Amanecer de un domingo diferente

Colores, trajes y mucha alegría colmaron las calles de Paraná. La XVII Fiesta de Disfraces fue todo un éxito.

Alborada del domingo. Una avanzada de disfrazados solitarios, en pareja o en grupo iban dejando el predio para emprender una larga caminata por el Acceso Norte hacia el lado de la ciudad.

Aún no asomaban los primeros rayos de sol pero la claridad del alba contorneaba las siluetas de extraños seres avanzando al borde del asfalto: los walking dead (muertos vivientes, un clásico de estas fiestas) resultaban más verosímiles en ese momento de incertidumbre en el que la noche se transforma en día; un pingüino y dos presidiarias intentaban suerte a dedo con el tránsito cada vez más fluido; y un drácula buscaba cubrirse con su capa para combatir el frío, o quizás para evitar la luz.

La desconcentración se tornó masiva un rato después, pasada las 8 de la mañana, a poco de finalizada oficialmente la edición de la Fiesta de Disfraces 2015. El acceso, en sus dos carriles, se transformó entonces en una procesión de personajes, algunos aún con energía suficiente para seguir de festejo bebida en la mano, y otros extenuados apoyándose entre sí para mantener la vertical. El cansancio no borraba las ganas, y todos posaron sonrientes para la foto de El Diario.

La circulación se volvió lenta con la salida de autos, combis, y el ir y venir de taxis y remises. “150 pesos hasta las cinco esquinas”, le proponía un chofer a la conejita Gabriela y su amiga, que ocuparon los asientos traseros del vehículo para evitarse la marcha a pie. “Hasta el centro cobro entre 80 y 100 por viaje, no por pasajero, hay algunos que se están abusando un poco, pero yo mantengo la tarifa de siempre, y pienso hacer unos cuantos viajes en la mañana”, le anunciaba otro remisero a esta Hoja. Una enorme flota de micros de larga distancia con los más disímiles destinos aguardaba por sus pasajeros a la vera de la ruta, o en los playones de las estaciones de servicio cercanas. Allí también se iba concentrando la gente en puntos de encuentro.

El minishop de la Shell fue el primero en atiborrarse de público, con esperas en la puerta para poder ingresar; al igual que en la YPF más próxima al Seminario. Los caminos rurales de los alrededores se fueron poblando de héroes populares que evitaban la vía principal de descongestión, o la avenida Gobernador Maya que tomaban quienes iban rumbo a Almafuerte y la zona del Parque Industrial. Así, los madrugadores encargados de la producción hortícola de la periferia urbana vieron pasar al Zorro, a la Mujer Maravilla y a algunos ninjas y gladiadores romanos por las tranqueras de sus quintas, en un espectáculo alternativo a las vaquitas y tractores habituales.

Tal vez, en ese cruce propio de lo real maravilloso, aquel porteño que iba disfrazado de gaucho habrá sido interpretado como un peón rural; y el hombre trabajando con sus pilchas tradicionales pudo haberse confundido con otro participante de la fiesta. Espera frente al río. A medida que avanzaba la mañana, aquellos que se divirtieron toda la noche con la consigna “Ser lo que queremos ser”, se esparcieron por la ciudad cargando aún con sus atavíos, maquillajes, máscaras y pelucas; mezclándose con la tranquilidad dominguera.

En la esquina de Laurencena y Ramírez, un grupo de bonaerenses, sentados en el suelo, comenzaban su larga expectativa por la combi que los lleve de regreso.

“Ta cansada la muchachada”, comentó al pasar un albañil risueño, con su pala al hombro. En la terminal de ómnibus se concentraron los que aguardaban transporte hacia otras provincias. Un policía recorría el interior sacudiendo hasta despertar a quienes, ya sin fuerzas, se tiraban a dormir en el piso. 

La cola para el interurbano a Santa Fe mutó su clásica espera de estudiantes universitarios por faraones y piratas deseosos de cruzar el túnel y encontrarse con una cama. En la plaza 1° de Mayo, una Minnie esperaba el colectivo con su pollera a lunares y sus orejas de ratón, mientras un par de pilotos de aviación observaban a los que entraban a misa en la catedral.

Quienes corren o caminan a esas horas por el apacible Parque Urquiza se encontraban con los que elegían el horizonte de islas para desayunar o pasar el rato, antes de la retirada definitiva. Cuatro cordobeses de La Falta disfrutaban la tranquilidad del río y le ponían ritmo de cumbia con un rayador, en espera de la hora de tomar el micro hacia la provincia mediterránea.

“Piolaza la fiesta. Es la primera vez que venimos, y vamos a volver”, dijo uno de ellos. “Ibamos a quedarnos varios días, pero con el cambio de fecha se nos complicó. Llegamos ayer de mañana, al mediodía comimos dorado acá en el puerto y nos hicimos amigos de los mozos a quienes les dejamos nuestras mochilas. Ahora estamos haciendo tiempo hasta que abran para recuperarlas, y ya tenemos pasaje. Igual valió la pena la espera, hace una semana estaríamos mojados y bajo un cielo gris”, agregó su amigo, contemplando el Paraná, soñando con la próxima fiesta. 

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