Nostradamus, decinos cómo termina esto

Por Carlos M. Reymundo Roberts

Nostradamus, el adivinador serial que vivió en el siglo XVI, le atribuyen haber adelantado todo: desde la llegada del hombre a la Luna y el triunfo de Trump hasta el incendio en Notre Dame y el estrés postraumático de Florencia Kirchner (de paso, la profecía dice que se va a reponer). Como que ningún hecho relevante quedó fuera de su radar. Pero al célebre pronosticador se le escapó algo: queMacri iba a revestirse de populista para derrotar al populismo. Ahí, Nostradamus estuvo poco perspicaz. Yo, en cambio, lo sospeché desde un principio.

¿Cómo llegué a esa conclusión? Muy sencillo. De hecho, lo escribí en esta columna hace dos años. En el interior del Presidente conviven dos personas. Una es la que llamé en aquel momento "Mauricio el bueno", un tipo racional, previsible, moderno, convencido de la necesidad de cambiar la vieja política. Un tipo pro y un prototipo de dirigente de la era tecnológica y la inteligencia artificial. Es el Mauricio que lideró en Buenos Aires la reunión del G-20, por ejemplo. Un Mauricio recontra votable, sobre todo si enfrente está Cristina, que no son dos, sino una. Una sola, gracias a Dios.

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La otra persona es "Macri el picarón", vivillo, oportunista, que pone los espías en manos de Arribas y de Majdalani, que manda a Angelici a operar en la Justicia, que mira para el costado cuando hay que mirar de frente, que gasta millonadas para convertir las tandas de radio y TV en una romería de piezas propagandísticas. Mauricio el bueno hace de tripas corazón y acuerda con el FMI, porque no queda otro camino para financiar al país. Macri el picarón pergeñó o dejó pergeñar el revoleo de la reparación histórica previsional, ocultó el legado del kirchnerismo, baila en los actos de globos amarillos y, ahora, anuncia el congelamiento de precios. En la gama del frío, congelamiento de precios es la versión remasterizada de "hay que pasar el invierno".

A veces gana Mauricio y otras veces, Macri. Un duelo de titanes. Reajustar las tarifas porque ningún país serio del mundo regala agua, luz o gas es tarea de Mauricio. Las moratorias, los créditos subsidiados de la Anses y los congelamientos, de Macri; de Macri bajo presión del radicalismo, que de economía no sabe mucho pero tiene más calle. También pasa que en ciertas operaciones los dos, Mauricio y Macri, trabajan en equipo, una interesante alquimia. Interesante y necesaria. Que no se me escandalice nadie, pero la política es un arte que combina pico y pala, pincel fino y brocha gorda, cincel y martillo. Combina también lo deseable con lo posible. La mano derecha con la izquierda. La luz del día con las penumbras de la noche. Es así, nos guste o no. En la Argentina real, la Argentina de impronta nacional y popular, el libro tiene que hacerles un lugar a las alpargatas. La inteligencia artificial -perdón, perdón: lo digo golpeándome el pecho-, a la viveza criolla peronista.

Seguramente el Presidente y sus asesores en comunicación, con Durán Barba a la cabeza, estaban en esa frecuencia cuando decidieron la jugarreta rara, rarísima, de presentar el plan antiinflacionario con el video grabado en una casa de familia de Colegiales. No una casa: la casa. Porque siempre van a la misma. Cuando lo vi, literalmente salté de la silla. Me pareció burdo, elemental. A todo el "círculo rojo" le debe de haber pasado lo mismo. Y ahí está la clave: no estaba dirigido a los que de conurbano profundo sabemos poco y nada. No estaba pensado para Recoleta, Palermo o San Isidro. No apuntaba al 25 o 30% que lo vota. No era un video de Cambiemos. Era del PJ. Maldito ecuatoriano, que sabe más de peronismo que nosotros.

El otro día se vio también un spot del Presidente y María Eugenia Vidal dentro de un auto. Ese recurso se llama carpool y acá lo puso de moda, este verano, Massa. Pero Massa es más genuinamente peronista y más cruel: nos hacía escuchar a Arjona.

Creo que en el paquete lanzado el miércoles, tanto Mauricio el bueno como Macri el pícaro hicieron su aporte. Anteayer llamé a dos de mis tres gurúes económicos, Ricardo Arriazu y Juan Carlos de Pablo (el tercero es Kicillof, pero perdí el número), para que me explicaran el alcance de las medidas. Los dos me dijeron más o menos lo mismo: que otra vez me estaba equivocando. "Es un paquete electoral, no económico. Llamá a analistas políticos". Qué desalmados: se supone que para ese tipo de análisis estoy yo. Mi sospecha es que la cosa fue así. Macri, con hambre de votos, se avino al congelamiento, y Mauricio, con sed de racionalidad en el gasto, le bajó el tono a la movida. Macri hizo el anuncio en Colegiales, complementado con la conferencia de prensa de los tres ministros, y Mauricio todavía está dando vueltas con el alcance y los detalles, con menos apuro que los tanques del general Alais, las sentencias de Casanello y el tratamiento de Florencia en Cuba.

¿Qué conclusiones saco de lo que pasó esta semana? El Gobierno se movió, o lo movieron, porque, más allá de ortodoxias o heterodoxias, algo tenía que hacer. La inflación de 4,7% en marzo, con amenaza de una parecida en abril, mata el florido discurso del Presidente en el Cippec, mata carpool y mata octubre. Y nos mata a nosotros.

Nostradamus, por favor, contanos cómo termina esto.

 

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