“Cuando la vimos, parecía un esqueleto ambulante”

En cuanto escapó, Molina fue a pedirle ayuda a una familia.
“Casi me muero cuando la vi”. Liliana Herr no pudo reconocer a Sonia Molina cuando el lunes 12 de noviembre de 2012, después de las 7 de la mañana, se presentó en su casa de Colonia San José, a unos kilómetros de Coronel Suárez. No la veía desde agosto, cuando prescindieron de sus servicios como cuidadora del padre. De aquella mujer “rellenita, de pelo largo y muy limpia” no quedaba nada. “Si mi marido no me decía antes que era ella, no la reconocía”, declaró ayer la mujer, ante el tribunal.

Aquel día, su esposo se había topado unos minutos antes con Molina en el patio de su casa.

“¿No sabés quién soy?”, dijo ella apenas vio a Néstor Beier, que estaba por salir a trabajar con su camión. “Me quedé perplejo.

Su estado era deplorable, con el pelo chamuscado, cortado y con el vaquero todo orinado ”, graficó el camionero, que no dudó en describirla como un “esqueleto ambulante”. Antes de hacerla entrar a la casa, le advirtió a su mujer.

“No te asustes, porque está recagada a palos”.

Ya en el living, mientras Sonia, entre balbuceos, les contaba que la tenían secuestrada y cómo había escapado, “dejándose caer desde un tapial”, los hijos de la pareja se iban levantando, pasaban a su lado y tampoco la reconocían.

Sonia trabajó poco más de tres meses en la casa del padre de Herr, frente a su vivienda, y cada tanto se cruzaba a tomar unos mates y jugar a las cartas. “Era excelente, muy trabajadora, hacía de todo y gracias a ella, mi padre se puso bastante bien”, aseguró la mujer ante los jueces. Remarcó que se bañaba todos las noches y que eso fue lo primero que le pidió aquella mañana. “Pero me dijo que la acompañara.

Tenía miedo de quedarse sola hasta en el baño ”, agregó Liliana, que la recordó “flaquísima, desfigurada, con las caderas más abajo y el cuerpo azul”.

No pudieron convencerla de que fuera a hacer denuncia al destacamento. “Decía que no quería porque el comisario estaba metido”, declaró Beier, quien tuvo que salir a buscar a un policía para que hablara con ella. “No se le entendía bien, pero tenía claro dónde había estado secuestrada y quién la tenía, porque dio todos los datos”, resaltó Herr, quien le sirvió un té que la mujer apenas pudo beber en sorbos muy pequeños, recordó.

Durante los tres meses que estuvo cuidando a su padre, Molina no mencionó ni a Heit ni a Olivera. “Sólo aquella mañana los nombró”, dijo Herr. Al tiempo que dejó de trabajar, ella la llamó para que volviera, pero Molina le respondió muy cortante. “Me dijo gracias, pero que no quería el trabajo. La llamé de nuevo y ya no me contestó”. Luego la vio el día que escapó.

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