Busca curar sus heridas con la música

Pablo Amaya sobrevivió a la tragedia. Hace cinco meses que vive en un hotel, mientras intenta salir adelante.

Cuando Pablo Amaya (15) habla de música, se le ilumina la mirada. “Por ahí estoy mal, me pongo a tocar la guitarra y me olvido de todo”, confiesa, antes de animarse a un punteo de Yesterday de Los Beatles, su banda preferida.

Pablo es uno de los sobrevivientes de la explosión del depósito químico de la firma Raponi en Alta Córdoba. Hace seis meses entró agonizando al Hospital de Urgencias. Los médicos diagnosticaron traumatismo de cráneo y tórax, y temieron lo peor. Por eso, su recuperación para todos es una celebración de la vida.

Hace dos semanas, Pablo volvió a pasar por el quirófano, pero esta vez para una craneoplastia, una cirugía plástica que se hace para reparar la pérdida de sustancia ósea. Ahora, espera que esta intervención le permita empezar a hacer algunas cosas simples y cotidianas que hasta ahora no podía. Es que además de las visibles, Pablo tiene otras heridas que también duelen y deben cicatrizar.

“Quiero estar en mi casa, extraño la vida que tenía”, cuenta desde el sillón de un hotel céntrico, donde vive desde hace cinco meses, cuando salió del Hospital de Urgencias.

Es que Pablo hoy no tiene casa. Su mamá, Patricia Alejandra Cabañas, cuenta que su vivienda en barrio Marqués de Sobre Monte tiene serios daños estructurales que empezaron a manifestarse hace algunos años y se fueron acentuando, al punto que hoy no pueden volver ahí. “La gran paradoja es que Pablo iba a la casa de su papá en Alta Córdoba también por seguridad. Al último se quedó ahí porque mi casa se estaba derrumbando”, relata Patricia, quien hace algunos años tuvo que jubilarse debido a una discapacidad visual. Después de la explosión, Patricia y algunos de sus hijos fueron a vivir al hotel, solventado por la Provincia. “Las autoridades ofrecieron pagarnos el alquiler de una casa, pero el problema es que no nos aceptaban la propuesta”, dice.

“En un momento nos ofrecieron una vivienda en barrio Héroes de Malvinas, pero yo considero que Pablo ya perdió demasiado como para que pierda toda su vida. Irse a vivir a una zona periférica, en el sur, que no tiene nada que ver con la vida que llevaba, ya sería perderlo todo”, sostiene la mujer.

Pablo dice que extraña vivir en una casa, hacer las cosas simples que se hacen ahí, como juntarse con amigos o cocinar unas pizzas. A eso se suman otras ganas y otras nostalgias, tan cotidianas como intensas. “Antes me volvía de la escuela caminando a mi casa. Y extraño hasta eso”, señala.

Al principio, el joven no hablaba mucho sobre su tristeza, porque pensaba que ya se le iba a pasar. Pero el tiempo transcurrió y las sensaciones siguieron: “Tengo momentos lindos, pero la felicidad… feliz no volví a ser después de la explosión. Tuve momentos lindos en los que me reí, pero… ahora va a hacer un año y medio, y lo digo”.

En este tiempo de volver a empezar, de recuperar fuerzas y tomar impulso, Pablo se apoya mucho en la música. Apenas estuvo bien de salud, volvió a tomar clases de canto y guitarra.

La música, que hoy lo acompaña, también es una de las cosas que lo alientan. Por eso, cuando se le pregunta qué cosas le gustarían que pasaran en su vida de ahora en adelante, Pablo no tiene dudas: “Estar en una casa. Y la música. La música es mi sueño. Tocar la guitarra, cantar y vivir de eso”.

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