Critican a la Argentina en la Cumbre por sus trabas en la negociación

Critican a la Argentina en la Cumbre por sus trabas en la negociación

Expectativa por el cambio de gobierno. El país pasó de ser en el pasado un líder en el debate sobre medio ambiente a un obstáculo para un acuerdo global.

¿Qué le pasó a la Argentina? La pregunta se la hacen tanto las delegaciones que participan de la cumbre del clima (COP 21) en París o los veteranos observadores de la sociedad civil. Y el desconcierto es porque el país pasó de ser un líder en las negociaciones de medio ambiente-claramente, en Kyoto- a un activo obstáculo de un ambicioso acuerdo global. Y aún aquí, en esta capital de cielo nublado y gris, están esperando que el nuevo gobierno de un giro de 180 grados que allane el camino a una texto que esté a la altura del desafío enorme que se viene.

La delegación de la Argentina –compuesta por técnicos y ningún funcionario de alto nivel– está poniendo reparos en París que pueden debilitar la arquitectura de un acuerdo fuerte. 

¿Por qué hace tanto ruido nuestro país? Porque articula una alianza con lo más rancio, es decir, con Arabia Saudita y Venezuela, que viven del petróleo. Que haya un país suelto que se opone a un acuerdo fuerte, puede pasar desapercibido. Pero que haya una suerte de pacto inter región, no. Por eso, hay tanta indignación con la situación actual como esperanza con lo que venga.

Un acuerdo fuerte implica abrir camino hacia la descarbonización de la economía global, una meta a la que se debe llegar no más allá de 2050 para que la suba de la temperatura no provoque la inundación –por ejemplo– de islas y poblaciones costeras, que es donde viven miles de millones. 

Para esto, aunque suene raro decirlo, va a haber que decirle adiós al carbón, al gas y al petróleo. Aunque hoy eso parezca inconcebible, la verdad es que ni la atmósfera ni los mares pueden seguir absorbiendo dióxido de carbono (CO2) ilimitadamente. Cuanto más rápida sea la transición a fuentes de energía limpias, más oportunidades y beneficios tendrán nuestras economías.

Pero la línea oficial parece inflexible al respecto, lo que se alinea con la decisión de aprobar en el Congreso entre gallos y media noche la empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales. Esa misma visión del mundo se manifiesta aquí cuando la Argentina se opone a la inclusión de lenguaje en la declaración como: “descarbonización”, “neutralidad climática”, “neutralidad de carbono”, “presupuesto de carbono” o metas de emisión específicas.

Argentina también se opone a una revisión sistemática cada 5 años y mejoramiento de las contribuciones voluntarias, esto es de los planes que cada país presentó para tratar de conseguir una suba límite de 2 grados. Es necesario recordar que la contribución que se presentó el 1° de Octubre estuvo entre las más cercanas a un mundo de 4 grados de aumento del termómetro, un escenario que el ipcc -el órgano Intergubernamental de ciencia climática- llamó catastrófico.

Y hay otro aspecto en el que Argentina hace ruido y que afecta al clima de negociación. Y se refiere al financiamiento. Es decir, quién pone la plata para ayudar a los más pobres a iniciar la transición imprescindible a una economía verde. La visión que surgió de la conferencia de Río de Janeiro, en 1992, era que los países desarrollados tenían que asistir a todos los demás, y que los del medio, como nosotros, no teníamos ninguna obligación. Eso cambió. En la COP 20, que se hizo en Lima, Colombia, México y Chile, por ejemplo, ofrecieron voluntariamente contribuir con el llamado Fondo Verde. En cambio, la idea del gobierno es cobrar, no dar.

Tan exasperante ha sido la posición argentina en los últimos 4 años, que en las capitales europeas estuvieron siguiendo la campaña electoral muy de cerca, preguntándose si un cambio de color político en la Casa Rosada podría traer una esperanza en las negociaciones climáticas. Lo que dejó a todo el mundo con la boca abierta ocurrió recientemente en Antalya, Turquía, en la reunión del G-20, donde la Argentina hizo alianza con Arabia Saudita en este asunto.

Por eso, hay mucha ansiedad porque a la delegación nacional se sume el día 10, justo un día antes que termine la COP, Juan Carlos Villalonga, que vendrá en nombre del nuevo gobierno y anuncie “Argentina is back” (volvió Argentina, literalmente), tal como lo acaba de hacer Canadá, que después de muchos años se deshizo de un gobierno conservador, muy aliado a intereses petroleros.

“La esperanza es que el nuevo gobierno pueda devolver la gran tradición de la Argentina en las negociaciones climáticas que ayude a construir consenso en vez de bloquear el progreso”, consideró Jenifer Morgan, del World Resources Institute, una institución cuya información utilizan tanto los gobiernos (incluyendo el de Argentina) como las Naciones Unidas para sus evaluaciones.

“Ojalá que el nuevo gobierno pueda aprovechar la oportunidad para su gente y tomar una nueva hoja de ruta con energías limpias y resiliencia climática. Entender el riesgo del cambio climático es importante tanto para preparar a la gente como a las economías. Es una gran oportunidad para la nueva economía moderna dejar atrás la que ya ha pasado de moda”, agregó Morgan. Según dijo, Raul Estrada Oyuela, un embajador argentino que ha sido prácticamente echado de la Cancillería, es como un “abuelo” de las negociaciones climáticas, que todo el mundo “extraña”

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