Consciencia desventurada (I)

Consciencia desventurada (I)

Por: Jorge Fontevecchia. No pasa un día sin que mi espíritu testimonie su rebeldía ante el pesimismo de algún interlocutor. Un ánimo creciente y ya generalizado en gran parte de la sociedad argentina por razones comprensibles, aunque su capacidad predictiva sea nula. Ver el sol negro es un estado del alma, y la razón, su esclava al servicio de encontrar argumentos que confirmen el sentimiento.

Ese pesimismo es antigrieta: afecta a todos por igual. Los que creyeron en Macri, decepcionados después de varias frustraciones anteriores, cortaron amarras con el país. Los que tienen patrimonio acumulado en dólares en el exterior lo dejan afuera; quienes tienen patrimonio en bienes que no pueden mudar al exterior se van físicamente ellos al exterior para establecer una residencia impositiva menos costosa; mientras que quienes tienen un capital educativo que podría ser apreciado en el exterior consiguen, buscan o sueñan con un trabajo en el exterior. “Argentina ya fue” es el pensamiento que los unifica.

La grieta ya no solo es con el otro sino con nosotros mismos y la realidad que rechazamos como ajena

Y los que nunca creyeron en Macri y votaron al Frente de Todos en 2019, a Unión Ciudadana en 2017 y al Frente para la Victoria en 2015 temen que el fracaso económico que ven avecinarse destruya al peronismo en el Gobierno y precipite una disrupción del tipo que se vayan todos. Queda sí una mínima parte de la sociedad que se alegra con ese escenario, son los libertarios que, a modo de un trotskismo de derecha (“cuanto peor, mejor”), imaginan un momento de gloria tras el crash sin percibir que bailan en el Titanic. Pero la abrumadora mayoría de la sociedad no baila: vela sus sueños muertos a los que la pandemia vino a dar tiros de gracia.

“¿Para qué sirvió la cuarentena más larga si tenemos más contagiados que España?”, se escucha decir confirmando aquello de “piove, governo ladro”, como satirizaba Gramsci; y si “non piove, governo ladro” también. Si no hubiéramos tenido tan larga cuarentena, habría que suponer que tendríamos más contagiados, no menos. E interpela la idea de que con menos cuarentena se hubiera afectado menos a la economía, el ver los restaurantes y comercios vacíos a pesar de estar autorizada su apertura. La contracción del consumo no es solo a causa de la caída de la oferta, sino de la demanda justificadamente temerosa y conservadora. 

Que este gobierno ni la cuarentena pueda hacer bien, al igual que el gobierno anterior tampoco hizo nada bien, es parte de lo que Hegel en Fenomenología del espíritu llamaba “consciencia desventurada”. Es el momento trágico en que la consciencia reconoce la contradicción en el corazón de su naturaleza: lo que había pensado que era completo y entero se revela como frustrado e incompleto. Y vale tanto para quienes creyeron en las ideas de Macri de progreso a través del aumento de competencia integrados al mundo, como de quienes tienen una visión antagónica a la meritocracia como dinamo social. Ambos ven que sus ideas no alcanzan para llevarnos al progreso, que Argentina está estancada y que tanto la economía de Cristina Kirchner/Kicillof como la de Macri/Sturzenegger chocaron con la misma piedra y respondieron con la misma receta, igual impotencia e idénticas consecuencias: consumiéndose las reservas en dólares los primeros, endeudándose en dólares los segundos, no generando dólares ambos, reduciendo el producto bruto cerca del 3% tanto en 2015 como en 2019, demostrando que el último año de sus gobiernos lo cruzaron exhaustos pasando la bomba al siguiente.

“¿Y ahora? ¿Qué va a hacer Cristina Kirchner con la economía sin la soja a 600 dólares (aunque viene aumentando)?”, se preguntan los opositores. “¿Y ahora? ¿Qué plan económico alternativo puede exhibir Juntos por el Cambio después del fracaso estrepitoso de Macri?”, dice el oficialismo. Como todos tienen razón y –consciente o inconscientemente– todos lo saben, no hay un único culpable: no hay un camino inequívoco, nada es completo y nada es entero. Emerge la consciencia desventurada en la que el futuro desaparece como esperanza y hasta el sol es negro.

Es otra forma de expresar el empate hegemónico que en parte manifiesta la grieta pero peor: antes ambos bandos estaban convencidos de que los asistía la razón y del error del opositor. Hoy ambos bandos están convencidos de que no los asiste la razón además del error del otro. Salvo, claro, el trotskismo de derecha que, habiendo proliferado, quizás alcance hoy al diez por ciento de la población pero no deja de ser tan marginal como lo fue su espejo invertido en el pasado aunque resulte más novedoso por su orientación ideológica opuesta. La razón es la certeza de la consciencia de ser toda la realidad.

Una sociedad bloqueada. No ya por la fuerza contrahegemónica de cada oposición sino por pérdida de su brújula navegando hacia ninguna parte. Quizás el Fondo Monetario Internacional, paradójicamente, sea más comprensivo porque también a él se le quemaron los papeles y en una cuota de mayor humildad refleje una cuota de mayor inteligencia.

Para que la consciencia llegue a ser autoconsciencia –según Hegel– es necesario el reconocimiento por parte de otra consciencia: la presencia de consciencias opuestas y su enfrentamiento. Es condición necesaria para elevarse hacia un estadio superior de síntesis. Esa consciencia desventurada es una de las etapas de la consciencia en el camino hacia la autoconsciencia.

Consciencia desgraciada, infeliz o desdichada, de actitud trágica que se asemeja a un infinito e inatravesable valle de lágrimas, sin embargo hay destino en la travesía a través del valle. La consciencia desventurada, sin ventura y sin futuro, es una forma de autoesclavización al presente no solo como dado sino como inmodificable. Presente perpetuo hecho futuro.

La verdadera e imprescindible liberación es la liberación del pesimismo y de su espíritu atormentado. Aunque por razones parciales esa libertad hoy solo la tiene el trotskismo de derecha que crece por eso y al que hubiera votado Macri si no hubiera creado su propio partido, distinto pero no por diferencias ideológicas sino por su diferente ambición, y el trotskismo de derecha, como el de izquierda, nunca será mayoría. 

Apaciguar la oposición con el mundo requiere cancelar lo externo como extraño para poder reencontrarse a sí mismo

Para Hegel el pesimismo es resultado de la evolución: “La consciencia solo puede ser dichosa porque ha recorrido las diversas estaciones que conducen a la verdad (síntesis) o simplemente porque es una consciencia ingenua e ignorante de su desgracia”.

No tiene sentido construir un edificio falso sobre otro falso derrumbándose sucesivamente. Es momento de síntesis, que el desgarramiento y la contradicción deriven en la dialéctica para educar a la consciencia en una nueva unidad.

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