Se multiplican, especialmente en las zonas más pobladas.
Aunque las grandes empresas de supermercados se instalaron en toda la ciudad y conformaron epicentros de consumo, no lograron desterrar el clásico almacén de barrio. En la ciudad cada vez son más, y en cada cuadra que se suma a la trama urbana también se incorpora una pequeña despensa. Una ventana en el frente de una casa, un garage que se transformó en comercio o locales especialmente preparados sirven como espacios de venta.
Los números son contundentes: a la fecha hay 1555 mercados habilitados en toda la ciudad. De éstos, 800 fueron dados de alta en los últimos seis meses del año. No sólo este crecimiento denota que los pequeños almacenes son un medio de subsistencia, sino que de todas las nuevas licencias que otorgó la Subsecretaría de Fiscalización Externa en 2015, la mitad fueron mercados. “Se habilitaron 1600 licencias de comercio en distintos rubros. Los almacenes se llevan el 50 por ciento del total”, detalló Ariel Di Lena, director de Comercio del Municipio.
Nacieron por una necesidad familiar en la búsqueda de una fuente de ingreso y dieron respuesta inmediata a los vecinos de cada barrio en sus urgencias diarias. Los atienden las familias. “Poner un empleado es muy costoso”, coinciden todos. Su esencia familiar llega hasta el origen de su nombre. Por lo general se llaman como el más chico de la familia, la combinación de todos los nombres de los hijos o el nombre de la abuela que cocinaba para todos los domingos.
“Hoy se puede sobrevivir con esto. En algún momento se pudo vivir, pero estamos sobreviviendo. Hay poca plata y se nota, ahora y a fin de mes también. Hasta que podamos vamos a seguir con esto”, contó Miguel Villalobo que atiende junto con su familia un almacén en el barrio Villa Ceferino.
Subsistir
La competencia para ellos no es sólo el hipermercado, sino los mismos comercios que proliferan en cada cuadra. “Por ejemplo, yo alrededor, en un radio de tres cuadras, tengo ocho negocios. Tres que están en tomas y no están regularizados”, dijo Selva Sánchez del barrio Gregorio Álvarez, quien agregó que se suma también la competencia de los puestos de frutas y verduras en las calles y las ferias en las plazas de los barrios. “Nosotros pagamos todos los impuestos. Por ejemplo, yo pago 10 mil entre alquiler, licencia y luz. Es competencia desleal”, agregó Álvarez.
“No sólo los supermercados son competencia, porque acá no se hace la compra del mes. Competimos entre nosotros. Están todos los que empiezan a abrir y la gente, por comodidad, va al que tiene más cerca, antes de caminar dos cuadras y venir a éste”, agregó Villalobo.
La mayoría comenzó con un pequeño rubro y, a partir de la demanda, fueron ampliando la oferta. “Empezamos con verdulería y después fuimos incorporando cosas porque la gente nos pedía. Vendemos lo que la gente puede pagar, lo que no se compró en el supermercado o lo que necesitan para el día. Azúcar, papas, gaseosas y jugos es lo que más vendemos”, detalló Agustina Carlqui, de barrio El Progreso.
Algunos fían, otros sólo a los viejos clientes. Nunca les falta lo imprescindible porque de eso viven. Trabajan gran parte del día y los 365 días del año. Para los vecinos son necesarios, para ellos su fuente de ingreso. La charla circunstancial y qué pasó en el barrio son también parte de la compra. A pesar de que los grandes hipermercados se duplican en la ciudad, y se convierten en imprescindibles una vez que están.
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