Casi todas las sedes de la muestra estuvieron repletas. Hasta el domingo, habrá películas para todos los gustos.
Además de la programación dedicada a los más chicos (que se puede consultar en www.bafici.gob.ar), el Bafici invita a practicar una actividad que podríamos bautizar como “cine a la pileta”: como no siempre se puede ver la película que uno quiere (para algunas funciones las entradas se agotan con varias semanas de anticipación), el público igual se mete en las salas a ver cualquier cosa. Laura –paquetísima, admiradora del cinearte francés– contaba ayer en la mesa de entradas del Village Recoleta (en donde se exhibe la mayor parte de la programación) que había enganchado un documental de un director israelí “muy bueno, excelente”, pero que también una amiga suya había visto un documental rarísimo, en el que no quedaba claro si había un error en la proyección o si ese era el plano que había pensado el director. En el mostrador de atención, Freddy –un estudiante de cine nacido en Bogotá y que trabaja en el festival– confirma la teoría: “La gente pregunta por las películas y siempre termina eligiendo alguna, más por intuición que por un dato preciso”. Las entradas cuestan 26 pesos, aunque estudiantes y jubilados pagan $20. Se compran en la página bafici.gob.ar y en los cines del festival. Además de la sección dedicada a los chicos, este año estará el Sportivo Bafici, con películas deportivas: “Qué mejor excusa que un Mundial para dar cuenta de la relación entre deportes y cine que siempre estuvo en el BAFICI”, explicó Marcelo Panozzo, director del Festival. Lejos del prejuicio y del mito de esnobismo que supo ostentar el Bafici, al repasar la programación surge que hay propuestas para todos. Lo ratifica Panozzo, con una frase de Sui Generis: “Pueden venir cuantos quieran, serán tratados bien”.
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