Como un migrante dentro de su patria

Como un migrante dentro de su patria

Entrevista con Mia Couto. El notable escritor mozambiqueño estuvo en Buenos Aires para dictar un seminario en la Cátedra Coetzee de la Unsam.

POR SUSANA REINOSO

El pequeño nieto cruza el río hasta la isla donde será velado su abuelo Mariano. Ese ancestro que le ha enseñado cosas como esta: “Lo importante no es la casa donde vivimos. Sino dónde, en nosotros, vive la casa”. A esa cultura que da sentido y significado a un continente inmemorial como es Africa –el paraíso que el hombre perdió y el infierno que construyó antes, durante y después de los procesos independentistas– se aferra el joven protagonista de Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra , del escritor mozambiqueño Mia Couto, que estuvo en Buenos Aires para dictar un seminario en la Cátedra Coetzee, en la Universidad Nacional de San Martín. El niño vuelve a su tierra de origen y, como escribió Coetzee, confronta “el misterio del ancestro que ha dejado de vivir pero no muere” con su propia cultura urbana.

Mia Couto es un narrador erudito, informado y afable. Fue muy amigo de Henning Mankell, el creador sueco del inolvidable inspector Kurt Wallander. Mankell vivió y amó dos culturas: la de Suecia y la de Mozambique, donde dirigió el Teatro Avenida, en la capital, Maputo. Couto es biólogo de profesión y reparte su tiempo entre ambos mundos. Viaja por su país y por Africa, a raíz de proyectos ecológicos y ambientalistas en los que se involucra, con estudios sobre impacto en el medioambiente y proyectos de parques para preservar la fauna local. Durante la charla con Ñ, el escritor subraya que así como vive episodios reales en tanto biólogo, estos se convierten en sustancia de sus novelas, al tiempo que devela cómo se construye la cultura mozambiqueña que sólo se comprende desaprendiendo la propia. El proceso independentista de Mozambique, cuya guerra se extendió por 16 años, influyó mucho en su forma de ser y de estar en la vida. Dice Couto: “Una de las influencias fue evidente, porque empezamos a ser libres para decir lo que queríamos. Y después hubo un descubrimiento, un mundo a nuestra disposición. Por eso la poesía se convirtió, en forma predominante, en una utopía”.

A los 55 años, nacido en la ciudad de Beira, hijo de un poeta reconocido, ex militante del Frente de Liberación de Mozambique y periodista en sus inicios, António Emílio Leite Couto es el escritor de su país más leído en el mundo. Más de cuatro décadas después de la guerra por la independencia, el narrador ha dicho: “El país cambió por completo. Lo que siguió fue un mercado salvaje donde todo vale, que disolvió los lazos de solidaridad entre las sociedades rurales y urbanas”. Y agrega que la literatura trata de denunciar ese universo que no respeta los derechos de los que carecen de dinero y de poder.

–¿De qué modo el peso de la lucha por la independencia permeó la literatura mozambiqueña?

–Fue la poesía la primera que habló. Luego los escritores se dieron cuenta de que era necesario trabajar las raíces y allí se dio mejor la prosa. Mozambique es una nación con muchas naciones dentro y se necesitaba poner en diálogo a todas ellas. Por eso hablamos de literaturas en plural. El 60% de la población mozambiqueña puede leer, en el sentido de que tiene la capacidad técnica de hacerlo, pero no tiene el hábito de la lectura. Los lectores reales son un 10% de la población, lo que equivale a 2,5 millones de personas.

–¿Y cómo influyó en usted ese drástico cambio que trajo la independencia?

–Ese proceso me influyó completamente. Me redescubrí. Tuve que reinventarme. Conocía apenas dos regiones de Mozambique: aquella en la que nací y la que conocí hasta los 17 años. Tuve que aprender a hablar lenguas africanas, tratando de poner en sintonía ese entorno africano con el entorno europeo. Entendí que mi papel era el de ser un puente entre ambos. Viajé muchísimo como periodista y conocí regiones donde convivían 25 pueblos diferentes, con sus lenguas y sus cultos. Me convertí en un migrante dentro de mi país, en un contrabandista de almas.

–¿Le cupo a la literatura algún lugar en el proceso de restañar las heridas que dejó la guerra civil?

–La guerra civil dejó luego de 16 años más de un millón de muertos. Cuando acabó, la gente sólo quería olvidarse. Pero con el olvido no se puede construir la memoria. La literatura surgió como un foro de reconquista de ese tiempo olvidado, intentando verbalizar el pasado y re-humanizando al otro, aunque el otro fuera el victimario. Es que después de la guerra, todos ellos tuvieron que volver a mezclarse para vivir: víctimas y verdugos. Me tocó ir a trabajar, a mitad de los años 70, al norte de Mozambique, a un lugar que fue muy esclavista. Entrevisté a la gente: nadie quería recordar. Un líder de la comunidad me pidió que me fuera y me dijo: “Nadie va a hablar, porque en este lugar convivimos tres grupos. Los esclavos, los que compraban y los que vendían esclavos. Este recuerdo puede generar un conflicto que no queremos”. Eso ocurre porque todavía no hay instituciones capaces de contener estas situaciones.

–¿Lo que busca el biólogo Mia Couto coincide con lo que busca el escritor?

–Como biólogo busco la historia de la vida. De qué modo las personas están más o menos cerca de la muerte, cómo un árbol no es sólo una entidad de la naturaleza. En Africa también puede ser una casa donde viven los espíritus o un cementerio donde la gente entierra a sus muertos. Se aprende mucho de lo sagrado. Es muy interesante que en lenguas africanas no haya una palabra para decir “naturaleza” o “futuro”, por ejemplo.

–¿Le transmitió su padre poeta el amor por las palabras?

–Soy hijo de inmigrantes que contaban historias. Y esas historias tenían siempre escondido el poder de las palabras. Recuerdo especialmente esa pasión para contar historias que me sugerían algo encantado. Como escritor procuro recuperar esa memoria de mi infancia.

–Pregunta obligada: ¿está familiarizado con algún escritor argentino?

–Borges es la referencia obligada. Pero fue Cortázar quien provocó en mí algo más explosivo con esa forma de borrar la distancia entre ficción y realidad. Luego descubrí a una poeta extraordinaria como Alejandra Pizarnik. Con su obra tuve una relación más profunda, a partir de esa tristeza y ese desamparo que transmite.

–Usted ha inventado su propia lengua literaria con esa mixtura entre el portugués y las palabras africanas. ¿Hay términos que se resisten a ser traducidos?

–Sí, hay palabras en lenguas africanas que son intraducibles. Porque no se trata sólo de lenguas, sino de lógicas. Le decía que no hay modo de traducir “naturaleza” y “futuro”, pero tampoco “presidente de la República”. También pasa con las lenguas europeas. Por ejemplo el portugués es muy plástico y está aún construyéndose.

–¿La palabra “patria” le dice algo?

–Mi patria es una tienda en medio del desierto. Mi casa es esa tienda llena de historias, no exactamente un lugar ni una geografía, pero sí es la reconstrucción de mi infancia y mi adolescencia. Hay muchas cosas que me cruzan entre lo racional y ese otro universo más abierto. El elemento mágico está presente en la poesía y la poesía está en todas partes. No se trata sólo de un género, sino de una manera de ver el mundo y de recuperar lo que se ha vuelto invisible.

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