Hoy no se come, mañana si: la cruda realidad del comedor de Primera Junta

Hoy no se come, mañana si: la cruda realidad del comedor de Primera Junta
El comedor “Por una sonrisa” del barrio Primera Junta, solo puede dar comida tres veces por semana.

Es mediodía de jueves. Primera Junta y Justicia son dos barrios que mezclan sus chicos, su hambre y su miseria en la zona sudeste de la capital salteña. Ahí parece eterna la promesa del progreso. Parece que nunca se hará realidad la esperanza. Un alivio furtivo tienen cada vez que logran entrar al vertedero San Javier. Porque eso también comparten: la basura que los viste, los calza, los abriga y los alimenta.

Es mediodía de jueves y al menos 80 niños no almorzaron. Muchos ni siquiera van a la escuela. Un mate, un té y con suerte, un mendrugo, hará cosquillas en las pancitas olvidadas, tristes.

Cristina Mamaní les cocina con amor y sacrificio tres veces por semana. No recibe ayuda municipal, provincial ni nacional. Improvisó el comedor “Por una sonrisa” en su patio de tierra, que se fue llenando de adoquines por el amor de Rodolfo Aredes, un artista que se conmovió con esa obra silenciosa. Otros dos o tres días, Cristina sirve la merienda de anchi, leche, o “lo que se pueda”. Y todos esperan ese bocado sagrado de la tarde.

Es mediodía de jueves. Soledad tiene dos años y chupa con ansias la mamadera vacía en la puerta de su casa, al lado del comedor. Mira de reojo al vecino que alimenta. “Está haciendo la guardia hasta que llegue Cristina”, dice su mamá, Belén, quién también espera, como sus otros dos hijos y sus varios hermanos, poder cucharear la olla.

Unas cuadras más allá, en el barrio Justicia, Celeste, de 5 años, corre por la calle con un billete de cinco pesos en la mano. “Me han regalado plata para comprar un globo”, dice en media lengua. Ella y sus hermanos no han comido. Por fortuna, en su precaria casa con pisos de tierra, amasaron una tortilla que compartieron entre todos con un té.

La historia se repite en todas las cuadras. Es imperante la necesidad, es imposible no ver la pobreza que sale al paso en cada metro de esta zona, donde la montaña de basura del vertedero marca el horizonte.

Cristina Mamaní se cansó de chocar contra los muros de la estéril burocracia oficial. No sabe qué más hacer para tener una ayuda oficial y permanente que le permita dar comida a los chicos de su barrio todos los días. “Toqué las puertas del Grand Bourg y nadie me atendió. Fui a entregar cartas en la Gobernación y no me las recibieron. Ya tienen moho las notas guardadas”, dijo y recordó: “Fui también a la Cooperadora Asistencial donde tengo abierto un expediente porque les pedí que me dieran el pan, y

nada. Pedí la copa de leche, pero tampoco me la dieron porque tengo que tener un comedor con techo, piso, mesas y sillas, y eso es imposible para mí. A los funcionarios no les importa el hambre, ellos miran las instalaciones. Lo único que yo quiero es que las pancitas estén llenas”.

“Almitas en pena”

Claudia Gutiérrez tiene 27 años. Sus hijos comen en lo de Cristina y ella la ayuda a cocinar y a servir. También concurre al basural con las vecinas, los fines de semana, a buscar golosinas, carne que tiran los supermercados, ropa, juguetes y tantas cosas que son inútiles para otros y que a ellas les parchan el día a día.

“Está prohibido entrar, pero nos colamos y cuando nos dan la cana, viene la policía y hay que salir rápido”, cuenta Claudia de sus idas al basural San Javier, que con nombre de santo, ya les ha hecho varios milagros. “Lo más triste es encontrar bebés muertitos. Casi siempre los tiran ahí y la máquina los pasa por encima. Por eso se los escucha llorar de noche en el basural, son almitas en pena”, relató.

Viven de esas historias que entretienen la conciencia. Viven de pequeñas y estoicas cruzadas por comer y vestir. La higiene es una materia pendiente, ignota. Casi, se diría, viven del aire. No tienen trabajo, no tienen vivienda habitable, no tienen comida y pocos chicos estudian. La dignidad se contradice con la postal de los barrios Justicia y Primera Junta.

Parece un lugar remoto éste de mi relato, pero está a escasos cinco kilómetros del centro de la ciudad.

“Acá los niños no están primero”

Cristina Mamaní tiene 43 años y cuando era niña supo asistir a comedores infantiles. De ahí su capacidad de ponerse en el lugar del prójimo más necesitado. Sueña con poder dar alimentos todos los días a los chicos. Siente una profunda impotencia. Para comprar mercadería para su comedor, Cristina vende bollos. Su esposo es albañil y colabora con esta obra que no se puede detener, por el bienestar de 80 niños. Los vecinos se mostraron muy agradecidos. “La señora Cristina vino a buscar a mis chicos cuando se enteró de nuestra situación y los hace comer. Es impagable lo que ella entrega”, dijo Daniel Chaparro.

La mujer agradeció la colaboración de los puesteros del Cofruthos que le dan verduras los sábados y también agradeció a los hombres y mujeres de buena voluntad que se acercaron a ayudar luego de la nota publicada por El Tribuno el pasado 18 de este mes.

