Que 30 años no es nada...

Que 30 años no es nada...
A tres décadas del retorno de la democracia, 0223 reunió a los ediles que integraron ese primer Concejo Deliberante en el recinto de sesiones. Emoción, anécdotas, el relato y las imágenes de un reencuentro con todos los condimentos.
Nadie recuerda exactamente si fue así pero todos creen que aquel domingo 30 de octubre en Mar del Plata amaneció con sol y el cielo estaba limpio. Ese día de 1983 –cálido o no– 281.241 residentes del Partido de General Pueyrredon revisaron si llevaban consigo el documento o la libreta cívica y fueron a ejercer un derecho sagrado que siete años antes les había arrebatado la dictadura cívicomilitar: el de elegir.

De esa elección participaron diecisiete candidatos a intendentes con sus respectivas nóminas de postulantes a concejales y consejeros escolares. Sin embargo, la Unión Cívica Radical fue la gran ganadora de la jornada: se alzó con 115.304 votos y Ángel Roig se convirtió en el primer jefe municipal de la nueva etapa democrática.

La amplia diferencia de la UCR sobre sus adversarios también se reflejó en el Concejo Deliberante, en donde se quedaron con catorce de las veinticuatro bancas en juego. Los otros lugares fueron ocupados por dos representantes del Partido Justicialista, dos del Socialismo y dos del Movimiento de Integración y Desarrollo. Los flamantes concejales asumieron el lunes 5 de diciembre.

Treinta años más tarde, la mayoría abandonó la actividad pública, algunos fallecieron y sólo unos pocos volvieron a ese recinto. Hasta hoy.

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La cita es a las 9 en el Concejo, pero todo se retrasa. Pasan dos, cinco, diez minutos y nadie llega. El lugar se cambió espontáneamente: se encontraron en la puerta del palacio municipal y ahí se quedaron conversando. Quince minutos después, por fin, aparecen los primeros cinco. Son los radicales Daniel Remaggi, José Reynaldo Cano, José Luis Gelemur y Aldo Palazzo, encabezados por el justicialista Jorge Córdoba.

Dicen que no lo pueden creer y se abrazan en el centro del salón. La escena se repite una y otra vez hasta que Remaggi saca de una bolsa algo que los sorprende aún más: una pila de recortes de diarios del día que asumieron el mandato. Los distribuyen con cuidado sobre la mesa, uno debajo de otro. "Este soy yo sin bigotes", se descubre Cano, mientras el dueño del material periodístico recuerda que él era el más joven.

El "Chango" Córdoba –de impecable traje a rayas y pañuelito en el bolsillo del saco– compara las imágenes. Se fija quiénes perdieron pelo y ganaron peso.

–Vos siempre derrochando pinta–, lo halagan.

–Qué se le va a hacer…–, suspira.

La irrupción de otro radical, Ernesto Argüeso, provoca una nueva andanada de abrazos, gritos y quéfuedetuvidatantotiempo.

–¿Por qué asumieron el 5 y no el 10 de diciembre?

–No había nada más importante que hacer–, propone Cano.

–Es que teníamos hambre de democracia–, replica Gelemur.

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Julio Alfredo Benítez llega acompañado por su hija, Carmen, una figura clave para este reencuentro: más tarde confesará que su padre, el "Pichi", no quería venir y prácticamente lo trajo arrastrando. "Dice que está viejo, que no se acuerda nada", explica.

Benítez y Ricardo Junco conformaron la dupla socialista de ese primer Concejo del retorno de la democracia. Antes había tenido algunos cargos en el Ejecutivo –pasó por Asuntos de la Comunidad y Cultura, entre otros– y hasta el año pasado trabajó en la biblioteca Juventud Moderna.

–¿Cómo fue el día de la asunción?

–De mucha alegría pero también muy duro porque desde 1910 el Partido Socialista jamás había perdido tan espantosamente. Si perdimos alguna que otra elección porque nos trampearon, pero nunca de esa forma.

–¿Y cómo se llevaban con la mayoría radical?

–Era imposible soportarlos.

Néstor Saggese, el primer presidente del Concejo del '83, es el último en arribar. Entra decidido pero de pronto se detiene. Durante unos segundos sus ojos celestes recorren las paredes de la sala, las bancas, el piso del recinto. “¡Llegó el presidente!”, avisa Cano y sus excompañeros lo reciben con nuevos abrazos. Saggese tiene los ojos húmedos.

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Reconstruir la foto de aquel primer Concejo es imposible: nadie quiere abandonar ninguna de las cinco conversaciones que mantienen en simultáneo. Pero al final acceden y cada uno se ubica en el mismo lugar que ocupó hace tres décadas atrás. En el ala derecha de la sala se ubican Remaggi, Cano, Gelemur, Palazzo, Córdoba y Saggese. Enfrente, sólo Benítez y Córdoba.

–Qué pocos quedamos–, advierte alguien. Las miradas se entrecruzan pero nadie se atreve a decir nada. Por primera vez, el silencio se apropia de la sala. El silencio, ahora, es un homenaje a los que no están.

Saggese se niega a sentarse en el sillón del presidente del cuerpo legislativo. Dice que no corresponde, siente que es casi una profanación. Hasta que propone un trato: lo hará sólo si el actual presidente del HCD así lo autoriza. Entonces alguien corre a buscar a Ariel Ciano, que entra a paso apurado, directo a estrecharle la mano. "Este es su lugar, concédanos el honor", le pide. Saggese sonríe. Sus ojos están aún más claros.

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En la despedida, la escena es similar a la del principio. Hay abrazos, la promesa de una cena antes de fin de año y una lista actualizada de números de teléfonos. Entonces empieza la lenta retirada. Salen todos juntos, todavía sin poder creer que haya pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron.

El "Pichi" Benítez demora su salida. Sigue ahí, solo, parado con las manos en los bolsillos. No lo dice ni jamás lo reconocerá, pero no hace falta: ahora no se quiere ir.

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