Opinión.Argentina: inestabilidad política, crisis social y un fantasma llamado lucha de clases

Opinión.Argentina: inestabilidad política, crisis social y un fantasma llamado lucha de clases

Días de vértigo en el palacio. Tensiones y reencuentros en una coalición de Gobierno atravesada por disputas sobre el rumbo incierto de un país sumido en una crisis muy grave. El fallo en contra de la Corte. Divisiones en las alturas y crisis económica abonan el terreno para la lucha de clases. La gesta de Neuquén. Colombia como temor de las clases dominantes y como retorno de vientos de rebelión en Sudamérica.

Por: Fernando Scolnik.

Cuando aquel día de mayo de 2019 Cristina Kirchner pateó el tablero, un sinnúmero de análisis y especulaciones empezaron a correr. El debate giraría no solo alrededor del cálculo electoral que implicaba la jugada, sino también respecto de cómo sería la experiencia en el poder de aquel álgebra original presentada en sociedad ese día, en la que la figura más fuerte de la coalición ocuparía el segundo lugar, la vicepresidencia. Nos referimos, por supuesto, al sorpresivo anuncio de la fórmula Fernández-Fernández.

Entre quienes intentaban por esos meses anticipar los contornos futuros de esa novedad histórica estuvo el politólogo Andrés Malamud, quien el día de la elección, como primer balance, señaló que “Macri gana en CABA y provincias centrales, Cristina en el conurbano. Alberto será un presidente sitiado”.

Las potencialidades del armado en tanto maquinaria electoral, tenían inscriptas asimismo en su génesis choques que más temprano que tarde traerían consigo elementos de inestabilidad política. La pandemia, adicionalmente, vino a complejizar un escenario que ya de por sí era crítico de entrada.

Desde el affaire Zaiat hasta los recientes cruces entre Guzmán y Basualdo, pasando por los “funcionarios que no funcionan”, al menos una parte de este pronóstico se ha confirmado.

Sin embargo, en el transcurrir de las disputas y tensiones dentro del oficialismo, el tiempo no corre en vano: los que ayer podían ser vistos como dolores de parto de una nueva gestión en el poder, hoy son disputas al filo de la cornisa por parte de un Gobierno con menos capital político y una agudísima crisis social y sanitaria sin luz al final del túnel. Los márgenes de acción son cada vez más estrechos.

Que la foto no tape el bosque: bailando sobre el Titanic

Por momentos así parecen entenderlo también los socios mayoritarios de la coalición, que este miércoles montaron una coreografía pública para disminuir las tensiones y mostrarse unidos frente a la derecha de Juntos por el Cambio y frente a la Corte Suprema de Justicia que este martes le había propinado un revés político al oficialismo.

Rodeado por Cristina Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof, el presidente Alberto Fernández dijo en su discurso durante el acto en Ensenada que "les pido a los medios que saquen esta foto y no se la olviden nunca, porque es la foto de nuestra unidad”.

Sin embargo, el aparente impasse de la disputa pública, que puede tener mucha importancia para que no escale desde ahora una crisis sin retorno y para cerrar filas de cara a la contienda electoral, no puede disimular los problemas de fondo.

En lo inmediato, un resultado de estos días de vértigo en el palacio es el debilitamiento de la autoridad presidencial: con la permanencia de Basualdo en su cargo, y el fallo adverso de la Corte Suprema, el balance lejos está de ser neutral para la figura de Alberto Fernández. Las cosas no vuelven a foja cero, y el presidente comienza cada etapa de la crisis más golpeado, como ocurre también, aunque en menor medida, en el terreno sanitario, donde afronta esta segunda ola después del escándalo de las vacunas VIP pero también de las promesas incumplidas respecto de la llegada de millones de dosis que no están.

