Educación, tecnología y pactos, ejes del desarrollo de Finlandia

Educación, tecnología y pactos, ejes del desarrollo de Finlandia

Economía y política en el Báltico. Los finlandeses lideran varios rankings mundiales. Es el resultado de políticas mantenidas bajo distintos gobiernos. Imágenes de un país que sorprende. 

Puede parecer extraño, pero Finlandia y Argentina tienen varias cosas en común. Por lo pronto, ambos países están cerca del Polo, con dos enormes regiones (la Laponia y la Patagonia) de bajísima densidad demográfica. Los dos han crecido al amparo de un solo recurso: la madera para los fineses y el campo para nosotros. Sus poblaciones son muy creativas, en parte gracias a la educación pública como apuesta común. Además, el tango es pasión compartida. Finlandia organiza desde hace 30 años el mayor festival europeo durante cuatro días en Seinajoki con 100.000 asistentes. Pero las semejanzas estallan apenas este enviado desciende del avión en Helsinki. Son las 15.30, ya es de noche y aún no es invierno. El termómetro marca 4° bajo cero y el aire del Báltico talla la cara como una navaja. Más tarde, un amigo finlandés dirá con sorna aprendida en sus años de porteño: “Difícil los piquetes y el clientelismo con un clima así”. Repite una idea de Montesquieu quien, hace tres siglos, escribió que el clima –y no sólo las élites- configura la economía política de un país.

Es cierto: la vida pública finlandesa es distinta. Y eso nos lleva a otro aspecto crucial, que nos separa más. Según el Foro Económico Mundial y Transparency International, Finlandia es el primer país del mundo en capital humano, el de mayor calidad de vida en Europa, el tercero con menor corrupción y el segundo en igualdad de género. La mitad del gabinete suele ser femenina. La primera ley de transparencia pública es de 1766. Desde hace décadas se distingue por su alto nivel de vida para sus 5,5 millones de habitantes (unos US$ 42.000 per capita) y es la patria de Nokia –la mayor compañía de celulares del planeta hasta hace unos años- y de Linus Torvalds, creador del sistema operativo que desafió la hegemonía de Microsoft. No son cosas simples, por lo que la pregunta se impone: ¿cómo llegó a este altísimo nivel?

Todos los funcionarios, empresarios y analistas consultados aquí por Clarín apuntan a lo mismo. Una clave es la transformación de su economía mediante la industrialización y la tecnología. “Es dificil vivir en un país con semejante rigor climático. Eso nos ha vuelto prácticos y con capacidad para resolver problemas”, comentó a este enviado el premier Juha Sipilä, quien estuvo en Octubre en Argentina. El grueso de lo que vende Finlandia se compone de productos telefónicos, barcos, químicos, tecnología en salud y medio ambiente y elevadores, además de derivados del papel. Otra clave del desarrollo finés es el concierto de políticas orientadas por el Estado con las fuerzas del mercado, evitando la burocratización y fomentando una fuerte veta exportadora. Un tercer factor es la construcción de un eficaz sistema educativo –público, gratuito y con exigentes exámenes de ingreso a la universidad- que colocó a Finlandia a la cabeza de los rankings internacionales desde hace 16 años. Finalmente, una última variable de crecimiento citado es la búsqueda sin pausa de acuerdos entre todos los sectores y su continuidaden el tiempo. “La historia nos muestra siempre que la economía funciona mejor cuando lo que manda es lo común. Todos ganan, se esfuerzan más y eso legitima el sistema”, dijo el ministro de Comercio Exterior, Kai Mykkänen, a un grupo de medios, entre ellos Clarín.

La historia explica mucho del recorrido. Por empezar, no hubo feudalismo, lo que estimuló un sentimiento de igualdad desde temprano, dice el historiador Pekka Hjerppe. Finlandia formó parte del imperio ruso más de un siglo (1809-1917). Pero fue el área rusa de mayor progreso con una gran actividad comercial e industrial, sobre todo con la madera. El 75% del territorio finés está cubierto por bosques y 188.000 lagos. El país es apenas más grande que la provincia de Buenos Aires. Se independizó en 1917 tras el fin de la Primera Guerra y la caída de los zares, aunque los choques militares siguieron. Al final de la Segunda Guerra, Helsinki firmó la paz con Moscú. Justamente, el pago de onerosas indemnizaciones la obligó a desarrollar multitud de industrias de la nada, sobre todo del área metalúrgica.

Esa fue la base para que el país pegara el salto tecnológico entre los ‘70 y los ‘80, con el crédito orientado a la inversión industrial, un estricto control de divisas para evitar fugas y restricciones para endeudarse en el exterior. El Estado favoreció acuerdos salariales de largo aliento y regulación de precios. Y, finalmente, aumentó fuertemente el gasto en investigación y desarrollo: pasó del 1% del PBI en los ‘80 al 3,5% en 2008. En 1982 se creó Tekes, la agencia estatal para financiar la innovación tecnológica que promueve la ayuda entre industrias y universidades y se empezó a poner el foco en la producción de bienes sofisticados que derivaron en la creación de Nokia, un emporio telefónico que disparó la creación de infinidad de empresas vinculadas.

Pero Finlandia también navega en zonas borrascosas. Desde hace cuatro años, su economía no crece y ahora llega la época de la tijera. El país ha sufrido varios shocks desde la crisis financiera de 2008. Por un lado, fue la declinación de Nokia y la venta de su negocio de teléfonos a Microsoft en 2013 lo que provocó una contracción radical en su sistema y su red de profesionales. Luego, la caída de la industria del papel (la baja de la venta de diarios es un ejemplo). Pero también pesan un oneroso Estado de bienestar (el gasto público es del 58% del PBI, el más alto en Europa cuyo promedio es 47%), sueldos muy altos que minan la competitividad y las sanciones internacionales a Rusia, que redujo un tercio sus compras.

Pero Finlandia tiene cuerpo para recuperarse. Y busca hacerlo apoyando las nuevas y pequeñas empresas del sector tecnológico (las llamadas start-ups). Con ese fin, volvió a montar este año la Slush Conference, una de las ferias del sector más grandes del mundo. Con la precisión de un buen cirujano social, el director de Tekes, Jukka Häyrynen, fue enfático al presentar la intención de su país ante Clarín y otros medios colegas. “Simplemente, en este siglo XXI, el país que no innova se muere. Somos pocos aquí y Finlandia no puede perder el tiempo”.

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