Se cumplen 15 años de la muerte de Rodrigo Bueno: un largo camino al cielo

Se cumplen 15 años de la muerte de Rodrigo Bueno: un largo camino al cielo

A 15 años del fallecimiento del Potro Rodrigo, reconstruimos su leyenda, que el tiempo sólo logra agigantar.

La mañana del 24 de junio de 2000 fue muy triste por la madrugada fatal que la precedió: en un accidente vial sucedido en el sur del Gran Buenos Aires (Berazategui), había fallecido el cantante Rodrigo Bueno, que al momento tenía 27 años y era el solista musical más convocante, más venerado, más febril. Hubo dolor y estupor a lo largo de todo el país, pero fundamentalmente en la metrópolis en la que germinó el furor del cantante que trascendió al cuarteto, la música que amó, para volverse un artista transversal, con legado sustancioso por más efímero que haya sido su tránsito por la cúpula.

¿Y qué pasó en Córdoba? Por supuesto, la gente quedó golpeada, sobre todo en los sectores cercanos a su familia, tan vinculada a la industria discográfica por su padre (Pichín Bueno) y a la distribución de diarios y revistas por su madre (Beatriz Olave). Pero en el ambiente de nuestra música regional, a la tristeza se le sumó una agria sensación de culpa. Es que Rodrigo no logró desarrollar en su ciudad de nacimiento lo que sí está logrando su hermano UIises, que no es otra cosa que llenar nuestros tinglados con una versión aggiornada del cuarteto característico que Leonor Marzano y su orquesta patentaron hace más de 70 años.

Rodrigo no fue profeta en su tierra, pero sí a 700 kilómetros de ella, donde está sepultado, donde le puso el cuerpo a una frenética serie de Luna(s) Park que coronó varios años de cosecha en las bailantas, territorio en el que Rodrigo pasó de ser un carilindo con aspiraciones románticas a un cuartetero desbordante de carisma y preciso en términos compositivos.

"La Traffic se niega a levantar más de 200. Llueve en la (avenida) General Paz. Los compromisos y las urgencias de seis shows en una noche son muchos y hay que vivir rápido". Ese pasaje de una crónica del diario Clarín, cuyo redactor había acompañado a Rodrigo un sábado a la noche, demostraba claramente lo desregulado que era todo en torno a su vida artística. Y también doméstica, porque la decisión de abarcar todo desdibujaba los límites entre una y otra. Porque Rodrigo había logrado un nivel de omnipresencia inédito en el espectáculo argentino. Estaba en todos los programas, se multiplicaba en la tapa de todas las revistas, les rendía a todos los productores mediáticos, sin importar cuál era el público objeto en cuestión.

Pero el velocímetro nunca bajaba de 200. Ni los resentimientos que él generaba.

Una estela

Al momento de su muerte, Rodrigo Bueno llevaba sobre el lomo varios highlights: la citada serie de Luna(s), la certificación de cuádruple platino por su disco A 2000en menos de un mes (marca sólo conseguida en Argentina por Thriller, de Michael Jackson), un show en Mar del Plata con convocatoria superior a las 120 mil personas y, por sobre todo, un consenso entre pares por afuera de la música tropical y/o cuartetera.

Entre esos avales, se encontraba el conseguido en el seno del rock. Pipo Cipolatti había advertido que Rodrigo disponía de una obra con sustancia y credibilidad callejera; Joaquín Levinton veía en el cordobés una estrella pop que la cultura en la que él mismo se desarrollaba no lograba generar; un cantautor como Pablo Dacal lo consideraba un par en cuanto observador preciso de viñetas cotidianas y comenzó a filtrar en sus conciertos una versión de Amor clasificado; Andrés Calamaro cierra sus shows con (el tema) Los chicos, donde no sólo alude "al chico cuartetero" sino que pone su imagen a la altura de héroes como Pappo, Federico Moura, Luis Alberto Spinetta y Miguel Abuelo, entre otros.

 

Esta (buena) química no resultó de la nada, a decir verdad, porque Rodrigo fue testigo de cómo uno de sus amigos de barrio San Martín había logrado desarrollar un grupo de rock en la escena local. Ese amigo era el cantante Julio Anastasía (también fallecido años atrás, aunque no hincha del Belgrano de sus amores) y Los Navarros el grupo en cuestión. Es más, Los Navarros fue backing band de Rodrigo cuando comenzó sus insinuaciones en Buenos Aires. Él los admiraba, los quería, quería para sí lo que habían logrado.

También pesó en el crossover la estrategia promocional que Rodrigo pensó junto a su amigo Jorge Moreno, productor oriundo de Las Varillas que estaba en la camioneta al momento del accidente pero que logró sobrevivir. Moreno, que entró a trabajar con Rodrigo en la previa de la grabación de A 2000, le aconsejó mostrarse como un embajador de nuestra música regional, que se desmarque de la cumbia, algo que Rodrigo aceptó porque estaba en sintonía con lo que él mismo pensaba pero, por el frenesí que le imponía su mánager, no podía advertir. Había cierta lógica en el asunto: Moreno creía que tenía entre manos a un gran agitador y compositor de canciones urgentes, tan deudoras del frenesí del punk como del tiroteo verbal del hip hop.

Claro, Moreno no tenía plenos poderes para desarrollar todo. Una cosa es ser ideólogo y otra, muy distinta, el mánager, rol que detentaba José Luis Gozalo. Aun así, se las arregló para filtrar un logo rocker (el Potro que ilustró el disco en vivo A 2000, concebido junto al diseñador también varillense Gonzalo Ruiz) y poder capitalizar un montón de necesidades insatisfechas en el ocio metropolitano. Vale recordar que en aquel tiempo reinaba el "mezcladito", fórmula radiofónica en la que la segmentación no tenía cabida. Más de Moreno: instruyó a periodistas de espectáculos de publicaciones "serias" que se acercaran al fenómeno de un solista magnético y sin conflictos de pulular por cuanto programa lo requiera.

Así se gestó el "Rodrigazo", una explosión que duró pocos meses pero cuyas esquirlas siguen desparramando hasta hoy.

Datos duros abonan la noción de mito. Entre ellos, el hecho de que Rodrigo murió a los 27 como varios íconos disfuncionales y atormentados del rock (Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain), y un día en el que se recordaba un nuevo aniversario del también trágico deceso de Carlos Gardel. Si alguien quiere evitar el camino corto de la canonización, vale esta cita textual del mismo Rodrigo para La Voz del Interior, contenida en la entrevista publicada en la sección Artes y Espectáculos del jueves 2 de marzo de 2000: "Me comparan con un montón de gente, pero no soy el heredero de la ‘Mona' ni soy el nuevo Sandro como dicen. Yo sólo estoy peleando por el lugar de Rodrigo. Estoy peleando, dentro del cuarteto, por el lugar que merezco. A lo mejor soy en el cuarteto lo que Soledad en el folklore: el pibe que enquilombó todo con pelos de colores y una personalidad increíble".

 

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