Informe especial: las Lagunas del Guanacache vuelven a vivir

Informe especial: las Lagunas del Guanacache vuelven a vivir
El cauce comenzó a retener las lluvias del verano. De a poco, las aves van retornando a los humedales. Además, repararon el camino de acceso.

El agua brilla al reflejo del sol y no es un espejismo, aunque bien pudiera serlo en esa región árida del oeste puntano. Basta preguntarle a cualquiera de los escasos habitantes, la mayoría puesteros que viven de la cría de animales aunque a sólo cinco kilómetros está el pueblo, si no es un hecho casi milagroso ver actividad en el cauce del río Desaguadero. Dirán que sí, que en ese precipicio barrancoso de color ocre estaban acostumbrados a ver tierra reseca y cuarteada, a lo sumo alguna planta espinosa de esas que desafían la sequedad infinita y el polvo que se mete por el calzado porque llega a la altura de los tobillos. Limo y arcilla, es la ley del desierto.

El sitio tiene potencial turístico. Ya hay pisadas en la orilla del río, signo de que hubo bañistas.

Pero el agua hoy es una realidad en el río que demarca el límite entre San Luis y Mendoza. Y no es un milagro, sino el fruto de una inversión de casi 40 millones de pesos del gobierno puntano, que además tuvo la decisión política de llevar adelante una obra que hará mucho por la recuperación de la biodiversidad que supo disfrutar hasta hace 30 años atrás esta zona postergada, que se extiende por toda la frontera rumbo el norte.

El Diario recorrió las costas del río que comparten ambas provincias junto con el ingeniero Guillermo Aguado y pudo comprobar que están listos los dos azudes que ayudan a contener el agua de lluvia, generosa en la época estival, con picos que llegaron a ser récord en febrero pasado. Es el comienzo de un proyecto que ayudará a que la fauna autóctona regrese a las inmediaciones del Desaguadero. Ya se divisan algunos flamencos, un sello distintivo de otras épocas, cuando las provincias norteñas utilizaban las aguas del río para beneficio propio sin pensar en lo que pasaba corriente abajo, lo que provocó un verdadero desastre ecológico. También vuelan unas aves zancudas que los lugareños describen como “perritos” por el sonido que emiten, similar al de un ladrido corto y agudo.

Para llegar hay que cruzar el arco de Desaguadero del lado puntano y tomar a la derecha por la ruta 49. Un cartel indica que a 46 kilómetros está Los Ramblones, el primer paraje, pero no hace falta ir tan lejos. El camino, que están trabajando máquinas viales como parte de la obra de restauración del río, está perfectamente transitable a pesar de que falta el enripiado. Llegará en poco tiempo porque el Gobierno tiene planeado inaugurar los trabajos el 14 de abril. Cruzamos lo que los vecinos llaman “el badén” y no es otra cosa que el cauce del río Jarilla, por donde pasa agua sólo cuando llueve mucho, lo que a su vez complica el paso y los deja aislados.

A los costados domina la vegetación típica de San Luis: espinillos, plantas achaparradas, chañares, algunas breas reconocibles por su tronco de color verde. Manda el silencio, salvo cuando pasa alguna niveladora o los camiones de Alquimaq, la empresa encargada de armar las contenciones. A tres kilómetros de la ruta 7 aparece el primer azud, para llegar al segundo hay que recorrer otros 20. El sueño que tienen quienes trabajaron en la obra es unir a ambos con una canoa, río abajo. Con un poco de suerte, lluvias y viento a favor, es posible que se saquen el gusto el día de la inauguración.

A partir de allí, el camino vuelve a ser una senda estrecha que mucho más adelante terminará en la ruta nacional 147, en la zona del parque nacional Sierra de las Quijadas. En el futuro, si el proyecto resulta bien, van a levantar cuatro azudes más hacia el norte, para alcanzar las Lagunas de Guanacache, ya en tierra huarpe.

La decisión de construirlos surgió durante la gestión de Alberto Rodríguez Saá, cuando el Gobierno se dio cuenta que la situación natural era irreversible. El Desaguadero estaba seco y el tratado de 1992 para abogar por su restauración (compromiso de enviar más agua y cuidar los aspectos ecológicos) que habían firmado San Luis, Mendoza, San Juan y La Rioja no se había cumplido. Claro, las dos primeras aprovechaban sus aguas para riego y en el caso de San Juan incluso para llenar sus diques. Entonces San Luis y La Pampa, no vieron una gota durante años, con la consecuencia de la pérdida ambiental y humana, porque sin agua no hay desarrollo posible.

