Alvaro Uribe, la piedra en el zapato de las FARC

Alvaro Uribe, la piedra en el zapato de las FARC

Análisis. El entonces presidente se propuso acabar con las FARC con su política de “seguridad democrática”.

Toda su campaña electoral de 2002 se apoyó en un duro discurso contra las negociaciones de paz que infructuosamente llevó adelante durante tres años el gobierno del conservador Andrés Pastrana con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Y la suspensión de esos diálogos, en febrero de 2002 por falta de resultados, y el inmediato secuestro de la candidata presidencial Ingrid Betancourt y su compañera de fórmula, Clara Rojas, le dieron nuevos bríos.

De un sombrío cuarto lugar, Alvaro Uribe trepó rápidamente al primero con el 60% de adhesión y dejó sin chances al aspirante liberal Horacio Serpa. Prometiendo acabar definitivamente con la guerrilla, unos meses más tarde obtenía el 54% de los votos en las elecciones presidenciales, imponiéndose en la primera vuelta. El día de su asunción, el 8 de agosto, las FARC lo recibieron bombardeando las cercanía del Palacio de Nariño con garrafas de gas: 21 muertos y decenas de heridos. Uribe no olvidaría esa afrenta.

Así, comenzó su presidencia con una idea fija: acabar militarmente con la guerrilla, apoyado en su política de “seguridad democrática”. Si bien no logró derrotarla en el campo de batalla, le asestó los más duros golpes a las FARC, que por entonces llevaba 40 años en la lucha armada clandestina y que se había fortalecido, en la última década, tanto militar como políticamente. La guerra fue abierta y en todos los frentes.

El primer gran golpe a las FARC fue la captura en Ecuador, en enero de 2004, de Simón Trinidad, figura clave en los diálogos con Pastrana, economista y el primer miembro del Estado Mayor guerrillero en caer en manos del gobierno. En diciembre de ese año fue extraditado a EE.UU. bajo cargos de narcotráfico y lavado de dinero. Allí sigue purgando una condena a cadena perpetua.

En septiembre de 2007 cayó en un bombardeo el “Negro Acacio”, jefe del poderoso Frente 16 de las FARC y protegido de Iván Márquez, el hombre que condujo estas negociaciones con el gobierno. Raúl Reyes llevaba casi 30 años en las FARC. Pertenecía al Secretariado, el máximo órgano de conducción guerrillero, era el “canciller” y virtual número dos de la organización. Reyes murió en la Operación Fénix, en marzo de 2008, junto a otras 17 personas, en su mayoría guerrilleros, en un bombardeo en territorio ecuatoriano, lo que provocó un fuerte conflicto diplomático entre Quito, Bogotá, Caracas y la mayoría de los países de la región. Poco le importó a Uribe, que siguió adelante con su política de guerra abierta, con Juan Manuel Santos, actual presidente, como ministro de Defensa.

Dos días después cayó otro miembro del Secretariado, Iván Ríos, a quien su custodio le cortó la mano para llevársela al ejército como “prueba de muerte”. El 2 de julio de 2008, Uribe sorprendió otra vez al mundo. En un helicóptero llevado a la selva del Guaviare con insignias de la Cruz Roja, el ejército engañó a la guerrilla y liberó a 15 secuestrados, entre ellos Ingrid Betancourt, y tres agentes estadounidenses en poder de la guerrilla desde 2003, en la famosa Operación Jaque.

Dos años después, unos 300 hombres de las Fuerzas Especiales redujeron a 40 guerrilleros en el Guaviare y liberaron a otros cuatro secuestrados, en la Operación Camaleón. Entre ellos estaba el general Luis Mendieta, hasta entonces el policía de más alto rango en poder de las FARC. Aunque en septiembre de 2010 hacía un mes que Santos era presidente, el ataque se planeó bajo el gobierno de Uribe. En el golpe más duro para las FARC hasta entonces, la Operación Sodoma, un brutal bombardeo sobre su campamento, acabó con la vida del Mono Jojoy, el más despiadado miembro del Secretariado guerrillero y uno de los más buscados.

Ahora, 14 años después de haber asumido la presidencia y a seis de haber dejado el Palacio de Nariño, Uribe se vuelve a convertir en la piedra en el zapato de las FARC. Como impulsor del No al acuerdo de paz tiene en sus manos la llave para destrabar, o no, esta compleja coyuntura política. Acaso, el ex presidente y los líderes guerrilleros se vean las caras en La Habana. No resultará fácil arrancarle muchas concesiones.

Comentá la nota