JUAN CARLOS MESA: “LA MUERTE DE UN HIJO ES LO PEOR Y YO LO HE VIVIDO"

JUAN CARLOS MESA: “LA MUERTE DE UN HIJO ES LO PEOR Y YO LO HE VIVIDO

En mayo cumplirá 85 años, pero lejos de quedarse quieto, Juan Carlos Mesa se encuentra en pleno movimiento: se está mudando. Pronto dejará el enorme departamento de Recoleta donde vive hace muchísimos años.

El evento lo tiene movilizado y, aunque todo en la casa está impecable, él pide varias veces disculpas por el “desorden”. Explica: “Mirá, te cuento brevemente: yo acá vivía con mis tres hijos. Ellos se casaron, se emanciparon, me dieron nietas, nietos, bisnietos… Y me quedé solo con mi mujer. Es muy grande esto para nosotros y además estamos lejos de ellos”.

-¿A dónde se mudan?

-A Garín, en frente de donde vive mi hijo más chico, Juan Martín. Mi hijo mayor, Juan Carlos, vive a diez cuadras, muy cerquita. Y Juan Gabriel, en Olivos. Quiero estar cerca de ellos.

-¡Qué estrés mudarse!

-No me hables, sobre todo cuando uno tiene la edad que tengo yo y que tiene mi mujer…Ella es más joven, pero igual somos los dos grandes, de manera que no es el tiempo ideal. Pero bueno, en eso estamos. Es una casa que tiene las comodidades que nosotros necesitamos, pero en una sola planta.

-¿Terminó de escribir el libro que estaba haciendo?

-Sí, ya está escrito.

-¿De qué se trata?

-Tiene tres estadios: primero cuenta todo lo que tiene que ver con mi niñez, mi infancia, mi adolescencia, mi noviazgo, mi casamiento, etcétera. El segundo estadio es el que está referido a mi profesión de autor. Anécdotas, la gente con la que trabajé… Y el tercer y último estadio, que le da sustento al título, “Mesamorfosis”, cuenta el día en que un autor como yo decide volver a escribir, después de haber estado mucho tiempo sin hacerlo, y no se da cuenta de que el país ha cambiado, que el mundo ha cambiado, que la gente ha cambiado… Entonces, sin que sepa su familia ni nadie, echa mano a un pseudónimo y escribe cosas non-sanctas. Algo totalmente diferente a lo que me dediqué siempre: la comedia sana. Entonces ahí se plantean una serie de temas que están vinculados al humor, como que en casa no se sepa que yo soy el autor de ese engendro.

-¿Siempre se tomó todo con humor?

-Tengo sangre andaluza; mi papá era un andaluz muy divertido, muy ocurrente, muy lleno de refranes. Mi mamá era una castañuela, era cordobesa pero hija de madrileños, mi abuelo era también muy divertido.

-Una familia divertida.

-Con una actitud de humor frente a la vida. Y la heredé… tal vez la heredó más mi hermano Edgardo, que siempre fue un gran imitador, aun cuando su carrera fuera el periodismo. Le llevo siete años a mi hermano, pero hemos tenido siempre una relación que iba más allá del hecho filial, éramos muy afectivos y seguimos siéndolo, somos muy amigos con mi hermano.

-Hace varios años dijo que su meta era llegar a los 80, ya está por cumplir 85, ¿cómo se siente?

-Cumplir 80 es todo un trance. Yo tengo 85 años y llevo 60 de casado y lo interesante es que son 60 años con la misma mujer.

-Una locura.

-Nos queremos mucho.

-¿Ella también es graciosa?

-Diría que ella me hace reír a mí con sus actitudes: mi mujer tiene mucho carácter, es docente -retirada por supuesto- pero debe haber estado acostumbrada a ser mandona con los alumnos. Desde luego que al convivir con una persona y en una casa donde el idioma del humor es bastante cotidiano, le deja algunas secuelas. Pero no tiene nada que ver con la profesión en sí. Ella ha sido y seguirá siendo mi primera televidente, mi primera oyente, mi primera lectora.

-¿Es objetiva?

