Otra matanza en Egipto: un grupo islamista ejecutó a 25 policías

Otra matanza en Egipto: un grupo islamista ejecutó a 25 policías
En El Cairo hay tanques y puestos de seguridad por todos lados. Se teme que crezca aún más la violencia estos días. Fue en el Sinaí. Los agentes iban en un ómnibus y fueron atacados por jihadistas. Los mataron a quemarropa.
Apenas si asoma la cabeza y los hombros por encima de la torreta del tanque. Transpira bajo el casco y el chaleco antibalas. En un momento logra sacar el brazo por entre el fusil y secarse la cara. Se acomoda el uniforme. Las cámaras incomodan al soldado pero no se permite salir desaliñado en las noticias internacionales. Forma parte de un pelotón que custodia una de las entradas a la emblemática plaza de Tahir, en el centro de El Cairo, a menos de cien metros por donde corre el mítico Nilo. El mediodía en este desierto crea un clima de siesta, pero los soldados permanecen alertas. Hace un momento que la televisión mostró las imágenes de 25 policías muertos en el desierto del Sinaí, cerca de la frontera con el territorio palestino de Gaza. Fue un ataque islamista salvaje.

Puede estar todo más tranquilo en el centro de El Cairo, tras una semana que dejó casi mil muertos, pero se sabe que no durará. La lucha por el poder en Egipto entre los islamistas y los liberales, entre los militares que quieren conservar el poder que les dio la dictadura de 30 años caída en el 2011 y las fuerzas democráticas, entre los islamistas moderados y los jihadistas que vinieron de todos los países árabes para iniciar aquí una nueva guerra religiosa, apenas comenzó.

Los tanques están por todos lados. Hay retenes de seguridad y vallas en las principales autopistas y avenidas que hacen aún más caótico el tráfico imposible de los cairotas. El domingo, el comandante del Ejército y jefe del golpe del 3 de julio, el general Abdel Fatá al Sisi, había advertido a los islamistas de que no tolerará “la destrucción del país y su gente, o el incendio de la nación”. No quiere más acampadas o “barrios liberados” como los que sostuvieron por un mes y medio los seguidores del depuesto presidente Mohammed Mursi. Confirmaba la línea dura emprendida desde el día del golpe que dejó 80 muertos. Y los 600 del miércoles pasado, cuando desmanteló los campamentos donde se parapetaban los Hermanos Musulmanes o los otros 200 (o muchos más y miles de heridos) del “viernes de la ira”. Más los otros 36 del domingo, presos que intentaron escapar con la ayuda de un grupo externo y que la policía exterminó sin remedio. Los uniformados perdieron también unos 70, entre policías y soldados. Y ayer, en el desierto de la península del Sinaí, un grupo jihadista que se hizo fuerte en esa zona hace meses emboscó a un ómnibus que llevaba un grupo de policías hacia el puesto fronterizo de Rafah.

Los atacaron con lanzagranadas y los obligaron a bajar. Cuando los tenían al pie de la ruta, hicieron que los 25 policías se arrodillaran y los mataron con tiros en la nuca. El grupo jihadista, del que poco y nada se sabe, opera en el desierto e intentó sin mayor éxito varias incursiones en territorio israelí. Hace dos semanas, las fuerzas especiales israelíes los atacaron con drones, aviones no tripulados, sin que se sepa del resultado.

Pareciera que estos dos actos –la matanza de los presos y la de los policías– da comienzo a un espiral sin destino ni final de actos de venganza de uno y otro bando. Algo de esto me cuenta la gente de la calle Sharabeia en el barrio de Shubra, no muy lejos del centro de la ciudad. El taxi en el que viajo revienta una cubierta y no tenemos más remedio que terminar en este espacio empobrecido, encerrado entre dos autopistas. El gomero me cuenta que acá votaron todos a los Hermanos Musulmanes de Mursi, pero que no todos estuvieron contentos con lo que estaba sucediendo con su gobierno. “Pero la matanza de la semana pasada nos volvió a unir a todos. Fue una masacre y eso no se puede olvidar”, cuenta a través de la traducción algo desprolija del taxista. En el café de al lado de la gomería está Mahmud Maffusi, sentado en una de las mesas y siguiendo con curiosidad lo que conversamos. Lanza una bocanada de humo de su narguile de tabaco aromatizado con esencia de durazno y saca una sonrisa socarrona. “No sólo estamos juntos. Queremos venganza”, dice aspirando nuevamente de la manguera y dejando que la pipa de agua haga burbujas blancas. En la esquina hay un pequeño tumulto. Dicen que son unos chicos que se pelean. “Creo que están haciendo callar a uno que anduvo diciendo cosas que no debía”, comenta el gomero entre dientes y después calla él hasta que deja la rueda colocada y el taxista se apura para que salgamos.

Lo que dicen en la calle Sharabeia es lo que había expresado en una rueda de prensa a la media tarde el doctor Hani Nawara, de la Alianza contra el Golpe. “Atacaron a los heridos y las ambulancias cuando intentábamos sacarlos”, expresa. Y lanza una estocada profunda: “Lo que sucedió ni los sionistas lo han hecho con los palestinos”. Todo se dirime aquí a sangre y fuego. Apenas una tregua de unas horas en El Cairo y todo revienta en el Sinaí. Aquí, en las calles de la antigua ciudadela corre el rumor de que si hay un respiro en la capital será apenas para reagruparse. La semana de la ira continúa y todo va a confluir en otra jornada de lucha del viernes, tras el primer rezo de la mañana. Es probable que entonces el Nilo vuelva a tener reflejos rojos como sucede cada vez que los egipcios se disputan el poder desde hace siglos y siglos hasta Osiris. Mientras algunos piensan en quién puede ser el clon actual del faraón Narmer que la leyenda asegura logró unir a la gente del Mediterráneo (cerca de la actual Alejandría) con la de la primera catarata de Aswan emergiendo la primer capital unificada y la paz entre los habitantes del Nilo alto y el bajo hace 3.000 años.

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