El impacto social de las masacres, cada vez mayor

El impacto social de las masacres, cada vez mayor
Según los especialistas, contrariamente a la percepción dominante, cayó la cantidad de casos; cómo es la reacción de la opinión pública
WASHINGTON.- En el templo sikh de Oak Creek, Wisconsin, donde en agosto pasado un hombre armado mató a seis feligreses e hirió a tres más, hay una placa dorada junto a uno de los orificios de bala con la siguiente inscripción: "Somos uno".

"Le pone un marco a nuestra herida", dice Pardeep Kaleka, hijo del ex presidente del templo, Satwant Singh Lakela, una de las víctimas de la masacre. "La herida de nuestra comunidad, la herida de nuestra familia, la herida de nuestra sociedad." El viernes, esa herida volvió a abrirse con feroz brutalidad.

Son hechos que se volvieron siniestramente familiares: hombres armados que abren fuego sobre gente inocente en los lugares supuestamente más seguros.

Una vez más, las escenas de caos, mientras los rescatistas y los medios se hacen presentes en el lugar. Una vez más, las fotos de los sobrevivientes, llorando, abrazados unos a otros, de las velas y los ositos de peluche dejados como recuerdo. Y una vez más el coro de expertos debatiendo sobre el control de armas y la violencia, mientras la sociedad intenta dar sentido al sinsentido. "¿Queda algún lugar seguro?", se pregunta Kaleka. "¿Así es la vida y tenemos que conformarnos con vivir así? ¿Ya no podemos ir de compras tranquilos al shopping en Navidad, ni a la iglesia, ni al cine? ¿En qué clase de sociedad nos hemos convertido?"

Mientras este año de armas se acerca a su fin en un charco de sangre, nos queda preguntarnos lo mismo que Kaleka: ¿cuál es el sentido de todo esto?

A pesar de los últimos episodios resonantes, los estudiosos de estas masacres dicen que no se volvieron más frecuentes. "No hay un patrón, no hay un incremento de los casos", dice el criminólogo James Allen Fox, de la Universidad Northeastern, de Boston, que viene estudiando el tema desde la década de 1980, a partir de una ola de matanzas en oficinas de correos.

Según Fox, las masacres al azar, esas que captan la atención de los medios, son casos muy raros. La mayoría de la gente que muere por heridas de bala conoce a su asesino. La sociedad sigue adelante, dice Fox, debido a nuestra capacidad para distanciarnos del horror de cada día, y porque la gente cree que esas tragedias son "uno de los desafortunados precios que pagamos por nuestras libertades".

Grant Duwe, criminólogo del Departamento Correccional de Minnesota y autor de una historia de los asesinatos en masa en Estados Unidos, dice que las masacres aumentaron entre las décadas de 1960 y 1990, pero que durante la década de 2000 disminuyeron. Lo cierto es que, según los datos del investigador, los asesinatos en masa alcanzaron su pico en 1929. Duwe estima que en la década de 1980 se produjeron 32 de estos hechos; en la década de 1990, otros 42, y sólo 26 en la primera década del presente siglo.

Las chances de ser asesinado en una masacre, dice Duwe, probablemente no sean mayores que las de morir fulminado por un rayo.

De todos modos, Duwe entiende la reacción de la opinión pública -y la extensa cobertura mediática- cuando estas masacres ocurren en lugares como centros comerciales y escuelas. "En esos casos, la sensación es que podría haberle tocado a uno. Y eso lo hace mucho más aterrador."

Un día de primavera, hace más de cuatro años, fue el turno de Colin Goddard. Durante los dos años que siguieron a ese día en que un hombre armado le metió cuatro balas en un aula de la Universidad Estatal de Virginia, Goddard dice que no podía soportar escuchar los informes ni leer acerca de otros tiroteos, pues lo retrotraían indefectiblemente a aquel 16 de abril de 2007, cuando estuvo tirado en el piso de un aula, sangrando por el hombro y la pierna, y preguntándose si sobreviviría.

Y después, el 3 de abril de 2009, encendió su computadora y escuchó la noticia. Un hombre de 41 años había abierto fuego sobre un centro comunitario para inmigrantes en Binghamton, Nueva York, matando a 11 inmigrantes y dos empleados. El tirador, un inmigrante vietnamita y ex estudiante de ese mismo centro, se quitó la vida al llegar la policía.

Al observar la escena, Goddard advirtió anonadado cómo eran las cosas para el resto del mundo cuando ocurría una de esas masacres. Ya sea en una escuela, una sala de cine o un centro comercial, las víctimas yacían heridas, aterrorizadas, agonizando, mientras el resto del mundo observaba desde lejos. Durante un día, la gente no se despega del televisor. Se aterran por la seguridad de sus hogares o lugares de trabajo. Se sienten horrorizados durante un tiempo. Y después siguen con sus vidas. Se vuelven insensibles.

Según Duwe, ese ciclo se ha venido repitiendo por generaciones. "A fuerza de repetirse, nos hace mentalmente insensibles", señaló.

"Los raids de violencia conducen a un ciclo repetido de angustia, investigación, reproches y debate acalorado, pero con muy pocos avances concretos en la prevención", escribió John Harris, profesor adjunto de medicina clínica de la Universidad de Arizona, en el American Journal of Public Health. "Este tipo de hechos puede llevar a la desesperación, por su carácter inevitable e impredecible."

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