El basural de Bariloche, entre la injusticia y el abandono

El basural de Bariloche, entre la injusticia y el abandono

Cientos de personas recorren el manto de residuos en busca de comida, ropa y material que pueda reciclarse para revender.

 

Ingresar a diario al basurero municipal en busca de algo para comer o para vender es la única opción para un grupo grande de personas de toda edad, que no encuentran otra forma de supervivencia.

El merodeo con ese fin es visible a toda hora, pero la mayor concurrencia se nota entre las 13 y las 15, cuando llegan a descargar los camiones que recorrieron previamente la zona de supermercados. Allí es posible encontrar alimentos vencidos o paquetes rotos, que son el botín más preciado.

 El número de personas que viven de esa actividad siempre fue alto pero se incrementó con la pandemia. Una de las mujeres que recorría ayer el manto de basura dijo que a veces son no menos de 300 o 400, y que también hay muchos niños.

 Ella va dos veces por semana, aseguró, y su interés está puesto en la comida aprovechable y también en “ropa para vender”. Tiene 40 años, vive en el barrio 2 de Abril y lo que consigue en el basural la ayuda a sostener el hogar, que comparte con tres hijos y dos nietos. “Trabajo no hay y tarjetas tampoco” dijo la mujer, en referencia a la nueva modalidad que adoptó el Estado para distribuir ayuda alimentaria.

Cuando llegan a descargar los camiones de la recolección, es el momento que más gente hay en el basural. Foto: Marcelo Martinez

 Unos metros más allá también buscaba comida un chico de 14 años, del barrio El Frutillar. Dijo tener tres hermanos y usó la palabra “sobrevivir”, ante la consulta sobre las razones para ir al basurero.

 “Hacía un mes que no venía y ahora volví. Muchos están en la misma. Hay bocha de gente”, aseguró.

 Un hombre de 50, con gorro grande y bufanda a modo de barbijo también recorrió ayer la montaña de residuos malolientes, entre una bandada enorme de gaviotas y palomas, con la mirada puesta en rescatar algún resto de cobre o bronce, que se pueda vender por unos pesos. Vive en Nahuel Hue y tiene ofiicio de albañil, pero “hace años” que no consigue trabajo fijo. Pasar horas en el basural es para él rutina de todos los días.

 El municipio no tiene un programa específico para contener o evitar esas prácticas. Hay una iglesia que a veces lleva una olla y reparte comida en el mismo vertedero.

La municipalidad de Bariloche no tiene ningún plan para la gente que busca comida en la basura. Foto: Marcelo Martinez

 El personal municipal no hace nada por evitar el ingreso de los que buscan chatarra, queman cables o juntan alimentos porque no quieren exponerse a situaciones de violencia. “Hay adicciones de por medio”, aseguró una de las fuentes.

 Existe un chatarrero instalado en la puerta que les compra lo que juntan, si resulta de utilidad, y pareciera haber también una organización incipiente y de otra escala, ya que ingresan al basural camionetas caras a llevarse elementos acopiados por algunos de los que ya tienen el cirujeo como un trabajo estable.

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 Accidentes graves no ocurrieron en el último tiempo, pero los choferes de los camiones municipales tienen  que extremar la precaución para no atropellar a nadie durante las maniobras, porque muchos se cuelgan de las cajas con tal de ser los primeros en revolver la carga y aprovechar lo que sirva.

 También los que entran en autos particulares a tirar residuos se han quejado del acoso de quienes allí esperan y de que se hacen pasar por empleados y les han querido cobrar.

 El secretario de Servicios Públicos del municipio, Eduardo Garza, dijo que el predio tiene 40 hectáreas y resulta imposible establecer un cerramiento y una vigilancia que sean efectivos. El último cerco que puso el municipio (en enero pasado), con malla reforzada y postes de cemento, costó un millón de pesos y duró muy poco. “Van de noche y se lo llevan, no hay mucho que se pueda hacer -aseguró-. Si quieren entrar van a entrar de cualquier forma”. Dijo que a lo largo de los años el alambrado ya fue repuesto “19 veces”.

 Según Garza, nunca vio gente comiendo en el lugar pero sí “que revuelven y se llevan cosas de todo tipo”, conocen los horarios de los camiones y van a “hacer su negocio”.

 

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