Los que conocen la región se remontan a mediados de 1885 para ubicar el origen del problema, cuando la Nación decidió extender el ferrocarril hasta Mendoza. La empresa contratista levantó un puente en lo que se conoce como cruce Donado o Salto de la Tosca, rompiendo los diques naturales que contenían las aguas. Esto provocó la formación de barrancos debido a la erosión del suelo y entonces las lagunas del norte de San Luis, en Guanacache, perdieron su caudal y toda la zona quedó convertida en un desierto.

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Mientras San Juan dejó pasar el río, la situación se mantuvo estable, pero con el correr de los años fue “cerrando la canilla” hasta que en los ’90 decidió usar el agua en beneficio propio, porque comenzó a escasear. Para peor, lo poco que pasaba hacia el sur se lo quedaba Mendoza, necesitada de aumentar su cuota de riego. El calentamiento global hizo su parte en los últimos años, porque las nieves de la Cordillera de los Andes dejaron de ser eternas y los diques sanjuaninos no llegaban a cubrir su cota mínima. Claro, también la minería a cielo abierto que permitieron sus sucesivos gobiernos necesitó del agua para sus actividades y la crisis se acentuó aún más.

El río Desaguadero nace de la confluencia del San Juan y el Mendoza, ambos de deshielo. Antes de que San Luis pusiera manos a la obra para retener el caudal que se conforma con las lluvias, el agua pasaba sin freno rumbo al sur y terminaba perdiéndose antes de llegar al puente La Horqueta, otro punto limítrofe con Mendoza, en la zona de Mosmota.

En 2007 San Luis decidió que era hora de hacer algo para recuperar los humedales y entonces surgió la idea de los azudes, pequeños diques de no más de cinco metros de altura con un vertedero, que oficia de tapón del río, una pared impermeabilizada para evitar filtraciones y un delicado cálculo de su estructura para combatir las crecientes, porque se trata de un río que se alimenta de las precipitaciones, por lo que su caudal sufre variaciones importantes. Un par de escalones por debajo de la malla que contiene las piedras asoma el cuenco disipador, una especie de pileta que frena la energía que trae el río para que no erosione las orillas, el fenómeno original que provocó el desagüe de las lagunas.

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No le fue fácil al Gobierno convencer a las otras provincias involucradas de que la obra iba en beneficio de todos. La Pampa fue una férrea opositora, pero en diversas negociaciones San Luis aseguró que no iba a tomar agua de la cuenca y, luego de un par de visitas de funcionarios, los vecinos del sur se dieron cuenta de la importancia que iban a tener para el ecosistema. Además, encaró la obra desde el punto de vista ambiental, lo que evitó otro tipo de trabas burocráticas. Es tan efectiva esta argumentación que luego Mendoza la usó ante La Pampa en el diferendo que sostienen por el aprovechamiento del río Atuel.

Mendoza, claramente beneficiada por la obra sobre el De-saguadero ya que comparte el río en partes iguales con San Luis y no puso un centavo, dejó hacer al gobierno puntano y hasta recibió algunas concesiones, como por ejemplo que el estudio de impacto ambiental tuviera que hacerse bajo el imperio de su legislación. Incluso San Luis se lo encargó a la Universidad del Congreso, mendocina, y hasta tuvo que pagar los sellados. “Nuestros vecinos nos trataron como si fuéramos una empresa privada que iba a lucrar con la obra y en realidad hicimos algo por las dos provincias”, comentó por lo bajo un funcionario puntano.

De donde sí recibió ayuda el Gobierno fue del municipio mendocino de La Paz, el más cercano al río Desaguadero. Su intendente presionó a los diputados de su departamento para que aceleren los trámites en la Legislatura y brindó toda la colaboración posible, consciente de la importancia que tiene la obra para toda la región. Porque hay una finalidad ambiental en todo esto, pero también la posibilidad de desarrollar una zona turística en la que se podrá incluir, entre otras actividades, la pesca (van a sembrar alevines) y el avistaje de aves. Incluso había pisadas en las orillas de las lagunas que se formaron por la acción de los azudes, síntoma de que durante el fin de semana largo pasado hubo gente que se animó a meterse en las aguas algo saladas, un desafío peligroso y para pensarlo dos veces, ya que llegan a los cuatro metros de profundidad.

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