Elementos de botellas que prometen calidad

Elementos de botellas que prometen calidad

En esta nota te contamos tres elementos clave que colaboran para saber si se está frente a un buen vino. A veces puede fallar, pero hay que tenerlos en cuenta.

Hace algunos lanzaron el que sería el espumoso más caro de la argentina: era un botella dorada, con un escote de plástico dorado en cuyo vértice había una suerte de diamante engarzado que tenía el brillo verdoso del vidrio. Todo venía en una bolsa de terciopelo rojo cerrada con una pesada cadena imitación oro. El vino en cuestión era uno más, uno del montón. El intento kitch valía más que todo el vino. Por suerte nunca llegó a la góndola (hasta donde sabemos).

Era un intento exagerado de convencer. Mucho decorado que se caía luego en la copa. El punto es que esa botella intentaba, equívocamente claro, cubrir con un manto cualitativo lo que no ofrecía. Y es que en el vino se habla mucho de calidad como un atributo, pero rara vez se dan mayores detalles acerca de qué la define. Y así como en la compra de una computadora nadie sabe que el material y los componentes del hardware hacen a su durabilidad y prestancia, con el vino los valores que dan esa garantía son tanto o más difusos que las terminales de un microprocesador. Lo que permite que se cuelen todo tipo de mitos y medias verdades sobre qué indica calidad en una botella.

Como en todo producto cultural, en el vino hay valoraciones que no tienen igual ponderación entre distintas personas. Por ejemplo, si el balance es una de las condiciones centrales en la calidad –que no sea ácido o amargo, por ejemplo–, si la intensidad y cualidad de los aromas es otro de los elementos, cada uno de los consumidores tiene una valoración sobre estos elementos. Aún cuando no lo sepa. Es por eso que hay otros elementos que se juegan con más sencillez de lectura: la marca es uno de ellos, que funciona como un sello de garantía, otro es el precio y las valoraciones que uno espera de esos elementos puesto en relación a cada botella. Más allá de ello, surgen algunos cazabobos a la hora de hablar de calidad que son decodificados por el consumidor para bien y para mal. Algunos son:

El culotte

Hay botellas que, si uno las mira desde abajo, descubre que tiene un receptáculo, una oquedad. A esa concavidad se le llama culotte en francés. Está asociado a un elemento cualitativo del vino porque en general las botellas que lo llevan son más caras. ¿Y quién pondría un mal vino en una botella cara? Muchos pillos hacen eso, porque saben que el culotte es un elemento que el consumidor reconoce al instante. Y suele ser uno de los grandes cazabobos si es la única variable que se mira. En rigor no interfiere en nada sobre la calidad del producto, pero sí lo hace sobre la percepción. Eso es bastante, pero no es la única variable.

Botella pesada

En un mundo donde el valor de los productos también se mide por su huella de carbono –es decir, por la cantidad de gases de efecto invernadero que aporta al medio– las botellas pesadas deberían estar prohibidas. Cada una de ellas no sólo gasta más energía en conseguirse, sino que gasta más combustible en el transporte. Sin embargo, cada vez que hay una botella pesada –las hay de más de un kilo para 750cm3 de vino– la percepción inmediata es de calidad. Y las bodegas lo saben. Por eso embotellas todos sus vinos importantes en este tipo envases grandilocuentes. Pero también hay muchos vinos flojos disfrazados en los mismos envases esperando a que el peso de sus argumentos convenza a los consumidores.

Corcho natural

Cuánto más largo mejor, más convincente. Y eso que ningún consumidor, gracias al capuchón, puede ver la extensión y calidad del tapón. Sin embargo, cuando un largo corcho es extraído de la botella el argumento de calidad gana peso en la misma proporción que se extiende el tapón. La razón detrás de esta percepción tiene un matiz atendible: para un vino de guarda –y todo vino de guarda presume de buena calidad– se precisa un corcho que resista el paso del tiempo. Pero la longitud no es la única variable que la garantiza: la buena adherencia, la uniformidad de los poros son más claves incluso. Así muchos vinos de dudoso pelaje sacan chapa apalancados en el largo del corcho que, como ya se dijo, no suma en esta cuenta más que una percepción.

El curioso caso de María Marín

A veces la convicción es más que la certeza para darle valor a un vino. La conductora venezolana María Marín lo sabe. En un video explica cómo los dos agujeritos del capuchón permiten el intercambio gaseoso y convierten un mal vino en uno bueno si, durante tres días, uno lo guarda tapado solo con el capuchón. Cualquiera sabe que esos agujeritos están ahí para expulsar el aire cuando lo coloca la máquina embotelladora. Véanlo en youtube. No tiene desperdicio.

 

Por Joaquín Hidalgo

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