Mauricio Macri no se rinde, pero la grieta interna se agranda: blandos vs. duros

Mauricio Macri no se rinde, pero la grieta interna se agranda: blandos vs. duros

La UCR y Monzó pretenden colaborar si gana Alberto F. Carrió los critica fuerte. Y Peña da por seguro que habrá balotaje.

 

 

Hasta el día en que todo comenzó a desmoronarse, para asistir a un acto de Mauricio Macri en el interior del país los interesados tenían que acreditarse por Internet. Cuando llegaban al lugar debían identificarse y les entregaban una colorida pulsera que les permitía acceder a los pies del escenario 360° que caracterizaban las puestas en escena del oficialismo. El shock electoral del 11 de agosto les dio voz a sectores menos sofisticados en el arte de las campañas del siglo XXI. “Déjense de joder. ¿Desde cuándo hay que tener entrada para ir a un acto político? Al Presidente la gente lo tienen que acariciar, si es necesario lo tiene que arañar, y lo tiene que besuquear”, pidió un hombre formado en la escuela radical durante la primera reunión pos primarias. Fernando Henrique Cardoso, por supuesto ajeno a los cimbronazos de la interna macrista, les había dejado un consejo similar en su última visita a Buenos Aires: “El político tiene que entregarse al pueblo. Ellos te tocan, te sacan pedazos de tu ropa para llevarse de recuerdo. La política requiere una relación emocional”.

En eso anda Mauricio Macri desde hace quince días y así promete mantenerse hasta el último día.

El momento que Mauricio Macri le da un beso en el pie a una señora del público, en Tucumán.

​El beso que el lunes le dio en el pie a una mujer tucumana de 71 años, a la que llamó Cenicienta, tiene destino de convertirse en una de las fotos célebres de su carrera. Los estudiosos del macrismo la comparan con la del “salto al bache” de 2005, o la del beso que le dio a Juliana Awada en el debate de 2015, frente a la mirada atónita de Daniel Scioli.

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El comportamiento del primer mandatario se ha vuelto un mix entre lo que pretendían sus estrategas, Marcos Peña y Jaime Durán Barba, y los reclamos de la dirigencia tradicional o incluso enemiga del marketing político. El mix confluyó en el “Sí, se puede”: plazas pobladas a las que el primer mandatario llega a pie o en tren, con mensajes cortos y desestructurados, para codearse con militantes anónimos que tienen la posibilidad de expresarle que van a defender la República y que nadie está muerto mientras pelea, aun cuando buena parte de la dirigencia macrista no crea posible un milagro en las urnas el domingo 27.

Esa dicotomía irrita al líder de Juntos por el Cambio. También lo rebela: aspira a vengarse de los escépticos. Así lo transmiten quienes acceden a su intimidad: “No lo van a poder creer”.

Las buenas intenciones chocan con las internas que se alimentan con el correr de los días. Si hasta hace muy poco de discutía -y se sigue discutiendo- sobre si el candidato a la reelección tenía que moverse pensando más en controlar el dólar y la inflación que en redoblar la apuesta para enfocarse por completo en ganar la elección, ahora despunta otro tema vital. Si Macri no pudiera llegar a la segunda vuelta, ¿cómo se pararía políticamente Juntos por el Cambio ante la futura administración?

Aquel beso de Mauricio Macri con Juliana Awada, frente a la mirada de Daniel Scioli aún hoy es materia de comentarios en el macrismo.

De a poco empiezan a dibujarse dos bandos. Duros y blandos. Blandos, por ejemplo, bautizó Elisa Carrió a los que, según razona, ya le entregaron la elección al kirchnerismo. En esas filas ubica a Rogelio Frigerio, a Emilio Monzó y a un sector del radicalismo, al que no menciona pero que tiene lazos con Monzó: Alfredo Cornejo, el presidente partidario, Martín Lousteau y el ex ministro alfonsinista y operador histórico, Enrique “Coti” Nosiglia, entre otros.