-Es objetiva. Tiene un sincericidio que a mí me alegra porque yo necesito que no me mientan. A lo largo de tantos años de trabajo me acompañó, siempre estuvo sentada adelante y me dio su opinión, a veces buena y a veces no tanto.

-¿Con qué se divierten?

-Salimos menos de lo que salíamos antes. Yo dejé de manejar, no tengo más auto. No es que me haya recluido pero estoy un poco más lejos de aquellos tiempos en los que estaba más cerca de los escenarios, algunas veces arriba y otras abajo. Pero eso no significa que no esté informado de todo lo que pasa. Leo mucho, me gusta la poesía, escribo…

-¿Mira televisión?

-Televisión veo, sí. Me divierte Capusotto, me causa gracia el desenfado y los personajes que crea, como Antonio Gasalla, personajes propios.

«Calabró fue mi gran amigo». Foto: Gerardo Viercovich

-¿No le gustan los imitadores?

-También es un don, ¿no? Hay que hacerlo bien y hay gente que lo hace muy bien.

-¿Quién, por ejemplo?

-Ariel Tarico es un muy buen imitador. Martín Bossi es estupendo, tiene una gracia corporal fantástica. Es un gran mimo, además de usar su instrumento que es la voz, también usa su expresión corporal. Después está Rolo Villar, que lo admiro mucho. Me imita a mí que tengo una voz que él dibuja al milímetro.

-Su gran amigo era Juan Carlos Calabró, ¿no?

-Calabró fue mi gran amigo, trabajamos juntos en muchos programas de televisión, compartíamos el mismo estilo. Teníamos caracteres diferentes, pero como bien decía el otro día Iliana: “papá tenía el don de los sentimientos para con el prójimo pero era un poco hosco con su manera de ser y la gente confundía eso con el de una persona amargada”. Para nada, él tenía mucho humor adentro y afuera. Construimos con él una profunda y larga amistad, una amistad familiar. Teníamos y tenemos un grupo de amigos, una barra que nucleó en su momento a los Calabró, Daniel Tinayre, Carlos Rottenberg, Mirtha Legrand, su hermana Silvia y Emilio Disi. Nos reunimos durante 25 años todos los sábados.

-¿No se siguen viendo?

-Nos vemos, sí. El sábado estuvimos con Coca cenando, compartimos con Chiquita o con ella, con la gente que mantenemos esa costumbre de reunirnos a comer.

-¿Con Sofovich se llevaba bien?

-No lo frecuenté tanto a Gerardo, he tenido la ocasión de conocerlo, de tratarlo, pero no hemos sido tan conocidos como con su hermano Hugo. Lamenté mucho la muerte de Gerardo, fue un gran productor, un gran creador de ciclos. Cuando vine a Buenos Aires, en 1964, empecé a hacer televisión en Telefé -en ese tiempo Tele 11- con el gordo Porcel, y Sofovich ya estaba haciendo Polémica en el bar y yo me escapaba para ir a ver las grabaciones.

-¿Hay algún trabajo suyo que le guste más que otro?

-Yo tengo tres hijos y cuando me preguntan a cuál de ellos quiero más tengo que ser sincero y ecuánime, ¿no?, porque de otra manera no puede ser. Todos los programas que yo escribí tuvieron protagonistas que me dejaron una enseñanza, aprendí de todos ellos; aprendí de Tato Bores, de Biondi, del Dringue, de Balá, de Ana María Campoy, de José Cibrián, gente tan linda… Osvaldo Terranova, Verdaguer, es infinita la galería de gente.

-¿Es verdad que debutó frente a cámara como panelista?

-Empecé a trabajar en un programa de panel que fue Humor redondo. Fui panelista, es verdad. Era un programa donde se debatían temas de actualidad a través del humor, lo conducía Héctor Larrea. Y como actor empecé en el programa de Tato Bores. Y después, bueno, Mesa de noticias, que fue un hito. Fueron cinco años de hacer mil programas.

-¿Piensa que un programa como ese podría estar hoy en la tele?

