal del caso, que aun sigue a cargo. En mayo pasado, 11 años después, Gallego logró que se reabriera la causa y León volvió a contar lo ocurrido en sede judicial. Lo que sigue son solo algunos fragmentos de su testimonio: alcanzan para entender el horror que vivió este muchacho.
Eduardo Lorenzo
-"Padecí por parte de Lorenzo muchos actos abusivos con acceso carnal haciendo abuso de su condición de sacerdote y de sus necesidades".
-"Manteniendo relaciones forzadas, siendo atacado sexualmente por Lorenzo, en su vehículo, obligandome a agarrar su miembro viril sexual y vociferando exclamaciones como “acá somos todos maricones”.
-"En muchas ocasiones me forzó a tener relaciones en el marco de un trío. En algunos casos exigía que participara de un trío con otro chico Matías. En otros casos se me acercaba con el pene al descubierto obligándome a chupárselo".
-"También tenía un cómplice, un cieguito llamado Tony, quien me decía que hiciera lo que quería Eduardo. Y Lorenzo me exigía después que me cogiera a Tony. Un ratito a cada uno, me decía".
-"Me penetró sexualmente por vía anal innumerable cantidad de veces".
-"El me decía vos ya sos mío. Solía traer dulces del Sur. Se los untaba en el pene para penetrarme y luego me pedía que yo hiciera lo mismo".
-"En el interín de esas orgías y ataques sexuales a los que me sometía, a veces recordaba que tenía que dar misa y decía: estos pelotudos todavía creen en Jesús. Al finalizar las misas me alcoholizaba y me volvía a someter sexualmente".
-"Los abusos se cometían todos los días a lo largo de más de un año, lo cual llegó a sumirme en una depresión profunda ante una atrocidad que ya no tenía escapatoria".
-"Para abril del 2008 intenté sustraerme del cura Lorenzo y me produje cortes en los brazos. Ante esta situación, el director del Hogar llamó a Adriana relatándole que me quise suicidar. En ese momento empecé a contar lo que me hacía".
-"Cuando se entera de esa reunión Lorenzo aparece prepotente en su coche y entra a las patadas, insistiendo en que le abriera. Me dice: ¿qué mierda te pasa a vos? ¿Por qué no te matás de una y ya está? Agarra tu pantalón y vamos. Me lleva a una parrilla que queda en la esquina del hogar, me hace tomar alcohol, me pregunta qué hablé con Julio y Adriana. “Estás seguro que no dijiste nada de lo que pasa?”, me increpaba y me gritaba. Luego, en otro tono, me decía yo te voy a ofrecer de todo y me abrazaba diciendo que me esperaba al día siguiente".
Julio César Grassi (Télam)
El cura denunciado por León se llama Eduardo Lorenzo. Hasta hace pocos meses, fue capellán del Servicio Penitenciario Bonaerense. En los últimos años, fue el confesor de Julio César Grassi. Si se tratara de una ficción sería inverosímil: el cura detenido por abusos espantosos confiesa sus pecados ante el cura denunciado por abusos espantosos. León no es el único denunciante en la causa. Hay otros cuatro muchachos que se presentaron para contar que Lorenzo los sometía a abusos sexuales. Todos pertenecían a los grupos juveniles de la parroquia de Gonnet, una zona residencial que queda en los suburbios de La Plata.
“Lorenzo abusó de mí cuando tenía 13 años. Ahora quiero verlo preso”, declaró Julián Bartoli, en el mes de julio. Otro denunciante contó que fue obligado por Lorenzo a presenciar diversos abusos que cometía reiteradamente sobre otros adolescentes. Según su relato, el cura se bañaba con menores en su baño privado y por las noches se metía en sus carpas para manosearlos dentro de sus bolsas de dormir. “A esos mismos chicos los invitaba con frecuencia a fiestas y a pernoctar en la casa parroquial de Olmos”, dice la declaración.
La magnitud de la conmoción que se vive en la zona se puede percibir por un episodio reciente. Ante la primera difusión de los hechos, el Arzobispado de La Plata desplazó a Lorenzo de la parroquia de Gonnet, donde ocurrió todo este espanto, y lo quiso designar al frente de un colegio de Tolosa. Horrorizados, los padres de los alumnos de esa escuela difundieron una carta con dos mil firmas en contra de la designación. Ya se han producido manifestaciones en contra de Lorenzo frente a la paroquia de Gonnet y la catedral de La Plata, muy parecidas a las que decenas de militantes católicos realizaba frente a las parroquias donde celebraban misa los obispos abusadores en Chile.
Ninguno de estos hechos tuvo mayor trascendencia a nivel nacional. Sin embargo, alcanzan para generar una evidente inquietud en el arzobispado de la Plata. La pregunta obvia es cómo fue que permitieron que Lorenzo siguiera siendo cura. La respuesta es la de siempre. En el año 2009, ante la primera denuncia, el arzobispo Hector Aguer inició un expediente canónico, algo así como una investigación interna por parte de la misma Iglesia Católica. Ese expediente también figura en la causa y fue publicado el viernes por La izquierda Diario, el medio digital que ha trabajado con más seriedad este caso: es una evidencia muy contundente sobre el conocimiento que Aguer y las autoridades eclesiásticas tenían sobre los hechos. Pese a aquellas denuncias, Lorenzo fue varias veces ascendido y siguió en contacto con menores. Pasaron 11 años.
Víctor Manuel Fernández (NA)
La situación se complica más para la jerarquía eclesiástica por la actitud de Víctor Fernández, el sucesor de Aguer en el arzobispado de La Plata. Fernández ha defendido públicamente al cura Lorenzo. Existen fotos de ambos celebrando misa juntos, en la parroquia de Gonnet, el 24 de marzo pasado: una imagen tremenda para los jóvenes denunciantes. El 22 de noviembre, con motivo del aniversario de la ciudad de La Plata, Fernández ofreció un tedeum en la catedral. Los familiares de las víctimas intentaron que los recibiera. No lo hizo ese día ni ningún otro. La decisión de respaldar a Lorenzo parece muy contundente y, al mismo tiempo, incomprensible y no solo por elementales cuestiones morales. Es raro que estas personas tan importantes e inteligentes no perciban el desenlace inevitable de estas historias: ya nadie puede encubrirlas.
La Iglesia argentina ha sido sacudida esta semana por dos casos muy conocidos. Uno de ellos es la condena de dos sacerdotes por violar a niños sordomudos en el Instituto Próvolo de Mendoza. Una vez que se conocieron las sentencias, el Vaticano emitió un escueto comunicado pidiendo disculpas. El otro es el inicio del juicio contra Gustavo Zanchetta, arzobispo de Orán, por las denuncias de abusos por parte de tres seminaristas. Cuando se conoció el caso, Zanchetta fue trasladado a Roma: difícil no ver en ese gesto el amparo de su amigo, el papa Francisco. La cadena del espanto incorpora ahora otro eslabón, el del cura Eduardo Lorenzo, cuyo desenlace depende de la jueza Marcela Garmendia, quien aun no se ha atrevido, siquiera, a tomarle declaración indagatoria: una demostración más del poder que, abiertamente o en las sombras, ha protegido al sacerdote.
Comentá la nota