Barracas: vivieron en un conventillo y se reencontraron 60 años después

Barracas: vivieron en un conventillo y se reencontraron 60 años después
Tenía 132 habitaciones en Ituzaingó 279. Allí se gestó la Huelga de Inquilinos. Sus vecinos se vieron el viernes.
Tiene ojos de leona. Azul oceánico. Derrama el hálito de una actriz de cine de la época dorada. Muerde sus labios pintados de carmesí, suspira y dice: “Mirá lo que hizo el tiempo…”. Suma 87 años y usa bastón. María, que celebra 83 esta noche, asiente y desliza de lado: “No sabés qué mujer era. Qué pedazo de mujer”. Se miran. No pueden creer que el tiempo, insoslayable, las haya alcanzado. Ni a ellas ni a esas cuatro generaciones que desde principios de 1900 vivieron en el enorme conventillo de Ituzaingó 279. El mismo que protagonizó la histórica Huelga de Inquilinos aquel viernes 13 de septiembre de 1907, y que este otro viernes, también 13 (por anteayer), los reúne tras 60 años sin verse para celebrar el paso del tiempo. Y para llorarlo. Hoy el conventillo que fue de la familia Bencich es un descampado.

Facebook fue el punto de despegue. Alquilaron un salón, el Club de Leones, a 12 cuadras de donde vivieron. Son 100 personas de entre 20 y 90 años, bisabuelos, abuelos, hijos, nietos que bailan al son de un viejo disco de pasta de Carlos Moreno, Guapo y varón . ¿Cantidad de familias? Imposible saberlo: los más grandes encontraron al amor de su vida entre los enormes patios del conventillo en forma de U. Ahora casi todos son parientes. A excepción de los más chiquitos, vivieron en las habitaciones de 4 por 4, usaron los baños compartidos en el fondo, las cocinas comunitarias y las piletas para lavar la ropa con tablas de madera.

“El invierno era para valientes”, narra Casilda González, de 73 años (en la foto). “Te llevabas el toallón en un banquito, calentabas agua en la olla y con un tarrito te lavabas en los tachos de zinc. Pero si te querías bañar bien, los sábados ibas a los baños públicos de la calle Tacuarí. Parecían baños turcos para nosotros. Nos reíamos muchísimo: éramos pobres, pero muy dignos y solidarios. Lo recuerdo con mucha felicidad”.

Casilda conquistó al mejor bailarín de tango del conventillo, con quien hoy está casada. Como ellos, Macoco Pérez conoció a Elvira Casas cuando él sumaba 17 y ella apenas 13. Tienen tres hijos y seis nietos. “Fue en un baile en el patio del conventillo –recuerda Macoco–. Ahí aprendimos a bailar tango. Esperábamos esas fiestas para poder acercarnos y era un suceso. Las chicas preparaban todo, alguien sacaba un tocadiscos y se armaba la fiesta”.

El matrimonio, de 75 y 72 años, ahora vive en Ushuaia. Se fueron en los 70, cuando Macoco se quedó sin trabajo en el diario El Mundo y en el bar donde atendía. “Cuando vivía en el conventillo –cuenta el hombre– trabajaba de noche porque con tantos hermanos no tenía cama.

Para dormir precisaba que otro se fuera al trabajo. No teníamos ni frazadas, nos tapábamos con un sobretodo”.

El conventillo de la calle Ituzaingó tenía 132 habitaciones con un mínimo de 6 personas por cuarto. El alquiler era mensual y representaba un tercio de los sueldos. María Teresa Pace, hoy médica jubilada que vino a la fiesta desde Tierra del Fuego, se recibió hace 30 años: “En medio de ese ruido ambiente constante, yo estudiaba”.

Francisca, que vive en Recoleta, se casó con un cirujano. Dice que su hija no puede creer sus relatos de pobreza: “Cuando yo me enfermaba, mi amiga Casilda venía a mi cuarto y me leía cuentos. No nos importaba que alguien tuviera paperas, varicela o lo que fuera. Para ir a pasear por el Parque Lezama, mi mamá nos hacía el mismo vestido a las dos. Parecíamos hermanas y a mí eso me ponía feliz, no había envidia, no había celos”. Casilda agrega: “Compartíamos todo. Había hijos de italianos, españoles, griegos, japoneses, rusos: jugábamos juntos, teníamos esa sensación de pertenencia …”. Como en una familia, como esta noche, tan igual a las de hace tantos años.

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