-Absolutamente. Hay que encontrar el cauce y adaptarse, lógicamente. Yo vivo el progreso, si no me tendría que caer del mapa. En la época de Mesa de noticias no escribía con la computadora y mucho antes tenía que usar el papel esténcil con el corrector y el mimeógrafo. Pero ahora hasta tengo WhatsApp y tengo un proyecto para incursionar en las redes sociales. Mis hijos y mis nietos me tienen al día de las novedades. Ellos son los que vienen y me dicen “viejo, vos tenés que hacer algo para las redes”. Estoy tratando por todos los medios de no quedarme en el tiempo.

“Soy un cabeza dura, un taurino que como buen taurino se da con la cabeza en la pared, se golpea pero sigue insistiendo, vamos a ver con qué suerte”.

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-¿Cómo ve el humor en general?

-El humor ha sido injustamente relegado a un segundo plano en muchos aspectos: está vivo, está presente en muchísimos textos de teatros, de comedias, en muchos programas de televisión incluso. Pero es un producto que no abunda como antes.

-¿A qué se refiere?

-Me parece bien darle una inyección de alegría al pronóstico del tiempo. Pero ese humor construido en base a sketches y gags, que era un poco la arquitectura de un programa específico de humor, se ha perdido, se construye menos. Hay muchos programas de entretenimientos, con premios, con un solo conductor o con un conductor y una conductora, que desde luego para nada los desestimo; los veo, los sigo, me divierten… pero el programa de humor hecho en base a esa estructura de la que yo me serví durante tantos años, eso está ausente y es una pena porque hay muchos actores con mucho valor.

-Y guionistas…

-Desde ya, hay una conjunción y es una verdadera pena. Yo estoy siempre esperando a que me peguen el grito.

-Uno de sus últimos trabajos en TV fue con Mariana Fabbiani, en RSM…

-Sí, la quiero mucho y veo su programa todas las tardes. Creció muchísimo. Tiene una gran habilidad, un discurso nada elemental, es muy simpática. Tiene una alegría natural y, bueno, la quiero por eso, por lo que es como profesional y como persona y porque además es la nieta de un gran amigo mío, nada menos que Mariano Mores.

-¿Todos son amigos? ¿Nunca tuvo ningún enemigo?

-No, y si los tuve, creo que ya me perdonaron. La verdad es que siempre traté de hacerme amigo de la gente, la pasé muy bien, con gente maravillosa. Y todavía la paso bien, frente a la computadora, frente a mis fantasmas… Los personajes siempre son tipos que pasan de un lado a otro envueltos en una sábana.

-¿Es así?

-Y, hay que construirlos de manera tal que peguen un poco de susto en la gente: los personajes de uno son los compañeros de uno en la soledad, la soledad de escribir, estar frente a la pantalla en blanco. Hasta que viene ese duende…

-Que la creatividad te encuentre trabajando, dicen.

-Exactamente. Que a uno lo encuentre despierto y si lo encuentra vivo, mejor.

-¿Cómo está de salud?

-Tengo que cuidarme, hago mis deberes.

-¿Qué tuvo exactamente?

-Tuve cálculos en los riñones y ese problema casi me lleva al otro mundo. Hubo complicaciones, me internaron en el Sanatorio de la Trinidad de Palermo, donde he vivido tanto como en mi casa casi en los últimos años. Estuve mucho tiempo internado.

-¿Por los cálculos renales?

-Por eso y secuelas de eso. Por eso ahora tengo que cuidarme.

-¿Cómo?

-Ya no puedo caminar como caminaba antes, pero trato de mantener activa mi mente porque yo creo que eso es muy importante. Y trato de no repetir que todo tiempo pasado fue mejor, aunque haya sido mejor. Pero trato de no decirlo porque estoy desairando a toda una juventud que admiro y quiero y porque tengo hijos, nietos y bisnietos. Así que estoy feliz de poder contarlo.

-¿Entonces cómo se cuida?

-Me cuido mucho en la ingesta, yo soy bastante meticuloso, no me excedo en los alimentos, no fumo, no bebo, no tomo una gota de alcohol. Tengo un tratamiento permanente que me dan los médicos y soy muy obediente, soy un plomo total. No tengo una conducta esquiva, me someto. No me gusta improvisar ni en la salud ni en la profesión. Me gusta escribir y me gusta tomar los remedios. También hago kinesiología porque mi motricidad está un poquito reducida.

