Criaturas no tan celestiales

Criaturas no tan celestiales

Narrativa. Durante unas vacaciones de verano, dos chicas protagonizan una historia inquietante sobre la inocencia, la seducción y la crueldad.

POR KIT MAUDE

Ultimamente es como si algunos editores hubiesen encontrado un viejo cofre lleno de una colección impecable de libros de autores ingleses del siglo XX y hubiesen decidido allí mismo traducirlos y publicarlos a todos. Y su anglofilia se extiende a la producción: papel de alta calidad, diseños cuidados y hasta postales. Estos libros son dignos de la biblioteca de cualquier casona aristocrática del establishment inglés. He aquí una explicación posible de una suspicacia personal (e irracional) ante este volumen: siempre me ha parecido increíble que alguien llamado Beryl Bainbridge pudiera escribir algo que no oliera a este establishment y sus concepciones muchas veces insulsas de la literatura.

Se puede imaginar mi sorpresa, entonces, cuando recién después de empezar a leer Lo que dijo Harriet me encontré pensando en una escritora nacida muy lejos de las Islas Británicas: Silvina Ocampo (no tengo ningún problema con el establishment literario argentino) y en las niñas traviesas que aparecen una y otra vez en sus cuentos. Pronto se entenderá por qué.

La acción empieza en un pueblo costero del norte de Inglaterra, narrada por una niña de trece años que relata las travesuras que comparte con la Harriet del título. La relación es un poco de “mejores amigas para siempre”, un poco titiritera-títere, como se hace evidente en el hecho de que Harriet le dicta a la narradora un diario en tercera persona, sin duda para evitar que la madre descubra que está describiendo sus propias fechorías.

Uno se da cuenta muy pronto de que este no será un relato idílico de un último verano infantil en la costa. Así describe la narradora las cosas que encuentran en la playa de barro: “Cajones enteros de fruta podrida, melones y naranjas y pomelos, hinchados y reventados, rezumando de agua salada; pedazos de carne envueltos en sucios lienzos de algodón por los que se abrían camino los gusanos, si el tiempo era cálido; y medusas varadas, seres morados, obscenos y vacuos. Harriet les clavaba palos, pero estaban muertas. En diversas ocasiones encontramos cosas malas, medio caballo y dos perritos. Estaban llenos de agua, recubiertos de guirnaldas de algas. Tenían el cuello atado con alambre. ‘Se los compran a sus hijos’, me dijo Harriet. ‘Y cuando empiezan a embarrar la casa los bajan aquí y los ahogan”.

También encuentran cerca del mar al Señor Biggs, un vecino mayor que se convierte en el foco de su gran proyecto de verano: Harriet ha decidido que su amiga lo va a seducir. Lo que sigue es la historia de esta ‘seducción’, en que las chicas idean maneras ingeniosas de ‘encontrarse’ con el viejo, conciertan citas secretas en el bosque y hacen grandes esfuerzos para que no las descubran sus padres.

Los lectores de Silvina Ocampo encontrarán que el ambiente intenso, elusivo y sobrecogedor de esta novela familiar estaría presente en la especie de novela que ella hubiese escrito, pero también es un buen ejemplo de por qué nunca lo hizo. En un cuento se puede dejar todo al borde del derrumbe en el momento en que la presión alcanza su máximo punto; en una novela como la que pretende Bainbridge, la tensión tiene que llegar a su culminación lógica cuando el suspenso y la fantasía dan lugar a hechos sórdidos y mundanos. A pesar de eso, Lo que dijo Harriet tiene mucho de elogiable y disfrutable.

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