Destruir señales es delito, aunque en Bariloche no hay una sola persona detenida por hacerlo.

Destruir señales es delito, aunque en Bariloche no hay una sola persona detenida por hacerlo.
Las señales de tránsito orientan, ayudan y alertan. Sin embargo hay quienes se entretienen destruyéndolas, plasmándoles escrituras y dibujos. Se trata de una problemática nacional, que en Bariloche también genera pérdidas importantes.
Hace pocas semanas, una empresa privada contratada por el estado, instaló nueva cartelería en la ruta 40 N, entre la rotonda de la ruta de circunvalación y el cruce de vías. Sin embargo algún sujeto, con un aerosol azul, intentó ocultar las leyendas para dejar plasmada su imbecilidad sobre el cartel.

Pero el problema no sólo se da por la rotura de los carteles, sino también por el robo de los mismos. En muchos garajes o habitaciones carteles viales adornan las paredes: “Stop”, “Máxima 60”, “Cuidado escuela” son algunos de los ejemplares elegidos por los delincuentes.

En los primeros kilómetros de la Avenida Bustillo dice un cartel: “Destruir las señales de tránsito es un delito”. Pero, paradójicamente, unos metros hacia el oeste, aparecen las primeras destrucciones.

Este medio intentó obtener el listado de las personas que fueron infraccionadas, multadas e incluso detenidas por destruir señales, aunque en Bariloche no encontró ni a uno. Pero la diversión de algunos, es mucho peor que el simple graffiti que quede plasmado en el cartel. Lo cierto es que muchas veces, la falta de señales o el mal estado de las mismas, aumenta las posibilidades de sufrir accidentes.

También existen casos en los que las sutilezas están a la orden del día, como ser en el cruce al cerro Catedral, en Viedma y Bustillo.

Allí hay un cartel que dice “Ceda el paso”, aunque hubo quien corrigió la “P” de la última palabra, por eso ahora dice “Ceda el faso”.

Cuando el arquitecto Carlos Valeri era secretario de Obras y Servicios Públicos de la Municipalidad, pergeño una campaña para instalar prolijos carteles indicatorios para los distintos accesos a las playas públicas. Pero hubo algún inepto, seguramente integrante de alguna organización ambientalista, que con un aerosol se encargó de agregar la palabra “Todas” en esos carteles. Si bien tiene razón, porque todas las playas deben ser de acceso público, su manera de pensar arruinó varios de esos carteles. “Compartimos la idea, pero no el modo” dijo una voz consultada por este medio.

Cuando el amor nos cuesta a todos

En la misma ruta nacional 40, que atraviesa la provincia de Río Negro, hay 60 carteles que dicen "Rosita te amo", según publicó el diario Clarín en un artículo. La última señal estaba a la altura de una escuela, apostada al costado del camino. Allí había una maestra, Rosita. Y resultó que el autor de los románticos mensajes era un paisano de la zona que festejaba a la muchacha, sin suerte, desde hacía cinco años. La historia puede arrancar suspiros, pero la realidad es que ese amor trunco le costó al Estado sus buenos pesos, ya que hubo que cambiar los 60 carteles, estropeados con aerosol.

Este tipo de acciones —destruir o robar las señales de tránsito— le salen al país (es decir, a todos los argentinos) 50 millones de pesos al año. La cifra no es caprichosa y surge de una serie de cuentas. A saber: la red nacional tiene 40.000 kilómetros de rutas (sólo 10.000 están concesionadas). Y se estima que hay, en promedio, cinco carteles por kilómetro: 200.000 en toda la red nacional.

A esos números hay que agregar los de las rutas provinciales y municipales, que suman otros 200.000 kilómetros (40.000 pavimentados, 44.000 mejorados y 116.000 de tierra), donde hay otras 250.000 señales.

En la Dirección de Vialidad Nacional aseguran que por año hay que reemplazar el 28 por ciento de los carteles (unos 126.000). Otro cálculo deja aún más claro que el problema es enorme: por día se roban o se destruyen 345 carteles. Teniendo en cuenta que cada señal tiene un costo de 400 pesos, la cuenta de los costos da 50 millones de pesos.

Comentá la nota