Radiografía de las “pymes familiares” narco que operan en toda la Región

Desde la Zona Roja hasta Romero, en La Plata el narco menudeo se instaló desde hace años y no se detuvo ni durante la cuarentena. La droga en la calle y los delitos que trae aparejados.

Por: Marcelo Carignano.

Hablar -escribir- del narcotráfico es complicado. Combatirlo, si cabe alguna duda, todavía muchísimo más. En principio porque es una materia por demás enrevesada, con ángulos distintos que confluyen en delitos asociados a la comercialización de drogas en sí. Por ejemplo, usurpaciones, robos y crímenes. Además, su capacidad de expansión, el volumen de dinero y la rapidez con la que éste se genera, se enfrentan a una Policía con escasos o nulos recursos, en muchos casos con preparación deficiente o que posee un problema todavía mayor: el del agente que vive en un barrio manejado por narcos.

En La Plata las zonas donde prolifera el micro tráfico son bien conocidas por los vecinos, por la dirigencia y por las fuerzas de seguridad. Melchor Romero, El Mercadito, El Palihue, la Zona Roja, San Carlos, Los Hornos y Lisandro Olmos, son los lugares señalados por diversos especialistas consultados, que trabajaron o aún lo siguen haciendo, en la larga batalla contra la venta y distribución de droga. Cada uno con su situación particular, tanto geográfica como operativa. Lo que se ve en estos sectores poco tienen que ver con los grandes carteles de México o Colombia; aquí la estructura se asemeja más a la de una ‘pyme’ familiar dedicada al acopio de estupefacientes y al narcomenudeo. El esquema de poder puede repetirse o no, pero siempre sigue una disposición que tiene tres pilares fundamentales: el jefe, su lugarteniente y los operativos. “No se trata de un sistema piramidal”, esclareció una fuente policial con más de una década investigando el narcotráfico en la Región, “como puede ocurrir cuando hablamos de una institución. Acá hay alguien que da las órdenes y -lo más importante- es el nexo con la gente de ‘afuera’ para traer la sustancia”. Éste luego distribuye entre sus parientes y allegados, quienes se encargan de ampliar los puntos de venta. En el medio de esos dos vértices se ubica el subalterno directo, el jefe de gabinete. Una de las bandas desarticuladas de forma reciente que operaba en Melchor Romero, por ejemplo, constaba de un líder y sus segundos, que eran sus dos hijos. Los últimos controlaban a quienes traficaban en los barrios, que también eran familiares entre sí. Similar era el armazón que habrían comandado los Mujica y los Núñez, los dos grupos que controlaban el negocio en El Palihue; o los Tobas que manejaban ‘La Palmera’, en San Carlos.

Suele ocurrir -sucedió con bastante frecuencia este año- que las disputas por el territorio o el dominio del producto se diriman con la pólvora, el plomo o la hoja oxidada de una ‘punta’ casera. En esos encuentros al calor de las armas puede resultar herido o morir algún familiar integrante de la pyme. Aunque muchas más veces, quienes caen al polvo son los soldaditos, la mano de obra barata y desechable de quienes controlan el micro tráfico de la zona.

Entre los crímenes relacionados con la comercialización de estupefacientes, hay dos espacios verdes -lugares de esparcimiento para los niños- que se convirtieron en escenarios sangrientos: la plaza María Elena Walsh, situada en 526 entre 159 y 157; y la plaza El Palihue, emplazada en 99 entre 122 N. (ver recuadro)

En medio de los barrios Santa Ana y Don Fabián, la cuarentena empeoró la guerra entre sectores antagónicos; para la sangre vertida en Barrio Aeropuerto no hizo falta ninguna pandemia: en mayo de 2019 el homicidio de Mauro José Núñez (44) precipitó lo que, según fuentes policiales, decantaría en marzo de este año, con el crimen de su rival Jorge Ariel Mujica (44).

