So this is Christmas

Por D. Capalbo.

A vos, lector: las fiestas de fin de año son hermosas y apocalípticas a la vez, eso me enseñaron mis viejos sin quererlo ni proponérselo.

A vos, lector: las fiestas de fin de año son hermosas y apocalípticas a la vez, eso me enseñaron mis viejos sin quererlo ni proponérselo. Y siempre, desde que era un pibe petiso de anteojos y sin onda, y hasta con un oso de peluche a cuestas o disfrazado de Batman, viví la Navidad y el Año Nuevo con una alegría inmensa pero con la certeza de que era un alto el fuego.

No en el sentido religioso, más bien en el pagano. De cualquier manera, los malditos diciembre se han instalado, con los años y entre nosotros, como un tiempo afín a los balances y también a los conflictos. La Navidad del 2001 fue tremenda para todos; de ésa no nos olvidamos. Claro: esas tragedias y aquellos balances son tan naturales que hasta los hacen las empresas, en principio como una práctica contable, fría y necesaria. Pero en el fondo, ellos, nosotros, vamos hacia "eso" empujados por una cultura que hasta el más agnóstico y renegado no puede eludir: todos partimos nueces en Navidad aunque la temperatura nos azote con 33 grados. Es como la atracción irracional que sentimos por los sánguches de miga, un invento bien argentino. O como esperar justo ese día que la estrella de Belén nos indique el camino justo y necesario.

El 2009 fue un año malhadado. No sé si a ustedes les pasó lo mismo. Pero padecimos un anticipo de elecciones en junio a partir del más vil de los oportunismos; hubo un contraataque oficial con castigo por haber perdido esa elección; después, una avanzada que se vivió así: ley de medios a toda costa; reforma política a toda costa; al campo, ni justicia; goles secuestrados y nacionalización del fútbol con recursos de los jubilados; nacionalización de Aerolíneas para que los pendejos que la manejan vayan a Uruguay a ver partidos de la Selección sin pagar lo que paga un simple mortal (Cabandié: ¡vos no podés hacer eso!).

En ese marco de violencia y desamor fue muy difícil mantener esta bocanada de aire fresco que es Crítica de la Argentina (que arrancó de un sueño de Jorge Lanata, pensado como "el último diario de papel"). Mantenerlo a flote. Ser independiente. Hacer periodismo en la Argentina de la hegemonía como práctica y norte político. Nada de eso fue fácil.

Los diarios vivimos de los anunciantes. Los anunciantes temen publicar sus avisos en diarios independientes porque, a la vez, temen las represalias del Gobierno, que los aprieta sin eufemismos ni buenos modales. Y así. Entonces sólo nos queda velar las armas y esperar a que alguien comprenda que de esta manera no se puede seguir. Republicanamente no se puede seguir así. Néstor, Cristina, así no se puede seguir. Cobos, no. Lilita, Pino. De Narváez, no, así no. Macri, no se puede así. Lectores, anunciantes, así no se puede, no va.

Me tocó en suerte dirigir este diario los últimos ocho meses. Nunca pensé encontrarme con el diablo, ser vivo y sano como vos y yo. Pero el tipo está ahí. Cómo enfrentarlo desde lo más elemental, que es una creencia, una convicción, un trabajo, un oficio que exige ceñir el entrecejo al poder, tutearlo, gastarlo, ponerle límites, un oficio que amamos, encima, los periodistas de este diario. Ésas son preguntas que todavía no tienen respuesta.

Antes: necesito explicar algo en tren de hacer un balance. Soy el resultado de diversas capas geológicas del periodismo, en las que tuve la suerte pero sobre todo el honor de compartir este oficio con los más grandes de la prensa gráfica: soy el producto de haber trabajado con Jacobo Timerman, con quien empecé; de Lanata, de Jorge Fontevecchia, de Marcos Cytrynblum; del Colorado Kirchbaum y de Ricardo Roa; de Jorge de Luján Gutiérrez. Ellos, todos, unos inmensos jodidos a su modo, pero eran gente que amaba el periodismo, transpiraba periodismo. Enseñaba periodismo.

También me bendijo la interacción con periodistas extraordinarios como Gustavo Sierra, Sergio Ciancaglini, Claudia Acuña, José Antonio Díaz, Martín Caparrós; Claudio Gurmindo; Edi Zunino; Gustavo González, Daniel González, Jorge Sigal, Jorge Fernández Díaz; Lolo Amengual; Luis Majul, Damián Glanz, Claudio Zlotnik, Alejandro Bianchi, Fernando Capotondo; Alejandra Folgarait; Osvaldo Bazán; Hernán Brienza, Nerina Sturgeon; Roberto Caballero; Fernanda Mainelli; Nicolás Wiñaski; Gonzalo Sánchez, Gerardo Rozín (mi querido ruso); Maxi Tomas; Diego Schurman; Eduardo Blaustein; Fernanda Sández, Josefina Licitra, Mauro Federico y me bendijo también la increíble creatividad de diseñadores gigantes como el Sueco Álvarez y Pablo Temes.

No me quejo. Viví lo mejor. Y soy heredero de todos ellos. Y el diario que ustedes leen se nutre de todos esos nombres. Y de muchos más.

Lo cierto es que está terminando un año horrendo. Lo hicieron así la política y la economía, los intereses, las mafias, el dengue, la gripe A. Los goles secuestrados, la imagen de Cristina tres veces por día en la tevé (un recuerdo de los dos minutos de odio de Orwell en 1984). Néstor, Mauricio y los espías de cabotaje.

El jueves vamos a estar la mayoría de nosotros reunidos alrededor de una mesa adornada con muérdago y velas navideñas. Y alzaremos nuestras copas para brindar esperando que todo mejore. Nuestro brindis es por vos, lector: este diario es para vos, lo hacemos por vos, gente que se mata por hacerlo y todavía cree en la independencia, en la bondad, en la decencia. Para vos lector es este villancico rabioso.

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