“Sería hora de que nos ayude el Gobierno. Urtubey vino al barrio a pedir votos, yo lo vi, y se olvidó de nosotros, es más me cerró las puertas en la cara. Isa también nos ignora y nos discrimina porque vivimos cerca del basural, pero nosotros pagamos impuestos, somos gente de bien, trabajadora. Acá hay hambre porque la plata no alcanza para pagar los impuestos, los terrenos, mandar a los chicos a la escuela, alimentarlos, vestirlos, es imposible”, dijo enojada Cristina Mamaní.

Agregó: “Si pudiera hablar con la presidenta le mostraría la parte fea de Salta la linda. Acá los niños no están primero. La niñez y la juventud están olvidadas porque sin alimento en la infancia no hay cabezas para el futuro”.

Para ayudar: barrio Primera Junta, Manzana 515 C, lote 4. Teléfonos: 0387 4717028 - 154521559.

María Elena Tarifa no pierde la sonrisa ni la esperanza

Sufrida, risueña, María Elena Tarifa, de 48 años, sale corriendo desde la casa de Cristina Mamaní, su vecina, donde fue a raspar la olla el jueves al mediodía para alimentar a sus hijos y nietos, que son siete.

Ella vive en un terreno del barrio Primera Junta que con orgullo dice “es mío”. Todos, los 8, duermen en una casa prefabricada que se enfrenta con unas pareces de bloques con ambiciones de pieza, que no podrá lograr sin ayuda.

Benjamín es su nieto más chico de 10 meses y su mamá, Belén, cuenta que tiene un hongo en la cara, producto de la humedad en la que viven. Soledad, de 2 años, chupa una mamadera vacía. Con ilusión se le preguntó si había tomado leche y la respuesta fue: “tenía té”. María Elena no dudó en decir que los días que no abre el comedor, sólo acceden a té o mate, a veces con pan. En esa casa nadie trabaja. El ingreso es a través de la asignación universal que, por supuesto, no cubre las muchas necesidades básicas insatisfechas.

Elena tiene una historia de esfuerzo y miserias. Su mamá murió de una hernia estrangulada cuando ella tenía 11 años y era la mayor de 8 hermanos. Se dedicó a criarlos. “Estoy muy contenta de lo que hice con mis hermanos, ellos me quieren mucho por lo que los ayudé”.

Ella tuvo siete hijos y vive con cuatro de ellos. “Todos me dicen: ‘mirá lo que has logrado María Elena, has sacado a tus hermanos adelante, has criado a tus hijos, tenés tu terreno’, y la verdad que es así”, dice mientras mira a su alrededor desolado con un brillo de angustia en los ojos.

Para ayudar a María Elena que precisa chapas, cemento, pisos y materiales de construcción, concurrir al comedor “Por una sonrisa”.

Los Chaparro piden ayuda

Esperanzado en recibir ayuda, Daniel Alberto Chaparro corre al encuentro de El Tribuno. Viene desesperado a confesar sus penurias. Este hombre es cabeza de una familia judicializada. Cada tanto los visita una asistente social que “nos controla, pero no nos ayudan en nada”. La esposa de Daniel se llama Laura Iribarren y es discapacitada. Igualmente se da maña para quemar cobre y reducir aluminio, metales y chatarras que encuentra o le regalan. Viven con Marisol, de 6 años, Maximiliano, de 8, Celeste de 5 y tienen un hijo discapacitado que es el único que concurre a la escuela especial. “Un día tenemos para comer y la mayoría de los días no.

Por eso le agradecemos a Cristina la mano que nos da con la comida”, dijo Daniel, parado al lado de la fogata con olor a herrumbre. Unos pasos más allá, la habitación donde duermen todos en dos camas casi desarmadas de una plaza. Al medio, una mesita fabricada con cajones donde comen lo poco que pueden. “Es que tenemos asignación universal, pero hay que pagar los impuestos y servicios y en eso se nos van unos 300 pesos. Comer es muy difícil. Estamos debiendo casi 1500 pesos al almacén”, contó.

El piso de la tapera donde habitan es de tierra. El olor a humedad exaspera. La mujer, por su discapacidad, no puede lavar la ropa, que forma una montaña de harapos abandonados en la pieza que sueñan con terminar, pero que sin ayuda no podrán. Los chicos están sucios como la ropa y caminan descalzos sobre la tierra.

Esta familia vive la manzana R, lote 16 del barrio Justicia, su teléfono es 3876082720 y esperan recibir ayuda de mercadería, harina, grasa y azúcar. De las proteínas se olvidaron esos cuerpos: “Hace más de dos meses que no probamos carne”, dijeron.

Los detalles

Hay 161 comedores distribuidos en toda la provincia según la información que el Ministerio de Derechos Humanos de Salta brindó en reiteradas oportunidades. La insuficiencia de fondos, una problemática que los afecta.

Hasta septiembre del año pasado, un total de 14.431 niños asistían a los comedores según la Secretaría de Asistencia Crítica, organismo que depende del Ministerio de Derechos Humanos de la Provincia de Salta.

En el primer semestre de 2013, el Centro de Prevención y Recuperación Nutricional, ubicado en el Hospital Público Materno Infantil, recibió a 173 niños. La mayoría, el 69%, provino del interior de la provincia.

En febrero de 2012,el Consejo Económico y Social alertaba sobre la problemática de la desnutrición infantil. Planteó la necesidad inmediata de que se implementen políticas públicas para evitar los efectos irre-versibles que genera ese flagelo.

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