Cómo y por qué se relajó la custodia en la cárcel de Ezeiza

Cómo y por qué se relajó la custodia en la cárcel de Ezeiza
El boquete que permitió la fuga de 13 detenidos se realizó durante los festejos del Día del Niño. ”En el penal siempre hay alguna joda”, reveló un agente penitenciario a Clarín. El deterioro tecnológico.

El último Día del Niño en el Complejo Penitenciario de Ezeiza se festejó durante casi toda la semana.

Cuando ya estaba en marcha el plan de fuga de los trece presos por la celda 22, Pabellón B, Módulo 3, celadores y agentes penitenciarios estuvieron desde el día jueves hasta el domingo pasado dedicados a la custodia de festejos y eventos culturales en el penal.

Los bailes de disfraces, las murgas en las que participaban internos con cuadros políticos del Vatayón Militante, y a los que también invitaban al personal de custodia, fue una política clave de la conducción del jefe del Servicio Penitenciario Federal (SPF), Víctor Hortel, que renunció esta semana.

La seguridad de esos eventos demandaban mucho personal, que además debía requisar celdas, trasladar internos a hospitales y juzgados, supervisar visitas y otras tareas de rutina. Con la acumulación de actividades, la custodia se volvía más vulnerable.

Para el prolongado festejo del Día del Niño, en los días previos a la fuga, ingresaron al penal entre 80 y 100 familiares de internos, militantes y músicos.

Traían bombos, redoblantes y otros instrumentos para los grupos de cumbia y las murgas. Ingresaron al complejo en micros oficiales del Servicio Penitenciario sin más trámite que el chequeo de identidad y el cotejo dactiloscópico. Una de las sospechas es que el cortafierros y la masa utilizados para romper 30 centímetros de cemento concreto del piso de la celda, hayan sido introducidos en esas visitas.

Fueron varios los mecanismos de seguridad que no respondieron. (ver Las fallas...). El primero fue la requisa. Un celador, con la compañía de un agente, recorre 50 celdas por módulo, para hacer el recuento físico de los internos. Lo hace dos veces al día, a las 8, de la mañana y de la noche. Se abre la puerta, cuenta y se va. Para ganar tiempo, a veces, lo hace desde la mirilla. Otra de las tareas es la requisa profunda, que controla pisos y techos de la celda. Estos controles se habían atenuado desde el último año.

“La requisa profunda se tendría que hacer cada tres o cuatro días, pero se efectúa una vez por semana o diez días... La seguridad está relajada porque en el penal siempre hay alguna joda y el agente vive con temor de ser sancionado por la dirección por cualquier queja que hagan los internos. Se trabaja con miedo. Y además tenemos prohibido sancionar al interno”, afirma un agente del complejo carcelario de Ezeiza.

El potencial de los recursos de custodia estaba puesto en los eventos, que se habían convertido en una tradición en la vida del penal. Además del uso del salón de Educación de cada módulo -son seis en total-, también se usaban los caminos perimetrales, entre alambrado y alambrado. Eran fiestas al aire libre, que podían durar 5 o 6 horas, y en las que podía participar toda la población carcelaria, 900 detenidos. Bastaba con anotarse.

Para el preso, la fiesta era una territorio abierto en el que podía compartir con su familia, escuchar música, beber y fumar o divertirse con los disfraces que se confeccionaban en los talleres de costura. Cada interno tenía el suyo. La invitación al espacio recreativo, que organizaba el Vatayón Militante con la dirección del Servicio Penitenciario, también se extendía a los agentes, invitados a “mimetizarse” con los detenidos.

Algunos de ellos preferían disfrazarse -lo había hecho el propio Hortel en la fiesta del Día del Niño del año pasado-, antes de que una negativa fuese mal vista por la conducción del Servicio Penitenciario. Además, el agente que compartía la línea político-cultural de la dirección del Servicio, podía aspirar a beneficios en condiciones laborales, o al menos, evitar un castigo en el que se pusiera a riesgo su carrera. “ Estaba en la dignidad de cada uno si disfrazarse o no.

Algunos lo hacían”, sintetiza el agente en entrevista con Clarín.

Sobre las sanciones al personal penitenciario que no se avinieran a las decisiones de Hortel o el Vatayón Militante, pesaban los antecedentes. El último jefe de la unidad carcelaria de Ezeiza perdió su cargo y arruinó su carrera por negarse a trasladar a Miguel “Mameluco” Villalba a jugar un partido entre la selección de presos del Módulo 2 con el equipo de Tristán Suárez en la cancha de ese club, en Ezeiza. Sucedió el año pasado.

