"La selva me devolvió a mi papá"

El colombiano Manuel Chavez Moya, que hace cuatro años reside en nuestra provincia, se enteró esta semana que su padre vive, tras ser "descartado" por la guerrilla de su país. Tiene un hermanito más y una nueva vida por delante. "Voy a volver a decir papá", se emocionó.
La historia de Manuel Chavez Moya es digna de contar. Nacido en Medellín, Colombia, hace 25 años, llegó a Santa Rosa hace cuatro temporadas para jugar al fútbol y, con suerte dispar, pasó por All Boys, Belgrano, Pampero de Ataliva Roca y Atlético Santa Rosa, su club actual.

Pero más allá de practicar el deporte que lo apasiona, y por el que recorrió Sudamérica buscando un bienestar, logró formar una familia y consiguió un trabajo que le permite vivir y seguir ayudando a sus seres queridos en su país de origen, como lo hizo a lo largo de su vida.

Y en medio de su sacrificada pero tranquila vida diaria en su ya muy querida tierra pampeana, el miércoles pasado recibió una noticia que, a decir verdad, ya no figuraba ni en sus sueños: su padre, al que había "perdido" en 1998 porque se lo habían llevado las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), vive, y está en un hospital de Bogotá recuperándose de una serie de heridas sufridas en la selva colombiana, donde fue abandonado por la propia guerrilla, a la que sirvió obligadamente durante 14 años.

"La selva me devolvió a mi papá; no fueron las FARC porque ellos lo descartaron herido en medio de la selva. La verdad es que hace años que pienso que estaba muerto, pero por suerte me equivoqué. No lo puedo creer, voy a volver a decir papá", dijo Chavez Moya, a quien el ambiente del fútbol pampeano conoce simplemente como "El Colombiano".

Infancia dura.

Manuel nació el 7 de septiembre de 1986 en las afueras de Medellín, en la comuna Santo Domingo Savio, una especie de "favela colombiana". "Siempre me preguntan si las comunas en mi país son como las villas de acá, pero nada que ver; yo estuve en una villa y tienen hasta Direct TV, y nosotros en Colombia no teníamos ni luz, ni agua... nada", aclaró el futbolista.

Al continuar con su relato, explicó que su padre hacía diferentes trabajos para poder mantener a la familia, que completan su madre Sandra y sus hermanos Javier Andrés y Gina Paola. "Mi papá era un gran seguidor del fútbol, y estábamos haciendo planes para ir a probarme a Independiente Medellín, porque allá quedar en un club así no sólo significa jugar, sino también tener un colegio para estudiar, que en nuestra situación no era fácil de conseguir", comentó.

Sin embargo, sucedió lo inesperado. "Fue una situación que me quedó grabada para siempre. Era de noche, una de esas noches hermosas de Medellín, a la que llaman 'la ciudad de la eterna primavera' porque el clima es lindo durante todo el año. Estábamos en casa, con la puerta abierta, y de repente escuchamos un golpazo y entró gente armada", relató Chavez Moya. Y continuó: "Preguntaron por Bernardo Chavez Rocha, mi papá, le preguntaron algo sobre una plata que supuestamente debía mi padre, y le dijeron: 'tiene que irse con nosotros porque estamos reclutando'. Se lo llevaron y desde ese momento no lo vimos más".

El hoy jugador de Santa Rosa, en aquel entonces tenía apenas 12 años, era un "peladito", como le dicen a los niños en esa región de Colombia, y su vida cambió radicalmente. "Fue un golpe fuerte para toda la familia. Yo tuve que irme a vivir a Cali, buscando algo que hacer, y como a los cuatro años tuvimos la primera noticia de mi padre a través del padre de un conocido, que lo reconoció entre los civiles que acompañaban a los guerrilleros", recordó.

A diferencia de militares, policías o algunos civiles "destacados" que a lo largo de los años fueron secuestrados por las FARC, el padre de Chavez Moya fue uno de los tantos civiles "reclutados" a la fuerza para colaborar con la guerrilla, y su destino fue la inmensa selva colombiana. "Por lo que nos contaron en ese momento, a mi papá lo tenían en el Sexto Frente, en la columna móvil de Jacobo Arenas, como cocinero de ese campamento de guerrillas. Fue lo único que supimos, pero a partir de allí nunca más tuvimos noticias, hasta ahora", reveló el futbolista.

