El alambrador que le disparó a sangre fría a un puestero anteño fue apresado por orden del juez Mario Teseyra. Otro juez de Metán, Sebastián Fucho, levantó una cautelar y le dio vía libre a la banda de alambradores
Los desalojos, sin embargo, son una potestad exclusiva de los jueces y la custodia con armas de fuego, una licencia permitida solo a la Policía y algunas agencias de seguridad reguladas por el Estado.
José Luis Palavecino, tal el nombre completo del cowboy reencarnado en la localidad santiagueña de Monte Quemado, es el jefe de los alambradores con los que puesteros criollos de La Choya se toparon en esa finca el pasado 1 de julio.
Uno de los pastajeros que salió al paso de los intrusos, Sixto Ruiz, recibió un disparo a sangre fría. La bala le atravesó el pecho, rozó el corazón y salió entre dos costillas dorsales. El hombre llegó agonizante al hospital de Joaquín V. González, donde los médicos apenas pudieron salvarle la vida.
Ruiz siente que sigue vivo “sólo porque Dios así lo quiso”, de modo que a ese designio divino Palavecino debería agradecerle también que los cargos penales en su contra sean por tentativa de homicidio y no por una muerte consumada.
Zona dura
“Grupos Armados hostigan a familias campesinas de Anta”, tituló El Tribuno, en su edición del viernes 24 de agosto, cuando recordó que los responsables del intento de asesinato seguían sueltos en esas tierras que, a uno y otro lado del Canal de Dios, tienen un infierno dominado por malhechores.
En su rauda huida desde La Choya, José Luis Palavecino olvidó el documento de identidad en el campamento del grupo de alambradores que lideraba. Esta evidencia llevó a su detención, días atrás, en Monte Quemado, población situada sobre la ruta nacional 16, en el noreste de Santiago del Estero.
El dueño del DNI, el mismo que ofrecía con tarjetas personales sus servicios de picadas, alambrados, custodia y desalojos de campos, está detenido en Metán, a disposición del juez penal Mario Teseyra.
Luego de los hechos del 1 de julio, en el campamento del grupo de alambradores que comandara Palavecino, policías de la Unidad Regional 5, con sede en Joaquín V. González, se dieron con armas y municiones de distinto calibre.
En las fotografías del informe que el Departamento de Criminalística elevó a la Justicia, resalta un rifle Stunger con mira telescópica.
La disputa ocurre en una zona de narcos y lluvia de cocaína
La zona de La Choya no sólo es asolada por grupos que prestan servicios de “desalojos” y más de una vez fueron vistos enfrentados en esas tierras, a miembros del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (Mocase), con armas de guerra y chalecos antibalas.
En el límite tripartido de Salta, Santiago del Estero y Tucumán la droga llueve desde avionetas que ingresan desde Bolivia con cocaína de máxima pureza y desde Paraguay con cargamentos de marihuana.
El epicentro de la “lluvia de droga”, como la denunció la Justicia Federal de Salta en 2009, luego del secuestro de 800 kilos de cocaína arrojados desde un avión, registra entre 10 y 16 vuelos ilegales cada día. Esto, sin contar los que el radar instalado en Santiago del Estero como parte del programa Escudo Norte no llega a detectar por los rangos de altura.
Se presume que muchos de estos vuelos se relacionan con fumigaciones de campo, pero la lluvia blanca sigue cayendo en esos campos donde el auge de la soja y las crecientes cotizaciones de las tierras orejanas mezclan las ambiciones de toda clase de rufianes.
La zona tripartita aparece como un espacio vulnerable en materia de seguridad. El narcotráfico lo eligió precisamente por esta razón: su extensión y baja densidad poblacional dan cuenta de la histórica escasa presencia de fuerzas de seguridad.
La denominada “lluvia de droga” ha motivado en los últimos años que los controles y el patrullaje de la zona se intensificaran. Luego de extensos análisis de las fuerzas federales y provinciales, la Justicia, el Gobierno nacional y las provincias norteñas, surgió el “Escudo Norte” como el ensayo elaborado para proteger una extensa y caliente región.
Una medida que dio vía libre a los alambradores
Puesteros criollos denunciaron en la Policía de Talavera la usurpación de La Choya utilizando los “servicios” de alambradores armados.
El grupo familiar hostigado en La Choya tiene 4 nenas y 3 varones, con edades que no llegan a 10 años, quienes viven atemorizados.
Tras el grave incidente ocurrido en La Choya el 1 de julio, el juez correccional de Metán, Sebastián Fucho, dictó una medida de no innovar en esa finca donde una familia criolla, que encabeza María Guillermo Argañaraz, acredita derechos y constancias de una posesión pacífica e ininterrumpida desde un siglo atrás. Son cinco generaciones allí nacidas y criadas.
