Recurrió tanto sitios privados como públicos, donde descubrió severas y antiguas falencias. En mayo asumió la Defensoría de las Personas con Discapacidad pero aún no tiene presupuesto asignado
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Juan Carlos González ve aquellas cosas que otros no se animan ni a mirar. Esas cosas que todos prefieren ignorar porque duelen demasiado.
Pero Juan Carlos González las ve, pese a que es ciego. “La gente cree que ser ciego es vivir en la oscuridad, en las tinieblas, y no es así. Yo vivo con colores. Me gustan mucho los amarillos”, dice este hombre de 40 años que se animó a inspeccionar por sorpresa asilos de discapacitados estatales y privados y dejó al descubierto severas y antiguas falencias.
Este licenciado en Sociología asumió en mayo la Defensoría de las Personas con Discapacidad. Por eso la suya “es una gestión fundante de este órgano independiente, extra poder, de autonomía funcional y que no responde a instrucciones ni a ninguna autoridad, porque es al poder a quien más hay que controlar”, cuenta. Por eso puede inspeccionar a los privados y al mismo Estado por igual, sin condicionamientos.
González dio señales claras de que pretende cumplir con su función, pese a que todavía no se le ha asignado presupuesto formalmente y que apenas tiene la mitad de las personas que necesita para funcionar a pleno.
Durante febrero la defensoría realizó cinco inspecciones “profesionales, sorpresivas y secretas” en dos asilos del Este mendocino, en dos de la Ciudad de Mendoza y en el Instituto Jorba de Funes, de Las Heras. En todos se detectaron “condiciones de indignidad, infrahumanas. Personas que no son tratados ni siquiera como ciudadanos de segunda. Vidas desnudas. En muy malas condiciones sanitarias, de higiene, sin ningún respeto pudor, sin historias clínicas,...” enumera González.
Esas inspecciones se efectuaron en conjunto con la Fiscalía de Estado. Ambos organismos tienen la potestad legal de realizar inspecciones, investigaciones, pedir informes y todo tipo de documentación. Inmediatamente el defensor aclara que “no queremos que la cadena se corte por el eslabón más delgado, que es el personal de los asilos. No se puede cargar las culpas solo sobre ellos” aunque acota que “si alguno es responsable, se tiene que aplicar todo el peso de la ley”.
Ahora el Ministerio de Desarrollo Social, como responsable de los asilos estatales, y los dueños de los asilos privados tienen un mes para resolver las falencias, al mismo tiempo que “nos reservamos la posibilidad de tomar medidas judiciales”, precisó.
Sin embargo queremos darles la posibilidad de resolver estas falencias de forma prejudicial y solucionar un problema que es histórico”, dice el defensor, y agrega: “Los que hemos militado siempre la defensa de los derechos de las personas con discapacidad hemos soñado siempre que el efector público debería tener centros modelo, pero lamentablemente nunca ha sido así”.
La familia y la política
Juan Carlos González nació en Mendoza el 2 agosto del '73. Desde la cuna tuvo problemas de visión pero hasta los 12 años “por el enorme sacrificio de mis padres y la dedicación de los médicos pude ver. Había días mejores y otros peores, pero pude jugar al fútbol y tener una primera infancia de juegos con otros niños”.
En su época de estudiante universitario militó en Franja Morada y luego decidió trabajar sobre políticas de Derechos Humanos, relacionados con las personas con discapacidad. Sostiene que todos, en algún momento de sus vidas, “deberíamos tener participación política” porque esto genera una visión amplia de lo social y aclara que “ahora mi cargo no me permite actividad política partidaria pero, además, no sería ético”.
Está casado con Marcia, “que es abogada y no es discapacitada” y tiene una hija de 5 años, Lara, que es su gran debilidad. Reconoce que es “un obsesivo del trabajo” y que sale muy temprano de su casa y regresa muy tarde “pero mi familia no me lo factura “. Le gusta leer, escuchar música y disfruta mucho de todas las expresiones artísticas en general.
Cuenta que para distenderse y despejarse le gusta salir a caminar unas cuadras, aún en mitad de la jornada laboral: “Salgo y me pongo a hablar con cualquiera, a charlar con personas comunes y desconocidas sobre cualquier cosa. Eso me despeja y a los 10 minutos puedo retomar la tarea, renovado”.
Sus grandes ejemplos
“En términos de vida, admiro a mis viejos”, dice. Su padre Juan Carlos (71) es jubilado petrolero “y todavía lo llaman cada tanto para hacer algunos trabajos. Él no puede estar sin hacer nada”. Su mamá Marina (68) es jubilada bancaria. “Cuando era niño íbamos al Jorba a llevar alguna ayuda para las personas que estaban internadas. Cuando fuimos ahora a hacer las inspecciones me encontré con algunos que ya estaban allí en aquella época”, relata.
“Entre las personas públicas, resalto a aquellas que han hecho su lucha en base a valores, una de los que más admiro es a San Martín, como ejemplo de cómo se puede sostener una utopía en base a la lucha y que, si no sabes a dónde vas, no se puede dar pelea”. También rescata la imagen del presidente Arturo Ilia. “Fue básicamente un sanitarista honesto, que trabajó toda su vida por el bien de todos y murió pobre”, concluye.
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