Declaraciones

El enfrentamiento entre un grupo de vecinos y policías, en Tunitas, en vísperas de instalarse en el barrio un destacamento de la Bonaerense arrancó todo tipo de declaraciones. Todas ellas, por separado, tienen un sentido, según quién la dice, su origen, su presente y su interés.
Todas juntas, dan cuenta de la complejidad del tema. Pero sigue sin aparecer la cuestión que parece central: qué vinculación tiene una parte de la fuerza policial con el delito que crece día a día y consolida su red allí y en otros puntos de la periferia de la ciudad. El tío del niño que recibió un balazo vive en el barrio.

Es transportista y está a favor de la instalación del destacamento. Dice que el barrio debe ser “manejado” por la Policía y no por los delincuentes. “Nos conocemos todos acá, por 10 o 15 ladrones todo el barrio está en la mira”, dijo.

Otro vecino, consultado por El Eco, quien dice también estar a favor de la instalación de la Policía en el lugar, aseguró que “acá enfrente, donde se metió la Policía anoche que se llevaron a los chicos éstos, en el fondo, que está tapado de yuyos, tiran las motos robadas ahí y después a la noche las desarman”. Otros habitantes del lugar pueden decir, con lujos de detalles, dónde se despacha droga.

No hay cartel de promoción pero sí unas motos que cuestan “más de 200 mil pesos”. No falta quien dice saber dónde se guarda lo robado, el depósito de electrodomésticos y electrónica, el lugar al que primero recurre quien es robado en su domicilio, donde puede recuperar lo suyo pagando una especie de “rescate”. Y como si todo esto fuese poco, el titular de Prevención del Municipio, dijo saber el nombre de los “inadaptados” que incendiaron el local donde se iba a instalar el destacamento.

La primera conclusión es que Tunitas es el mejor ejemplo de “barrio chico, infierno grande”. Todo el mundo parece saber todo: quién vende drogas, quién la cocina o la trae, quién roba motos, quién las desarma y vende las autopartes, quién roba en las casa de la zona. Y si lo saben los vecinos, es de suponer que también lo sepan las autoridades.

Autoridades políticas, pero sobre todo policiales. La pregunta es por qué no se interviene. Por qué la Policía no acude al terreno donde se dejan las motos robadas, a las casas donde se desarman, al lugar donde se venden las cosas robadas, a la propiedad en la que se despacha la droga que consume un creciente sector que no sabe de barreras sociales y económicas. Si la información está y está la Policía, por qué no se hace ahora lo que se pretende hacer por el solo hecho de estar en el barrio.

¿Qué harán los policías del destacamento que hoy no pueden hacer en un patrullero o en la calle misma, comandados por una seccional que está a 10 cuadras de distancia como es el caso de la Seccional Primera? La preocupación de los vecinos es lo único real. Estaría justificada por el día a día, el robo de combustible, de todo lo que se deje en el frente de la casa, de lo que se deje en el patio, del atropello de las banditas que hacen de la calle su territorio de dominio, del temor permanente a dejar la casa sola, del temor permanente a ser lastimado en una incursión nocturna de los pibes, el peaje para pasar por la vereda. La preocupación es obvia.

Tan obvia como la pregunta de por qué no se hace ahora lo que se va a hacer con un local en el lugar. Porque si el desarmadero de motos no se ataca, si la venta de drogas no se controla y si la violencia no se domestica, lo único que hará la radicación de la dependencia policial es correr esas estructuras delictivas a otros espacios. Y en cinco meses los vecinos de otro barrio estarán pidiendo otro destacamento. Uno exactamente igual al de Tunitas. Tan obvia es la preocupación de los vecinos como obvia es la estructura que funciona con el tráfico de lo ilegal. Alguien roba, alguien compra, alguien ampara, muchos ganan vendiendo “seguridad”. De todo este complejo ecosistema, uno solo sujeto es el que pierde: el pibe.

El pibe que a la corta o a la larga termina donde debe terminar: preso o muerto, antes o después. El jefe de la Policía local dijo que “no va a haber tres, cuatro, diez o quince que quieran ser los dueños del barrio. Evidentemente esa instalación en ese lugar les molesta, pero la policía va a estar donde tenga que estar y cumpliendo con su función”.

El concejal Díaz Cisneros dijo una barbaridad. Se le puede adjudicar a su inexperiencia. Es difícil creer que piense así. Dijo: “sé que hay chicos recuperables”, como si hubiese una parte que no lo es, como si hubiese una persona que no es. Lo de recuperables, presupone lo de “irrecuperables”. Y lo de irrecuperables ya sabemos en donde termina. La pregunta molesta es “quién es el dueño real del barrio”.

Porque obviamente los 15 pibes que tiraron las piedras no lo son. El dueño del barrio es el grupo societario que alimenta y sostiene el circuito del delito. El dueño del barrio es quien no se ve. El que la Política teme. Los que se ven son sus lacayos. Y de los más pobres. Los vecinos trabajadores son las víctimas.

Y los pibes que son empujados al robo y al ejercicio del cuerpo a cuerpo para ganarse el respeto también lo son. Parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es porque cada vez que se dan soluciones al problema de Tunitas se desconoce, llamativamente, la cuestión central. Es cierto que la Policía es la guardiana del orden, pero la pregunta siguiente es “¿de cuál orden?”.

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