La cautelar dictada el 3 de julio apuntaba a evitar que se repitan hechos de violencia en esa finca que tiene 3.054 hectáreas en Salta y 700 en Santiago del Estero, separadas por el Canal de Dios, límite interprovincial desde 1980 por ley 22347.
El día después de ordenada la medida de no innovar, un empresario santiagueño, Gustavo Marcelo Saad, pidió su levantamiento. Para ello esgrimió derechos sobre La Choya con una escritura de 1960, según la cual su fallecido abuelo, Abraham Safir Saad, habría comprado la fracción a una empresa identificada como Quebrachales Asociados del Norte.
Curiosamente, y a diferencia de los planos de mensura que guarda la familia Argañaraz, la finca aparece en esa escrituración como “Choya” y no como “La Choya”; con una extensión 1.874 hectáreas, y no de 3.754; e identificada con el catastro 9-000085, y no como matrícula 9-000137, como consta en la documentación con la que puesteros criollos denunciaron en la Policía de Talavera la usurpación de esa finca utilizando los “servicios” de alambradores armados.
El 25 de julio, el juez Fucho procedió al levantamiento de la medida de no innovar, pese a los puntos contradictorios y los antecedentes que existen en fincas vecinas, como Pilpintos, donde escrituras presentadas por familiares de Saad tienen iniciados juicios de nulidad, con gruesas observaciones en el estudio de títulos encomendado al escribano santiagueño Segundo Villavicencio.
Levantada la cautelar, los alambradores retomaron en La Choya los cercamientos que el supuesto heredero santiagueño de la finca contrató con Palavecino el 26 de junio último.
Esta relación, asumida en la misma presentación que Saad hizo el 4 de julio ante el juez Fucho, lo colocaría como posible instigador del hecho criminal que investiga el juez Teseyra.
Hasta con policías
María Guillermo Argañaraz junto a sus hijos Rovin, Timoteo, Eduardo, Soledad y Eneida denuncian a los cuatro vientos que los alambradores avanzan en su finca, localizada a 25 kilómetros de Talavera, ahora con policías de esa población anteña a los que Saad les paga adicionales para amedrentarlos.
“Les pedimos que nos muestren la orden judicial por la que se metieron en nuestra finca con los intrusos, pero se niegan a mostrarla”, denunció Rovín Argañaraz.
El joven puestero también señaló las presiones cotidianas con las que convive en su finca. El grupo familiar hostigado en La Choya tiene cuatro nenas y tres varones, con edades que no llegan a 10 años, quienes viven atemorizados por macheteros, alambradores, desalojadores, matones armados y uniformados a sueldo.
A Francisca le quemaron la casa y la silla de rueda
Los grupos criollos que habitan en fincas recostadas sobre el límite con Santiago del Estero, como La Choya, Pilpintos, Halladito, Suri, Vinalito, Roca, Cordillera y Lorena, no son las únicas que sufren las tropelías de matones contratados para desalojarlos de esas tierras. La precariedad de las posesiones también se presta a atropellos de grupos armados en otros rincones del chaco salteño.
En la zona de El Quebrachal y Tolloche aún está fresca la indignación que inundó a toda Anta desde Ico Pozo en 2011.
En el mencionado puesto, forajidos irrumpieron por encargo para desalojar a una anciana de 72 años, inválida. A la pobre mujer que allí vivía con parte de su familia le quemaron la casa y hasta la silla de ruedas.
No conformes, los desalojadores a sueldo le dinamitaron el pozo de agua de donde se proveía que la familia utilizaba para el consumo humano, las actividades domésticas y para los animales de cría.
La trama subyacente
Ico Pozo forma parte de una gran estancia, que estaba en manos de Santa Kandelaria, una empresa de la familia Gatti Rapallini, con oficinas en Buenos Aires. Detrás del caso de doña Francisca asomó un entramado urdido para desalojar a pastajeros con antiguas raíces en esa finca.
El primer capítulo de la trama, en la que también intervino el juez Fucho, se escribió en septiembre de 2010, cuando el abogado José Retuerta, apoderado de Martina Veleizán, hija de doña Francisca, llegó a un acuerdo económico con Gatti Rapallini para desocupar esos puestos.
En octubre, el mismo abogado, esta vez como apoderado de Enrique Gatti Rapallini, presentó una demanda contra Francisca y siete de sus parientes, de apellidos Valeizán y Rodríguez. Retuerta solicitó al juez Fucho una medida cautelar y la inmediata expulsión de los nombrados, acusándolos de usurpar esa parte de la finca Ico Pozo.
El 25 de noviembre, menos de un mes después, el juez correccional de Metán hizo lugar a la medida solicitada y ordenó el desalojo de la anciana y sus parientes, quienes no habían firmado ningún convenio. La Justicia nunca aclaró los crímenes con los que procedió al desalojo. Francisca terminó confinada en una pieza en El Quebrachal.
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