El invierno tan temido

El invierno tan temido

Por: Mario Wainfeld. El acuerdo con el Fondo. Perspectivas, cuesta abajo y sacrificios mal repartidos. Mitos sobre el gasto social y los subsidios, algo de experiencia comparada. El desmadre de precios de productos básicos, ausencia de políticas públicas. Crecimiento o atenuación de los daños: de eso ni se habla.

El programa económico del presidente Mauricio Macri nació inviable, aunque se desconociera la fecha de vencimiento. Se anticipó decenas de veces en este diario: bastaba para advertirlo no ser fanático, necio o parte interesada. Derribado el castillo de naipes –la mezcla de endeudamiento salvaje, apertura indiscriminada y fomento a la especulación– el Gobierno aspira a evitar la hecatombe financiera inmediata.

El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) apela a la misma medicina, en dosis mayores y con el paciente mucho más grave. 

Los hechos cantan: el año se cerrará con estanflación, los precios al consumidor habrán subido más del 100 por ciento al cumplirse tres años en Macrilandia, cerrarán sus puertas decenas de pymes, habrá despidos masivos en sector público, la pobreza aumentará, la cotización del dólar superará las fantasías del empresario Cristiano Ratazzi. La inflación de los artículos de primera necesidad superará la media. Minga de futurología… basta con proyectar lo que ya ocurre, agravado, combinar costumbrismo para lo actual con memoria sobre el pasado cercano.

El consultor VIP Miguel Ángel Broda clamó semanas atrás por más ajuste y comedores populares abiertos 7x24x365, cual si fueran maxiquioscos. El cínico no se pregunta de qué modo subsistirán los comedores, asediados por los tarifazos, el aumento del costo de la comida y, en especial, de la cantidad de comensales que asistirán. 

Todo esto ya pasó en la Argentina. La reiteración genera tristeza y agobio, que este cronista confiesa para no ser mendaz y que cree advertir en crecientes capas de la sociedad civil. Casi todos están cayendo, pocos llegan airosos a fin de mes.

Lo peor está por venir, las misiones del Fondo pasarán a corroborarlo y acentuarlo, si el gobierno “flaquea”.

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Brotes verdes mustios: Piso fértil para el oxímoron, la narrativa macrista. O para dar, en medio del bosque que se incendia, con un bonsái que se salva y que hará tendencia.

O, por qué no, inventar brotes verdes mustios. Por ejemplo:la Bolsa subió, el Merval es gauchito: delicias de una timba irrelevante como un garito de pueblo, aunque seguramente más tramposa. El riesgo país bajará pronto, hay que estar atentos, mocionan economistas de universidades privadas sin inquirirse cuánto impacta dicho indicador en el precio del pan, la carne, la energía eléctrica, el gas, la vestimenta y otros consumos de primera necesidad.

La recesión puede ayudar, remachan intelectuales orgánicos de Cambiemos, porque la merma del consumo puede atenuar la inflación. Osamos incursionar en la jerga técnica: la recesión deja de ser (por lo menos, plenamente) un perjuicio, un retroceso, una “turbulencia” porque sirve a la vez como instrumento. Lástima, agregan economistas gurúes, que la malaria puede impactar a la baja en la recaudación fiscal. En tal caso, no podríamos honrar las metas del FMI y habría que ajustar más. El círculo vicioso de los programas de derecha, narrado por sus hinchas.

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Lugares comunes: Entre los daños colaterales de la debacle hay que computar la proliferación de lugares comunes neo-conservadores. Demasiadas personas “viven” del Estado, muy pocas pagan impuestos, el más clásico. Ignora que los más humildes pagan IVA sobre todos sus ingresos que gastan al toque.

O que los jubilados son, en general, trabajadores que aportaron.

Los subsidios son veneno, otra sandez con buena prensa. Se inventaron acá, aducen o casi aducen “formadores de opinión” carentes de lecturas. 

La experiencia comparada los refuta. Los países centrales subsidian sectores no rentables de la economía porque les atribuyen externalidades positivas. Los farmers norteamericanos, los pequeños productores agropecuarios en Europa, laboriosos y apegados a la tierra, pero “no competitivos”si se toma en cuenta exclusivamente solo el costo final de sus productos.

Va una muestra impresionista del gasto social en el techo del mundo. Se podría ampliar con facilidad, se solicita el auxilio de lectores con buena data.

Cenizas quedan del desbaratado estado benefactor británico. Aún así, los remedios recetados se venden en tarifa plana, todos al mismo (bajo) valor. Los mayores de 60 años los reciben gratis, tanto como pases para el transporte público.

El 10 por ciento de los ciudadanos percibe subsidios para pagos de energía que combata el frío; lo llaman”fuel poverty”. 

Hay subsidios para inquilinos también.