“Mameluco” Villalba, detenido por tráfico de drogas, vinculado al PJ de San Martín, mantiene una relación amigable con Vatayón Militante. Los ayuda a organizar - e incluso a solventar, según confiaron fuentes penitenciarias a Clarín-, las actividades recreativas.

El día del partido, la familia de “Mameluco” Villalba había pagado un lunch en la confitería del club Tristán Suárez para agasajar a los veinte internos de la selección de presos y al personal de la dirección del SPF, que organizó el partido. Hortel no pudo participar porque tenía a su padre enfermo.

Sin embargo, “Mameluco” Villalba no llegó. El jefe del penal de Ezeiza, que no contaba con la autorización firmada por el juez para el traslado, decidió que permaneciera en su módulo de detención. No alcanzó el reclamo constante de una asesora de Hortel, ni sus amenazas, para que modificara su decisión. El evento para la custodia de los 20 internos movilizó a 60 agentes penitenciarios.

Disgustado por no haber puesto a “Mameluco” Villalba en la cancha, Hortel decidió el traslado del jefe del penal de Ezeiza a la provincia del Chaco. Lo alejó de su entorno familiar. Y debió pedir la baja tras casi tres décadas de servicio.

La gestión de Hortel, que se había iniciado en abril de 2011, era valorada por los internos de Ezeiza.

Con su conducción, en el penal de Ezeiza se permitió el ingreso de heladeras, televisores, play station en las celdas, aunque a veces se utilizaban electrodomésticos como moneda de cambio para la circulación de drogas entre detenidos o con los propios agentes. Funcionaba como un comercio paralelo.

Hortel también facilitó espacios para visitas a internos, y en algunos casos sin la observación de una custodia. A través de su canal político, Vatayón Militante, Hortel le permitió al detenido una “voz propia” para denunciar al agente que no compartiera sus iniciativas. Convirtió al penal en un espacio de recreación y militancia. La idea fuerza de su gestión era que “la cárcel fuera menos cárcel”.

Pero a medida que profundizaba la extensión cultural, las salidas de los internos, en la que los agentes salían con un aparato dactiloscópico portátil, para chequear la identidad de cada uno y subirlos al micro de regreso al penal, el SP1 de Ezeiza fue perdiendo rigor en los “controles de alerta”, y se fue disminuyendo la calidad de la tecnología de seguridad. No parecía ser la mayor preocupación de Hortel.

Desde que fue inaugurado en 1999 -con su doble alambrado perimetral externo, los sensores de movimiento, las pantallas de circuito cerrado de televisión- el complejo penitenciario de Ezeiza padeció un sostenido proceso de deterioro.

En 2004, un rayo sacó de funcionamiento el sistema de alarmas del alambrado perimetral, que hasta entonces sonaba cuando se posaba un ave o el viento incrustaba una bolsa de plástico. Los elementos de reposición, que eran importados, no se reemplazaron.

Lo mismo sucedió con las puertas automáticas de las celdas. Muchas dejaron de funcionar y se volvió al tradicional sistema de llave y cerradura, que obligaba al personal a demorar más en la requisa. O con las cámaras de seguridad internas, e incluso los focos reflectores de iluminación interna y de las celdas que, luego de romperse, no se reponían. Y si bien ante cada pérdida se abría un expediente que generaba el pedido a la dirección del Servicio, el dinero que llegaba al fondo rotatorio se distraía en los eventos de extensión cultural, o se utilizaba en el pago de los profesores, que contrataba Vatayón Militante, para clases de tango o ajedrez, y quienes cobraban de manera informal, dado que no pertenecían al Servicio Penitenciario.

Además de la saturación en la asignación de tareas y el deterioro tecnológico en la cárcel más segura del país, también falló la Unidad 50, de inteligencia, que debía dar alerta en caso de motines o fugas.

“En la Unidad 50 se fomentó la denuncia contra el personal que no estaba de acuerdo con las políticas de la dirección. Hortel la usó como persecución ideológica.

Y el agente, para no meterse en problemas, relajó el control sobre los detenidos ”, indica un agente de esa Unidad entrevistada por Clarín.

La idea de que “la cárcel sea menos cárcel” que proponía Hortel pudo haber sido la causa que facilitó la fuga. Es una hipótesis. Lo cierto es que determinó su caída.

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