Más castigos que premios para que no rompan nada

Por Claudio Jacquelin

La derrota es huérfana y la victoria tiene muchos padres. Ya se sabe. Un axioma demasiado antiguo que se replica en cada competencia y en todas las batallas.

Pero nada es lo que era. Y ya no resulta tan fácil eludir responsabilidades ni atribuirse logros que no corresponden. También en política. Aunque no para todos funciona. Abundan expertos en ocultar defecciones, con poderosos protectores que facilitan el trabajo. Y sobran especialistas en vender lo que no tienen ni hicieron. La diferencia es que en este mercado no falta la competencia.

La noche y los días posteriores a las PASO confirmaron otra vez lo difícil que es la autocrítica en el fracaso y lo fácil que es la euforia en el triunfo. Unos, desencajados por el golpe, y otros, borrachos por la consagración, casi rompen todo. Como si no comprendieran que hubo más ganas de castigar que de premiar. Que todavía no se ganó nada y que aún se puede perder todo.

Finalmente, más temprano que tarde, el susto sirvió para devolver la conciencia. ¿Era necesario?

 

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