En otro registro, hay que señalar que, más de fondo, en la pelea por echar a Basualdo y por el ritmo del aumento de las tarifas de los servicios públicos se encierra un dilema mucho más agudo y de difícil solución: la necesidad para el Gobierno no solo de ganar las elecciones, sino también de cerrar un acuerdo con el FMI y mantener la gobernabilidad en los próximos años. En un subcontinente atravesado por vientos de rebelión los últimos años, en Chile, Ecuador o Colombia, algunos sectores de las clases dominantes saben que apostar al ajuste permanente es jugar con fuego.

En ese esquema, sin embargo, el Frente de Todos administra a desgano e impotente una dinámica que lo lleva a enfrentarse a su propia base social. Habiendo incumplido el mandato para el que millones lo votaron (echar a Macri y “poner plata en el bolsillo de la gente”), la política económica actual profundizó los niveles de pobreza, llevándola a un 42 % de la población, y golpea de forma persistente sobre los ingresos de trabajadores, jubilados y de quienes reciben asistencia social por medio de una inflación que terminará el primer cuatrimestre de 2021 acumulando alrededor de un 16 %.

Inscriptas en esta lectura, las advertencias del ala kirchnerista especulan con el calendario electoral y buscan que no estalle la crisis, pero no pueden cambiar el final: sin poner en cuestión la necesidad de romper con el FMI, anular los tarifazos de Macri o dar vuelta la estructura de un país con sus recursos estratégicos en manos de capitalistas en su mayor parte extranjeros, la decadencia nacional no hará más que profundizarse. Las reivindicaciones de Cristina Kirchner esta semana respecto de la intervención millonaria del Gobierno de Joe Biden sobre la economía estadounidense, suenan como palabras vacías para una economía quebrada como la argentina.

Al cierre de esta edición, se conocía un nuevo episodio de crisis, internas y marcada de cancha: por iniciativa de Oscar Parrilli, este jueves se tratará en el Senado un proyecto de resolución que le pide al ministro de Economía que utilice el próximo envío del FMI, estimado en U$S 4.350 millones para el manejo de la pandemia, planteando que la pobreza es alarmante.

Brechas en las alturas, crisis y lucha de clases

Transcurrido casi un año y medio del Gobierno del Frente de Todos, con la crisis económica y las disputas en las alturas, se van configurando las condiciones para el desarrollo de una experiencia política con el peronismo en el poder y la emergencia de la lucha de clases.

Desde su campaña antimacrista, el kirchnerismo principalmente viene levantando expectativas que una vez en el Gobierno no puede cumplir. A las promesas de campaña, se suman también ahora la agitación respecto del retorno del IFE, de recuperación del salario o del uso de fondos más amplios para la emergencia sanitaria y social, que lejos están de cumplirse.

Dialécticamente, esa dinámica viene generando desde mediados de 2020 un movimiento en el cual distintos sectores comienzan a querer conquistar con su lucha desde abajo lo que no llega desde arriba. Desde las tomas de tierras en Guernica a la oleada de luchas actuales, muchos indicios han ido en ese sentido y ponen en cuestión también a otro actor fundamental de la coalición del Frente de Todos, la burocracia sindical, crecientemente repudiada y a veces superada por autoconvocados que toman las luchas en sus propias manos y tienen el desafío de coordinarse y ganar más fuerza también para imponerle a los sindicatos salir de su pasividad cómplice.

En las últimas semanas, un salto de calidad se produjo en este sentido con la histórica lucha del pueblo neuquino, que con dos meses de paro, 22 días de bloqueo a Vaca Muerta, movilizaciones y fuerte apoyo popular, le dobló el brazo al derechista gobierno provincial del MPN. De la generalización de lo más avanzado de esa experiencia, depende encontrar en la lucha de clases otra salida a la crisis, con un programa anticapitalista y socialista.

El futuro argentino, más que en las promesas vacías del palacio, debe buscarse en las calles del pueblo colombiano, que junto con los trabajadores y la juventud chilena, marcan el camino del retorno a los vientos de rebelión que recorrieron Sudamérica y otras latitudes del mundo en 2019. Por estos días, desde las calles de Cali o Bogotá llegaron los mejores ejemplos de cómo la movilización de las masas es la que le puede parar la mano a los ataques más brutales de las clases dominantes.

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