Néstor Basurto ama la música. Vive en Lanús, su lugar en el mundo. La pasión por el barrio, la herencia cultural de sus padres, el aprendizaje autodidacta y su nuevo disco, “Recalada”, son algunos temas que atraviesan la entrevista.
Entre la música y los amigos de siempre, entre los sonidos de esta tierra y el barrio, Néstor construyó su camino. Autodidacta, se convirtió en cantor, arreglador, autor y compositor. Conoció a destacados artistas, pero rescata especialmente el recuerdo de uno de ellos, el inolvidable Rubén Juárez, que hace un año se fue de gira.
El primer trabajo de Basurto fue “La vieja ausencia”, en 1994. Tuvieron que pasar 17 años para que emprendiera un proyecto nuevo, “Recalada”, en la que participan artistas como Oscar Alem, Carlos De La Pena, Pablo Fraguela, Pablo Giménez, Mariano Lucesoli, Sebastián Luna, Daniel Falasca, Franco Polimeni, Lucila Juárez, Daniel Maza y Daniel Gómez, junto a otros. Entre sus dos discos, Néstor colaboró con los trabajos de más de noventa colegas.
Siempre mirando desde el Sur, aquí cuenta su historia de vida y sus proyectos.
-¿Qué recordás de tu infancia en la región?
-Tuve la infancia más feliz, humilde, junto a mis padres Pilar y Ricardo Carlos “Mardel”, como era conocido. Cantaban folclore y tango. Yo vivía en el barrio de Villa Barceló, en una calle de tierra, con amigos entrañables, un baldío para jugar a la pelota. Mi música apunta en todo su esplendor a eso, al barrio, y a todo lo que confluye en él, mi vieja, los amigos, los jardines, los gorriones, el fútbol, que es como una religión en mi casa. A los veintidós años me fui a Rosario y estuve allí durante cinco años. Lo hice por un berretín propio, estaba trabajando con un cantautor que estaba muy arraigado a esa ciudad de Santa Fe y me ofreció trabajar allá. Coseché mucho trabajo como violero, con la mayoría de tangueros de esa época. Luego decidí pegar la vuelta, porque uno siempre sigue volviendo a los lugares donde creció. El tema del desarraigo es feo, uno continúa volviendo a buscar cosas que ya no están pero siempre las ve.
-¿Cómo fue tu formación?
-Totalmente autodidacta, hasta el día de la fecha. No se daban las condiciones en mi casa para estudiar en un conservatorio, mis viejos no tenían el dinero para poder pagarlo, apenas si podían pagar la cooperadora del colegio. Pero tuve otra escuela. Los familiares, parientes, cantaban todos, empecé a estudiar con un tío y después con amigos de mi viejo, además me iba cruzando con muchos músicos. No dejo de asombrarme, las cosas que hago son muy complejas, he recibido la mano de tipos como Roberto Calmo, que me explicó la cuestión teórica.
-¿Elegís el tango o el folclore?
-Ninguna de las dos cosas. Soy un eterno alumno, un tipo que trata de estar aprendiendo constantemente, soy un militante de la música, me gusta andar hurgando, no quiero quedarme con lo que aprendí. Existe esa discriminación entre los músicos de tango y de folclore que me parece una mentira, de hecho los primeros tangos que existieron fueron de la gente del interior, tangos camperos, de hecho Carlos Gardel era un cantor nacional, hacía de todo, canciones camperas, milongas, tangos. Hay que conocer los géneros, no hablo de separar las cosas, todos tienen la particularidad, lo bueno es tener un conocimiento, cómo se ejecuta una zamba, cómo es una cueca norteña, un vals rioplatense, una milonga ciudadana, el chamamé, la polka. Hay que curtirse, andar con la gente del interior.
-¿Por qué el nuevo disco se llama “Recalada”?
-El título del disco es un tema que Alejandro Szwarcman le escribió al boliche que pertenecía a Rubén Juárez. Me tocó en suerte ponerle música junto a Raúl Luzzi. El disco poco a poco se fue tornando en una recalada, sin haberlo calculado. En la grabación hay cincuenta músicos distintos, en una noche, suceden cosas que después no sucederán más, músicos que quizás no se juntan mas, o ya nos dejaron. Es casi antológico.
-¿Cuál es el recuerdo de Rubén Juárez?
-El más lindo, tierno, es mi máximo referente, uno de mis mejores amigos, de los más entrañables, tuvo el gesto más maravilloso para conmigo, el gesto de acompañamiento, de amigo, de padre. El negro fue uno de los tipos que más me brindó, en este ámbito tan hostil donde hay mucha envidia, choque de egos, hay artistas que están mirando la parva en el ojo ajeno. Juárez, cada noche que se presentaba en el café Homero llevaba a sus amigos, con el fueye, presentaba a distintos cantores, le abría las puertas, la jaula de los pájaros, nunca me voy a olvidar de eso, siempre voy a estar agradecido, el mejor homenaje que se puede hacer es defender su obra.
-¿Cuáles son tus expectativas?
-Las mismas que hace treinta años, seguir componiendo, hacer música desde el corazón y no desde la especulación. Quiero seguir estudiando, para continuar teniendo la inquietud. Aprender a tocar el fueye, que es algo pendiente, y que la música me siga conmoviendo, que me dé la posibilidad de asombro. Eso que hace que el corazón siga latiendo, que el alma de uno se siga manteniendo
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