Monzó conserva dirigentes leales que hablan por igual con el radicalismo y con el peronismo -e incluso con La Cámpora-, como Nicolás Massot, Sebastián García de Luca y Marcelo Daletto. No está claro si la diputada Silvia Lospennato -la voz macrista más fuerte en el Congreso a favor de la legalización del aborto- sigue jugando en ese espacio: se siente cada día más atraída por Carrió, quien la llama Lopilato, confundiendo su apellido con el de la actriz.

“Nunca podríamos hacer una oposición destructiva ni intransigente. Tenemos que colaborar con la Argentina que viene”, sostienen en el entorno de Monzó. Lo mismo piensa Lousteau. Para el primer candidato a senador por la Ciudad, la grieta tiene que dejar de ser un negocio. Mucho más después de las primarias. Este sector del oficialismo mantiene otras diferencias con los macristas puros. Por caso, trabajan para que desde diciembre alumbre una organización interna “colegiada”.

Elisa Carrió y Miguel Angel Pichetto confían aún en la victoria de Mauricio Macri.

Lousteau y Monzó han mantenido algún diálogo con Alberto Fernández. Massot almorzó el domingo pasado en Nueva York con Sergio Massa, como se adelantó aquí hace una semana. Para Carrió esas maniobras son inconcebibles y persiguen cargos. Sus protagonistas lo niegan. En cualquier caso, de esas maniobras no podría resultar ajeno Horacio Rodríguez Larreta, socio dilecto de Lilita. El alcalde quiere rearmar el rompecabezas y que no se extravíe ninguna pieza, Monzó y Cornejo entre esas. 2021 no está tan lejos. Si eso piensa Larreta, ¿también lo piensa María Eugenia Vidal? Es posible, aunque no es tan sencillo que el monzoísmo se reconcilie con la gobernadora.

Para el macrismo más duro, encabezado por Peña y sus dirigentes más cercanos, como Fernando de Andreis y Francisco Quintana, hay un fenómeno que aquel conglomerado de dirigentes desconoce. Peña no solo cree que Macri puede llegar al balotaje. Lo da como un hecho. Guillermo Dietrich es el ministro que más lo acompaña y apoya en cada uno de sus argumentos en las reuniones de ministros. Algunos de sus pares prefieren hacer silencio en esas sesiones de arenga. El silencio es salud, ironizan al salir.

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En el equipo de campaña dicen tener detectado que en las PASO hubo dos puntos que Macri dejó en el camino por mala fiscalización. “Esos dos puntos valen cuatro porque nos lo robó el kirchnerismo”, aseguran. Citan ejemplos de varias provincias del Norte y de la región Centro.

Muestra simbólica: en Santiago del Estero hubo más del 10% de las mesas en las que Macri no sacó ni un solo voto. También recalcan que “mucha gente nos quiso castigar y ahora está preocupada por el triunfo de los Fernández”. Y sospechan que un importante número de votantes de José Luis Espert, de Juan Gómez Centurión y hasta de Roberto Lavagna podrían cambiar su voto. Se sabe: no es el optimismo una condición de la que carezcan ni el jefe de Gabinete ni Durán Barba. El asesor ecuatoriano estuvo en la Casa Rosada el martes, reunido a solas con Macri. Nadie lo ve, pero Jaime siempre está.

Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Alfredo Cornejo. Mantienen fuertes diferencias.

¿Será cierto que llegó con alguna encuesta que mejora las expectativas electorales? ¿O será que pretende, al igual que Peña, impulsar a Macri como líder opositor si se concretara la derrota? En las últimas horas, en Olavarría, el Presidente dijo de sí mismo que “hay ‘gato’ para rato”. Una ocurrencia que podría estar basada en su fe de que ganará las elecciones. O en que, si sobreviene su peor pesadilla, no tendría planes de abandonar para siempre la política.

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