En buena parte de Francia las empresas están obligadas por ley a reembolsar la mitad del abono al transporte público para el trayecto entre el domicilio habitual del empleado y la empresa. La empresa deduce ese gasto de impuestos. 

Los alimentos merecen rancho aparte o, por lo menos, párrafo aparte.

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El pan nuestro de cada día: El precio del trigo aumentó en todo el mundo, vale. Pero en Francia el precio del pan se elevó menos que en la Argentina, que produce más harina. En París un kilo de pan cuesta 2,70 euros, onda 86 pesos al cambio oficial de anteayer. No hace falta la bola de cristal para presumir que el precio argentino le pasará cerca en poco tiempo. De cualquier forma, la comparación cabal sería cotejar cuántos kilos de pan puede comprar un francés con sueldo mínimo o medio versus un argentino en igual condición. Quedaría claro que el pan es mucho más costoso en estas pampas que en otros pagos,

El maíz es hiper subsidiado en Estados Unidos para fomentar superproducción y consumo barato. Por ese motivo desde hace décadas, el pop corn es regalado y las gaseosas que usa “corn syrup” (jarabe de maíz, ponele) también. Los gringos comen por gusto, pero, como todas las comunidades, se atracan con lo que es rico y cuesta chirolas.

Funcionarios locales e internacionales mentan a la pobreza, como una condición comparativa, estática a menudo: un conjunto al que se debe atender. Jamás como portadores de derechos, palabra rechazada en su diccionario. 

En plena cuesta abajo vale la pena rememorar la crisis que se incubó antes y estalló en el 2001. El cúmulo de circunstancias políticas e históricas es irrepetible, el impacto del empobrecimiento en la vida de los argentinos apunta a tener marcadas similitudes. El macrismo renunció a las regulaciones, desbarató los organismos de control, discontinuó o minimizó programas o medidas anticíclicas. Por propio designio, agravó la situación. 

A esta altura, afronta un nuevo desafío: amortiguar las consecuencias más feroces de la crisis, que fuerza a imaginar nuevas políticas sociales o medidas económicas.

¿Y si poder comer sana y dignamente tres veces al día fuese un derecho? ¿Y si cupiera ese sayo a estar calefaccionado en invierno sin quebrar el patrimonio de la familia? ¿Y, si como propuso un fallo de la Corte Suprema, fueran confiscatorias las tarifas con impacto desproporcionado al patrimonio de los usuarios?

Talar el acceso a bienes básicos, en aras de un supuesto sacrificio compartido, es inequitativo y, opina este cronista, inconstitucional. En términos valorativos: salvaje. La Argentina se inclina hacia ese riesgo que exigiría creatividad y nuevas herramientas. Difícil que esa necesidad quepa en las mentes o la libido de las élites de derecha, nativas o visitantes.

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Pobres y crisis hubo siempre: Crisis hubo siempre, esta es una de tantas, arguyen los oficialistas confesos y ciertos admiradores tímidos u observadores epidérmicos. 

Claro que la Argentina tiene problemas estructurales, endémicos o recurrentes. La restricción externa sin ir más lejos, estudiada por los heterodoxos y no por los cerebros de la derecha. Pero hacer política implica moverse dentro de lo real disponible y, cuando hay plafón, ampliar sus márgenes. Puesto de otra manera, la verdadera política es lo que se consigue dentro de las tendencias dominantes o hasta inmodificables. 

La derecha gobernante autóctona sabe ser más extrema que las de países vecinos o cercanos. “Nadie” abrió la economía como la Argentina en 1990 o desde fines de 2015. Ningún país “serio” (ni los chistosos, en general) se priva de fijar límites y plazos a la salida de los capitales que ingresan a bicicletear en la City.

De nuevo: Macri desreguló a lo pampa, fomentó importaciones y fuga de divisas. Se desentendió del cuidado de las fuentes de trabajo, de mantener a raya los precios de los productos que integran “la mesa de los argentinos”.

Subsumir esta crisis en las precedentes, restarle peculiaridad y responsabilidades, constituye una coartada en el relato oficial y una justificación capciosa de intelectuales o periodistas que no llevan la camiseta amarilla, pero son permeables a los dictados de la moda discursiva.

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Los hunos y los otros: Los funcionarios del FMI son seres extraños que sobreviven sin tener corazón. No representan a nadie en este país, al que no pertenecen ni les interesa. Que reclamen consenso político y acompañamiento de la sociedad es un vejamen adicional. O, si usted está de buen humor, una tomadura de pelo. 

El Gobierno sí fue elegido y representa a la ciudadanía. Sería pavote enojarse porque el Fondo prescinda de propuestas para el crecimiento o para atenuar el sufrimiento de millones de argentinos. Preocupa y atemoriza que el macrismo no las contenga en su menú, aunque es lógico conociendo las anteojeras ideológicas de sus cuadros y los intereses que expresan.

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