-¿Por qué?

-Las internaciones te hacen perder el tono muscular y cuesta mucho recuperarlo. Pero mejoré mucho: empecé con un andador, seguí con un bastón y ahora me manejo solo.

-¿Hubo una época en la que tampoco podía hablar?

-Fue cuando salí de mi primera operación, me habían hecho una traqueotomía y eso deja secuelas, pero enseguida lo superé. Soy un cabeza dura, un taurino que como buen taurino se da con la cabeza en la pared, se golpea pero sigue insistiendo, vamos a ver con qué suerte.

Sobre la pérdida de uno de sus hijos. «Yo sentí la necesidad de sobreponerme a través de lo que sabía hacer, no tenía otra forma de honrar la memoria». Foto: Gerardo Viercovich

-¿Su mujer le maneja todo?

-Mi mujer maneja gran parte de mi vida. Por eso te dije antes que era una mujer de gran carácter y no es que yo que sea un sometido…

-¿Siempre le fue fiel?

-Bueno, el hecho de haber convivido tantos años hace que cualquier infidelidad se sumerja en el olvido total, creo que cuento con su perdón. He sido siempre un marido y un padre cariñoso, hemos tenido una verdadera troupe en la casa. Tengo alma de gitano, como buen andaluz y siempre anduvimos con la casa a cuestas.

-Le faltó tener una hija mujer.

-Pero tengo nietas y con ellas me conecto con el lado femenino. A cada uno de mis nietos les he escrito un soneto. Tengo escrito como 60 sonetos, todos con motivos de los chicos: el chupete, salita de cinco, la calesita, placita de juegos… Si Dios y la editorial me ayudan, quisiera publicarlos después de Mesamorfosis.

-¿Por qué hay tanta diferencia de edad entre su hijo menor y los dos más grandes?

-Porque en el medio tuvimos otro hijo varón, Jorge Daniel, pero lo perdimos cuando tenía un año y ocho meses, se nos murió en Córdoba.

-Muy triste.

-Sí, lo mío fue muy doloroso porque yo escribía humor en ese tiempo y me llevaba mi máquina a la clínica donde estaba internado mi hijo, que estuvo mucho tiempo mal y se murió sin diagnóstico. Y yo tenía que escribir un programa de humor y al mismo tiempo estaba viviendo mi drama.

-¿Usted es de los que piensan que el show debe seguir?

-Sí. Es la necesidad de seguir sintiéndose vivo, ¿no? En memoria y en homenaje del que ya no lo está. La muerte de un hijo es lo peor y yo lo he vivido, pero uno se tiene que sobreponer porque es el camino que a uno le ha dejado la vida y tiene que transitarlo con la mejor entereza posible.

-Hace poco, Mariana Fabbiani se preguntaba “¿quién dijo que el show debe seguir”?

-Sí, hay una suerte de rebelión contra eso, hay mucha gente que descree de esa frase y la considera hasta estúpida, pero no es tan así. Yo sentí la necesidad de sobreponerme a través de lo que sabía hacer, no tenía otra forma de honrar la memoria.

-¿Usted era de trabajar mucho y no dedicarle tiempo a su familia?

-Es que yo escribía siempre en mi casa.

-Claro, los chicos sabían que usted estaba ahí.

-Los chicos y los grandes. Mi padre vivía con nosotros y siendo mi padre un hombre que tenía en ese tiempo la edad que tengo yo ahora, venía de jugar el billar y abría la puerta de mi escritorio, donde yo estaba escribiendo. Me decía “hola” y yo le decía “después, después, después”, porque estaba con lo mío.

-¿Se arrepiente?

-Sí, cuando ya no lo tuve me arrepentí de haberle dicho “después”, porque a esta edad no hay “después”, hay “ahora”, “enseguida”, ya somos corto-placistas. Leí el otro día una frase muy interesante de José Mujica, el ex-presidente de Uruguay, que decía “cómo puede ser que la gente no cuide la vida, sabiendo que la vida es un paréntesis”. Y sí, es un paréntesis.La Nacion

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