FALTA DE RECURSOS Y OTRAS YERBAS

En los últimos cuatro años la “lucha contra el narcotráfico” fue un lema utilizado en repetidas ocasiones para definir una política. Se derribaron búnkers y kioscos de venta de droga en toda la Región (más de 130 en toda la Provincia, según datos oficiales). Incluso, se descabezaron algunas organizaciones dedicadas al narco menudeo. No obstante, el tráfico siguió con pocas variaciones. En La Palmera, por ejemplo, hubo tres procedimientos con diferencia de meses. “Sacaban a uno y agarraba el primo, se hacía cargo del negocio y con la plata que juntaba le pagaba los abogados al familiar que estaba preso. En poco tiempo lo tenías afuera de nuevo”, detalló un investigador de la DDI.

Para un ex agente de Narcotráfico, “no hay voluntad ni política ni judicial de hacer algo. La Cámara los suelta, hay un sector que está impulsando la despenalización del consumo por medio del fallo Arriola (ver aparte), las fiscalías tampoco tienen la gente para trabajar el tema y además están desbordadas”.

Por otra parte, detalló que “la Delegación de Narcotráfico de La Plata tiene 14 partidos de injerencia y 50 efectivos en total con cuatro móviles, que terminan siendo reconocidos por los delincuentes. Es imposible que cubra todo el territorio necesario y sabemos que el narcotráfico no se investiga agarrando a un punterito en la cuadra”. Luego, distinguió un problema medular que muchas veces es pasado por alto: la cuestión del Policía, su entorno y la remuneración que percibe. A ese respecto, señaló que “un vigilante gana 35 mil pesos por mes y un transa de barrio le puede ofrecer 10 mil por semana. Hay casos también de policías que viven en el medio de la villa y están condicionados por ese ambiente. Ellos se van a laburar y los hijos y la familia quedan ahí… ¿qué van a hacer?”.

Otra cuestión que no se puede dejar de lado tiene que ver con la calidad del producto que se ofrece en la vía pública. Como en otros órdenes de la economía, el valor del dólar afecta también al mercado narco. En ese sentido, explicó que “el dólar está caro desde hace tiempo y eso hace que la cocaína sea cada vez más cara. En La Plata es mucho mayor el consumo del porro que, por otra parte, es una porquería híper estirada conocida como ‘lavadito’. Cocaína pura, únicamente con mucho poder adquisitivo se puede comprar”. La referencia es certera. En la Zona Roja, mucho de lo incautado no llega al umbral por su impureza. Al producto se lo mezcla con analgésicos y así se comercializa en bochitas.

CORTAR EL SUMINISTRO

Los países productores de marihuana son Brasil y Paraguay, aseguran. Desde ahí ingresa a la Argentina (y luego a La Plata por la Autopista y por el Río de La Plata) en tandas y ya no se estila traer en un solo embarque grandes cantidades, más bien se fracciona en bolsos cargados con 10 o 15 kilos del estupefaciente y lo mismo ocurre con los viajes. “Van entre 5 a 20 personas al destino y la droga se va trayendo en varios viajes”, refirió uno de los agentes consultados. La planificación en esos casos lo es todo: “Supongamos que quiero traer mil kilos de marihuana. Lo divido en 20 personas que carguen dos bolsos con 25 kilos cada una y le paso el dato a la Policía de que por tal lugar y a tal hora entra la droga. Entonces, agarran a uno con 50 kilos, pero por otro lado te pasé 950”, remarcó.

Un experto de la Policía Federal, destacó que “está bien lo que se está haciendo en algunas comisarías, como la novena, que tiene operativos constantes en la Zona Roja”. Sin embargo, continuó, “así no se resuelve la situación. No vamos más allá, es necesario cortar el suministro, atacar a los proveedores, desarmar el circuito. Por ejemplo, los celulares que secuestramos no se peritan y eso es un error clave, porque ahí está toda la información que se necesita para avanzar en la causa”.

Por último, sostuvo que, a diferencia de lo que cree la mayoría, “los que delinquen y actúan con una alteración desmedida están bajo los efectos de pastillas (ansiolíticos, analgésicos) mezcladas con alcohol, no de cocaína o marihuana. El efecto es terrible, los desequilibra y por eso son violentos e impredecibles”. El fácil acceso a esas drogas “legales” es otro aspecto de esta hidra de muchas cabezas que es el narcotráfico. Suele quedar al margen, pero es un problema que amerita una mirada inquisitiva.

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