A jugar.

Ya adolescente, Chavez Moya siguió su sueño de jugar al fútbol (inculcado por su padre), y esa ilusión lo llevó por Brasil, Chile y finalmente Argentina, donde recaló en La Pampa hace cuatro años. "Estuve en diferentes lugares, siempre tratando de juntar dinero para ayudar a mi familia, y la verdad es que gracias al fútbol pudimos mejorar la situación de mi mamá, que se pudo mudar y ahora vive en otro lugar mucho mejor", relató el volante.

Desde hace un tiempo, en nuestra ciudad el fútbol ha quedado un poco de lado para él, debido a que su trabajo le impide entrenar con normalidad. Aunque justamente mientras realizaba sus tareas, hace dos días recibió quizás una de las noticias más gratificantes y "sorprendentes" de su vida. "Estaba repartiendo unas cosas y me suena el teléfono. Me estaciono porque era un número privado, como pasa cuando me llaman de Colombia, y era mi hermano, desesperado", relató. "En principio me asusté -continuó- y le pregunté, '¿qué le pasa hermano?', y me contestó: 'No puedo hablar mucho, estoy en Bogotá, en el hospital Kennedy, con papá y con un hermanito nuevo'... La verdad es que yo no sabía qué hacer; no sentía nada, no sabía si lo que me pasaba eran ganas de llorar o de reír. Fue un momento increíble".

La verdad.

Horas después del primer impacto, de saber que su padre, al que no ve desde hace 14 años y al que creía muerto, en realidad vivía, Chavez Moya comenzó a interiorizarse sobre la situación, con las dificultades propias de hacerlo a la distancia.

"El ejército colombiano se atribuye la liberación, como hicieron esta semana con los diez rehenes que salieron en todos los medios. Pero en realidad las FARC solamente soltaron a esos militares y policías que todos vimos, porque a mi papá y a un grupo de civiles la verdad es que los descartaron (abandonaron), no los liberaron", explicó el colombiano.

En ese sentido, aclaró que su padre estaba en un campamento de los denominados móviles, que se trasladan de un lugar a otro de la selva en grupos, que son encabezados por los civiles (van en grupos de siete u ocho, atados de a pares) y que detrás lo hacen los guerrilleros. "Ellos estaban en Caquetá, cerca de Florencia, y se tenían que mover. Mi papá iba amarrado de una señora, que se llama Blanca, que conoció en cautiverio y con la que tuvieron un hijo", reveló emocionado.

Y siguió: "En el traslado entraron a un campo que era privado y que en otra oportunidad la propia guerrilla había minado, con unas minas que le llaman 'quiebrapatas' y que disparan esquirlas para todos lados. Una persona que iba delante de mi papá pisó una y la mayoría del grupo de civiles quedó herido, entre ellos mi papá, al que ahora están tratando de salvarle un ojo en el hospital".

"¿Y sabés lo que hicieron las FARC? -preguntó indignado-; los descartaron a todos los heridos; los dejaron tirados a su propia suerte, y gracias a que esta señora Blanca pidió a gritos, le dejaron el hijo, que lo traían atrás". Y cerró la historia: "Como era un campo privado, algunos campesinos escucharon la explosión, dejaron que los guerrilleros se fueran, levantaron a los heridos y los llevaron a un centro asistencial en un pueblito cercano, desde donde los trasladaron a un hospital de Bogotá, donde hoy se recuperan".

El hoy futbolista del Albo aún cuenta la historia sorprendido y con la rara felicidad de haber recuperado un familiar que creía perdido para siempre. "Mi hermano siempre soñaba con verlo, decía que estaba vivo. Yo, en cambio, desde hace años pensé que estaba muerto. Por suerte me equivoqué y ahora es una vida nueva. No veo la hora de poder viajar a verlo, aunque sé que es difícil por los costos, pero ya lo haré. Quiero ir, darle un abrazo, preguntarle muchísimas cosas y contarle mi vida. El siempre soñó con que yo fuera futbolista, y aunque no lo logré en el mejor nivel, sí pude dedicarme a esto que tanto amamos. Se pondrá muy feliz cuando lo sepa", cerró.

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