Fue el gran ganador del clásico. En la previa supo absorber toda la presión del lado canalla, con su planteo táctico logró maniatar a Newell's, y con esta victoria alimentó el efervescente halo místico...
Russo fue amo y señor ayer en Arroyito. Lo manejó antes, durante y después. Eclipsó las situaciones de contexto con astucia, clase y esa estirpe guerrera que se le impregnó en las venas por sus cuatro pasos por Central.
Su posición e influencia se notó hasta en los detalles. Incluso cuando los dos ya estaban en la cancha antes del pitazo inicial, fue el propio Russo el que tomó la iniciativa, se trasladó hasta el banco rojinegro y saludó con la mano a Berti y Trezeguet. Fue una manera de marcar el terreno. Sólo con un gesto.
El DT auriazul relativizó las especulaciones previas y con inteligencia trasladó el desarrollo del partido al terreno que más le convenía. Triunfó en el pizarrón y también sobre el césped. Y si Newell's nunca encontró serenidad y comodidad para expresarse, fue un mérito total de su ingeniería.
Con la de ayer, Russo sumó su tercera victoria en siete partidos ante Newell's. El resto son cuatro igualdades. Sus otros dos gritos también fueron en el Gigante: el 4-0 en el Apertura 1997 (Da Silva, Coudet, Carbonari y Carracedo) y un 3-0 en el Clausura 2003 (Figueroa, Delgado y Messera).
Tras el final del partido Russo se quedó solo parado un rato largo cerca de su banco, con una cámara de TV que seguía cada uno de sus movimientos. El DT elevó la mirada y giró 360 grados para contemplar la amplitud del festejo de los hinchas. Luego caminó al vestuario y levantó los brazos con los puños cerrados. Se retiró como lo que es, el gran ganador del clásico.
Comentá la nota