Un beso, un mail, un abrazo: últimas horas de los pasajeros

Un beso, un mail, un abrazo: últimas horas de los pasajeros

Las siguientes son pequeñas historias sobre los momentos finales de algunos de los pasajeros del vuelo de Malaysia Airlines. La nave fue derribada hace siete días por un misil en cielos de Ucrania.

El vuelo MH17 de la empresa Malaysia Airlines despegó a las 12.15 de Holanda el pasado jueves. Iba a Kuala Lumpur, pero al pasar sobre cielo ucraniano fue abatido por un misil. Se ignora aún quién lo disparó, aunque las mayores sospechas apuntan a los separatistas prorrusos. Murieron 298 personas, entre pasajeros y tripulación. De ese total, 196 eran holandeses. El vuelo debía durar 11 horas y 45 minutos. Duró dos horas.

A continuación, la reconstrucción de las últimas horas de algunos pasajeros. He aquí sus sueños, sus temores, sus alegrías...poco antes del inesperado final.

El abrazo de Miguel 

En su dormitorio en Amsterdam, Miguel Panduwinata le tendió los brazos a su madre. “Mamá, ¿puedo abrazarte?”. Samira Calehr abrazó a su hijo de 11 años, que estaba muy agitado desde hacía días, acosándola con preguntas sobre la muerte, el alma y Dios. A la mañana siguiente, Samira llevaría a Miguel y su hermano Shaka al aeropuerto para que pudieran abordar el Vuelo 17 en su viaje a Bali para visitar a su abuela.

Su hijo, normalmente alegre, debería estar entusiasmado. Lo esperaban el jet ski y el surf en el paraíso. Pero algo no estaba bien. Un día antes, mientras jugaba al fútbol, Miguel de pronto había dicho: “¿Cómo eligirías morir? ¿Qué le pasaría a mi cuerpo si me enterraran? ¿No sentiría nada porque nuestras almas vuelven a Dios?”. Y ahora, la noche anterior a su gran viaje, Miguel se negaba a separarse de los brazos de su madre. “Es que me va a extrañar”, se dijo Calehr. Entonces se acostó a su lado y lo abrazó. Eran las 11 de la noche del miércoles 16 de julio. A Miguel, le quedaban apenas quince horas de vida.

Un beso en la despedida

Fue el amor y un nuevo comienzo lo que había llevado a Willen Grootscholten a subir al avión. El fornido ex soldado de 53 años de los Países Bajos –un gigante bonachón– había vendido su casa y se mudaba a Bali para iniciar una nueva vida con su amada Christine, dueña de una casa de huéspedes. La había conocido por casualidad en un viaje a la isla indonesia el año pasado.

Se cayeron bien mientras tomaban un café. Grootscholten tenía que volver a los Países Bajos, donde trabajaba como patovica de un café que vendía marihuana. Pero ambos se mantuvieron en contacto online y su relación floreció. En Año Nuevo, él la sorprendió apareciendo frente a su puerta. Pasó con ella tres semanas.

El padre de los dos hijos de Christine, Dustin de 14 años y Stephanie de 8, había muerto hacía seis años, y los chicos se encariñaron con Grootscholten, a quien llamaban “papi”. Los cuatro se mantenían en contacto por Internet. En mayo, Grootscholten volvió a Bali para festejar el cumpleaños de Christine y le dijo que pasaría el resto de su vida con ella. Christine lo llevó al aeropuerto el 3 de junio y lo despidió con un beso. Fue el último.

Un mail a mamá

Para el neocelandés de 29 años Rob Ayley, el Vuelo 17 era el fin de un viaje de un mes por Europa y el comienzo de una nueva carrera.

La vida no siempre había sido fácil para Ayley. Después de que de adolescente le diagnosticaran síndrome de Asperger, había tenido dificultades para entender los sentimientos de los demás. Entretanto, se enamoró de una mujer de nombre Sharlene. Se casaron y tuvieron dos hijos varones, Seth y Taylor. La paternidad lo cambió; estaba decidido a mantener a su familia. Se inscribió en la universidad para estudiar ingeniería química y decidió transformar su fijación con los rottweilers en una actividad rentable convirtiéndose en criador.

Ese sueño llevó a Ayley a contratar un viaje a Europa con su amigo Bill Patterson, dueño de un criadero. Finalmente, llegó la hora de volver a casa. La noche antes del vuelo, Ayley envió un mail a su madre: “Fue un viaje muy, muy largo. Vimos los mejores rottweilers del mundo, hicimos varios contactos y amigos para toda la vida, pero ahora tengo ganas de volver a casa. Espero que todo esté bien. Si no hablamos antes, nos vemos el sábado. Muchos cariños, Rob”.

El cambio de turno

El auxiliar aeronáutico Sanjid Singh no veía la hora de llegar a casa él también. Originalmente, no le tocaba el Vuelo 17, pero quería volver a Malasia un día antes. Así que le pidió a un colega cambiar de turno. Hacía solo cinco meses, un cambio de último momento como ése había salvado a su familia. Su esposa, también auxiliar de vuelo, había acordado intercambiar turnos con una colega que quería abordar el Vuelo 370 de Malaysia Airlines. El avión desapareció cuando volaba rumbo a Beijing. Aún se ignora qué pasó con ese avión. La posibilidad de que pudiera haber muerto había conmocionado a los padres de Singh, que no querían que el matrimonio siguiera volando. Pero Singh era pragmático: “Si mi destino es morir, voy a morir”.

El miércoles, llamó a su madre y le dio una buena noticia: había conseguido un lugar en el Vuelo 17 y estaría allí el viernes. Después de colgar, ella se puso a rezar por Singh, como siempre hacía. “Cuídate”, fue lo último que Singh dijo a su mamá.

Despegue

Todos convergieron en la Puerta G3 del aeropuerto Schipol. Singh fue a su puesto en el avión. Miguel fue a su asiento de la primera fila turista. Grootscholten estaba dos asientos a su izquierda. Más atrás, Ayley se acomodó en su butaca. Irene Gunawan, una pasajera, escribió a su cuñada un último mensaje de texto: “Je je je, t kiero, apago celular, hora de despegar... cuídate, que no te caiga un árbol encima”. El avión partió enseguida.

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