Corsos salteños: de la diferencia de clases, al festejo popular

El colorido, la alegría, la diversión, la música y el agradecimiento, forman parte de los corsos salteños desde el día en que se comenzaron a desarrollar, hasta la actualidad.
Sin embargo, detrás de esta fiesta que hoy es vivida con entusiasmo por la gran mayoría de los ciudadanos, hay una historia donde se mezclan las diferencias de clases, con la influencia europea y la cultura propia de los pueblos originarios de Salta.

¿A quién le pertenecen los corsos de Salta? Una pregunta que podría generar inconvenientes para endilgarle a alguien la creación de los corsos salteños. Si bien fueron introducidos por las clases sociales más altas, se dice que ellos miraban mucho hacia Europa y hacían lo que por aquellos lares se acostumbraba.

También están las clases medias bajas, que hicieron del corso una fiesta para todos y aplicaron parte de la cultura, sobre todo en el vestir, de las comunidades originarias. Lo cierto es que en la ciudad el corso cumple 120 años y, sin dudas, es de todos los salteños.

Para hacer un poco de historia es innegable el aporte del historiador salteño Miguel Angel Cáseres, quien tiene un libro sobre la historia del carnaval salteño pero, además, busca editar el suyo sobre la historia de las comparsas. “Hay que dejar en claro que no es lo mismo carnaval que corso”, apuntó el profesor. “Se tiende a confundir, pero el carnaval es una manifestación celebratoria ancestral, atemporal y universal, en cambio, los corsos son una influencia de carácter europeo. El primer corso fue organizado por el Vaticano en 1467, mientras que el primero en el país fue con la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, en 1869, cuando él mismo también fue partícipe”, relató.

Una fiesta selecta

El 8 de febrero de 1891 se hizo el primer corso en Salta, alrededor de la plaza 9 de julio y, por lo menos hasta 1916, tuvieron allí su epicentro “aunque hubo casos en los que los circuitos se ampliaron hacia el norte o hacia el sur”, dijo Cáseres. “Hubo corsos sobre calle Buenos Aires, que eran para la clase media; también los hubo sobre Urquiza, que eran para la clase media baja y las diferencias estaban sólo en las personas que participaban”, aseguró.

Según el relato del historiador, los corsos que se desarrollaban alrededor de la plaza eran para la clase alta, principalmente para los que integraban el club 20 de Febrero, ubicado justamente en Mitre 23. En tanto, el corso de calle Buenos Aires era organizado por la gente del Teatro Victoria y el de la Urquiza era donde se insertaban los sectores más populares, “conocidos como la chusma, en aquella época según la gente de clases sociales más elevadas”, afirmó.

Fue en 1907 que surgió también el corso de la calle Florida, “que era verdaderamente popular, bien de barrio y era tanta la gente que asistía que lo ampliaron desde la Tucumán hasta la Belgrano. Este corso se ve afianzado con la llegada del Peronismo al poder pero a su vez, en contrapartida, se va dando un proceso de mixturación con el corso central de la plaza 9 de Julio”, dijo Cáseres. “A medida que estos sectores avanzan en el poder la ‘chusma’ iba a mirar el corso, comienza a ser partícipe del corso y comienzan a ser parte de los esquemas de poder”.

Dicen que con la llegada de la “chusma” a los corsos de la plaza. los de las clases más altas pensaron que “se venían a menos las celebraciones y trasladaron el corso a la Belgrano, en busca de un nuevo circuito, en 1939”. Hubo momentos en los que la plaza estaba reservada para la aristocracia y, por ejemplo, los 20 de febrero que había baile del club que lleva ese nombre, no había corsos en la plaza “y ni siquiera se permitía la entrada al Teatro Victoria”, dijo Cáseres. “A veces éstas diferencias terminaban en duelo”.

Historias de comparsas y de carruajes

Según el relato de Cáseres, en el corso de la plaza 9 de Julio no había comparsas y sí había murgas, ya que se estilaba mucho a hacer lo que se hacía en otros lugares.

Los participantes del corso desfilaban alrededor de la plaza en los carruajes propios o en los coches de plaza, denominados “Victoria”. A esos los ornamentaban con flores y las niñas y niños intercambiaban serpentina, papel picado, poesía, etcétera.

“Los corsos eran casi una extensión de lo que eran las tertulias y las cabalgatas a las que acostumbraban a asistir las personas de las clases altas”, señaló.

Cuando surgen las comparsas, sobre todo aquellas de indios que eran una representación de las comunidades originarias, varía todo el escenario.

Su expresión más clara es en 1949, en pleno peronismo, donde se crea la categoría de comparsa salteña en los corsos.

“El corso viene a Salta como un brote de las celebraciones europeas entre la clase alta, que necesitaban buscar modelos de recreación, pero cuando éstos modelos se ven mixturados por la participación de otras clases, buscan otras alternativas y comienzan a encontrar lo malo en lo que antes hacían”.

Los corsos siempre fueron convocantes y representa el inicio de cosechas, la época de recolección y es un ritual de petición y agradecimiento. En este punto el historiador salteño aclara: “Por eso lo compone el agua, el fuego, el canto, la danza, la comida, la vestimenta. Cada pueblo para sus deidades”.

Hubo corsos alternativos en la calle Virrey Toledo, también otros sobre la zona de plaza Alvarado; los hubo en la calle Santa Fe y también se organizó un corso náutico en el parque San Martín.

La mayoría de estos eventos eran organizados por particulares y con fines benéficos, por ejemplo, “Salta tuvo ambulancias gracias a la recaudación de los corsos. También se hizo el frente del cementerio de la Santa Cruz con dinero de los corsos y la antigua iglesia de Cerrillos”, finalizó Cáseres.

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