Accastello no se merece un muerto

Accastello no se merece un muerto
Una obra en construcción despierta toda la preocupación vecinal. Atender este caso se presenta como una necesidad urgente

Si la barra de hierro del 12 que se precipitó como un rayo desde el octavo piso de la obra en construcción hubiera caído cinco centímetros a la derecha, la pequeña Lola hubiera sido atravesada desde la cabeza hasta los pies; hoy la familia hubiera sido quebrada en su presente y su futuro y estaríamos escribiendo una historia trágica. Probablemente encabezaríamos marchas con la foto de la pequeña pidiendo justicia sobre un hecho consumado.

Si el tremendo caño que hace de soportes a las lozas de la obra en construcción, de diez centímetros de circunferencia y dos metros de longitud, que en la caída desde el séptimo piso pudo alcanzar una velocidad y un peso tal que fue capaz de quebrar un tirante de eucaliptus y perforar como un misil el cobertor del invernadero, hubiera caído cuatro metros a la izquierda, seguramente hubiera sido capaz de asesinar de golpe y en conjunto a las tres viejitas que indefensamente elegían unos plantines de petunias. Probablemente hoy estaríamos envueltos en juicios que a veces solo sirven, más que para hacer justicia, para deslindar responsabilidades sobre un hecho consumado.

Si la escalera llena de clavos, con rústicas maderas embadurnadas de cemento viejo, de esas que suelen construir los albañiles para hacerse de una herramienta que debería darle el constructor o el patrón, si la escalera de considerable porte y peso, en lugar de derribar el invernadero de producción hubiera caído unos metros más adelante, hubiera puesto en riesgo cierto no la integridad física, sino la vida misma de dos trabajadores temporarios que huyeron del lugar para no volver. Seguramente hoy estaríamos enfrentando el dolor de sus deudos, perdiendo lo poco con lo que uno se gana la vida y buscaríamos reparar en la justicia un hecho consumado.

Si el martillo de doble punta con filo que se usa para picar revoques y que cayó desde el piso 11, como si se desplomara un misil capaz de matar súbitamente a quien le cayera en la cabeza, hubiera caído unos metros más afuera, sobre la parada del colectivo donde esperaban ajenos al disparo algunos pasajeros que volvían a sus hogares luego de una jornada de trabajo, hoy estaríamos lamentando el derrame de sangre inocente y pidiendo justicia sobre un hecho consumado.

Podría llegar a enumerar, y lo haré, gota a gota mientras los medios me permitan perforar el sentido de la nota diaria, cuyo interés muere y se olvida con la noticia fresca del día posterior, infinitas situaciones en las que los derechos de los vecinos parecen estar signados por la posibilidad de juicio posterior al hecho como una alternativa efectiva.

Pero el hecho en sí, aun con su signo desgarrado trágicamente por la impotencia, aun con el posible muerto todavía tapado con diarios viejos en la vereda que tiñe de rojo la cal blanca y vieja mientras se escurre por las ranuras de las baldosas hacia el desagüe pluvial de la esquina, corriendo simplemente como sangre inocente; el hecho en sí, decía, no es el eje del debate.

Si previo a estos acontecimientos, que hasta ahora no fueron terminales, los vecinos se hartaron de denunciar, de reclamar, y hay registros concretos de que esas posibles muertes pudieron haberse evitado, el muerto inevitablemente le caerá, aunque sea desde el punto de vista político y social, a Eduardo. Y Eduardo no se merece un muerto.

Compartimos el concepto de comunidad organizada, acompañamos y defendemos ese principio y lo que Eduardo ha hecho seguramente lo hará en la provincia, si tiene la suerte de ser elegido como gobernador en las próximas elecciones.

Pero el primer concepto que hace a la comunidad organizada es el principio del sujeto de derecho. Aquí es donde hay que comenzar el debate. No hay que subvertir los órdenes. Es mentira que el Derecho radica que hay una Justicia que evalúa la posible evaluación del daño. Ese puede ser un principio para la Justicia, no para la política. La política debe garantizar que no se le produzca el daño al vecino, nunca a la inversa. Los vecinos viven y luchan por una vida tranquila, feliz y ojalá próspera. Los vecinos no se levantan para ver a quién le hacen un juicio, eso es una mentira, un principio comodaticio de un sistema esquemático, economicista. No es un concepto social. Y Eduardo Accastello tiene claro lo que es el concepto social, por eso no sería justo que le caiga un muerto desde el séptimo piso o que desde el quinto le maten a un vecino que pasa por la calle.

Los responsables de hacer las inspecciones dicen que las obras están en condiciones. Seguramente los constructores estén respetando esas normas, pero que hay una sola realidad, es la verdad. La verdad es el vecino agredido, perjudicado, violentado, empobrecido de buenas a primeras, obligado a enredarse en la telaraña judicial como una respuesta a su inocencia.

Esto nos pone en el eje del debate. O no se están haciendo los controles suficientes por parte del estado o no se está cumpliendo con las normas. Y si estas dos cosas están correctamente en regla con las normas establecidas, pero el daño se sigue produciendo, entonces hay que poner en debate la norma y el sistema, antes de que a Eduardo inmerecidamente le caiga un muerto.

Ahora, si estas cosas suceden porque hay permisividades de un poder impune, es porque hay un poder que hace lugar a esa impunidad. Y este es el debate que Eduardo Accastello está en condiciones de hacer, no sólo porque es capaz y sabe hacerlo, sino también porque integra un espacio político nacional caracterizado por otorgarle a la ciudadanía la posibilidad de poner todo en debate y ser partícipe de las transformaciones. Un gobierno que no le ha temido a la rotativa de Clarín no puede permitirse que lo corran por derecha a cascotazos.

Si las normas no están funcionando, hay que poner en debate las normas mismas. Para no lamentarnos después. Para que no nos tiren muertos porque sí. Para que el hecho consumado no sea una extremaunción política.

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