Hace dos décadas, el Atlético de Madrid divagaba sin pena ni gloria por la primera competición española de fútbol. Su presencia en torneos europeos, era meramente testimonial, pero todo cambió un diciembre de la temporada 2011. Una fecha señalada también para las casas de apuestas deportivas, puesto que su visión sobre el Atleti se modificó radicalmente con la incorporación de Diego Pablo Simeone al banquillo de la entidad colchonera.
Aunque han sido muchos los detractores que ha tenido el Atlético de Madrid, sus números están lejos de toda duda, siendo uno de los mejores entrenadores que se han visto en todos los tiempos, y, por supuesto el mejor que ha defendido los intereses del cuadro de la capital de España.
El legado de Simeone no se entiende únicamente desde los títulos, aunque estos sean un pilar evidente. Su huella está en la reconstrucción del carácter del club. Desde el primer día insistió en una idea simple pero contundente: trabajo, compromiso y sacrificio. Sobre esos valores edificó un modelo que conectó de inmediato con la afición rojiblanca, acostumbrada a vivir los partidos con intensidad emocional. La comunión entre grada y equipo, que se había debilitado con el paso del tiempo, encontró en Simeone un punto de unión sólido.
Uno de los aspectos más influyentes de su etapa fue la recuperación de la competitividad frente a gigantes históricos como Real Madrid y Barcelona. Con recursos más limitados, Simeone llevó al Atlético a disputar ligas, copas y competiciones europeas al máximo nivel. Convertir a un club que aspiraba a estar entre los mejores en uno que compite para ganar fue una de sus transformaciones más profundas. Bajo su dirección, el Atlético pasó de ser un rival incómodo a un aspirante habitual a los títulos más importantes.
En el plano futbolístico, la identidad que construyó definió una era. Su Atlético se caracterizó por la solidez defensiva, la intensidad colectiva y la capacidad de hacer de cada partido una batalla estratégica. Pero reducir su legado a una etiqueta de fútbol defensivo sería simplificar una propuesta que evolucionó con el tiempo. Desde la presión alta en algunos tramos hasta la incorporación de talento ofensivo que exigía mayor creatividad, Simeone supo adaptar su idea a los jugadores disponibles y a las necesidades del club. Su flexibilidad táctica, a menudo menos comentada, fue clave para mantener al Atlético competitivo durante más de una década.
El crecimiento institucional del club también se vio impulsado por sus éxitos. La presencia constante en Champions League, las finales europeas y los títulos nacionales fortalecieron la marca Atlético de Madrid a nivel internacional. El cambio de estadio, la evolución económica y la revalorización de jugadores pasaron a formar parte de un proyecto que necesitaba estabilidad deportiva para consolidarse. Simeone fue ese pilar. Su figura se convirtió en garantía de continuidad en un contexto donde los ciclos de los entrenadores suelen ser cada vez más cortos.
Además, su legado se aprecia en la capacidad de formar jugadores y proporcionarles un entorno competitivo donde desarrollar lo mejor de sí. Desde canteranos que encontraron espacio hasta fichajes que crecieron bajo su liderazgo, la mano del Cholo se notó tanto en el campo como en el vestuario. Sus futbolistas no solo mejoraron individualmente, también asumieron un compromiso colectivo que definió su etapa. La noción de “equipo por encima de cualquier nombre” se convirtió en un mantra que trascendió lo deportivo.
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