Juan Carlos Molina: con la fe kirchnerista y la palabra de Dios

Juan Carlos Molina: con la fe kirchnerista y la palabra de Dios

Jefe de la Sedronar, el cura recorre el país para dar batalla a las drogas y pide no criminalizar a los adictos; lleva sin drama el cruce de política y religión, y apuesta a que Cristina vuelva en 2019

Las risas que alborotan el salón de paredes sin revestir se apagan de a una, como por contagio. Todas las miradas apuntan a Juan Carlos Molina, el cura que Cristina Kirchner puso al frente del organismo encargado de combatir las adicciones. En el centro comunitario evangélico del Barrio 17 de Octubre, un rincón polvoriento de las afueras de la ciudad de Salta, se instala de pronto un aire religioso.

Sentado al centro de una mesa larga de tablón, rodeado de jóvenes con gorras de visera que lo escuchan como en misa, él relata un milagro: una mujer que había sufrido de hemorragias durante 12 años se abrió paso entre una multitud para llegar a Jesús y curó su enfermedad en el preciso instante en que logró tocar su manto. "Los pibes se están desangrando por la droga. Tenemos que darles esperanza, ser los Jesús de nuestro tiempo", remata, apasionado y con las palmas hacia arriba, casi como en una plegaria. Antes de irse les deja un pedido: "Cuando oren, acuérdense de Cristina".

"Cura", "Juan Carlos", "secretario", "Molina", "padre", "Juanca". Desde que la Presidenta lo nombró en la Sedronar, hace diez meses, el funcionario vive sin complejos el cruce entre política y religión. No tiene permitido celebrar sacramentos en público, pero sigue siendo sacerdote. Es un funcionario-cura-kirchnerista. Un bicho raro, de 47 años, que camina sin pausa el territorio, llevando la palabra de Dios y las políticas de Cristina. De joven dejó el sacerdocio detrás de un amor. Hoy sostiene que el celibato debería ser opcional y vive con 26 pibes a los que adoptó como sus hijos. Elogiado por George Soros y criticado por su cercanía con el poder, almorzó en Madrid con Antonio Brufau. Bocón, políticamente incorrecto y enemigo de la solemnidad, camina alegre por la cornisa de la provocación. Como cuando se ganó un regaño de la Presidenta, porque se quejó en Twitter por el retraso de un vuelo de Aerolíneas Argentinas, a la que llamó "aerocámpora".

"Hago más cosas como cura ahora que antes. Es un combo que me permite trabajar por el otro", me dice con naturalidad, mientras vamos a la ciudad de San Lorenzo a visitar un terreno para la construcción de un centro de atención para adictos. Camisa negra, sin el cuello blanco de cura, usa botitas de gamuza kickers, onda hippie. Viaja en el asiento del acompañante de una Toyota Hilux blanca del gobierno de Salta. Los ojos celestes saltones, el pelo castaño claro y la barba crecida le dan un aspecto bíblico. Bajo la manga derecha le veo la frase en latín que tiene tatuada en su antebrazo: Tibi dabo ab imo pectore. "Te doy desde lo más profundo del corazón". No es su único tatuaje. En la espalda, debajo del cuello, lleva grabado su lema sacerdotal: "En el nombre de Jesús".

La vista fija en su BlackBerry, teclea a toda velocidad. Contesta e-mails y mensajes. El teléfono es su oficina. No sé cómo le acierta a las teclas con esos dedos gordos. Se lo ve tan entusiasmado como inquieto. Es el responsable de implementar desde cero una política que, después de años de descuido, el Gobierno quiere transformar en bandera. Para colmo, el organismo que dirige tiene un pasado bajo sospecha: José Granero, su titular entre 2004 y 2011, fue procesado por tráfico de efedrina, materia prima de las drogas sintéticas. "En todos lados se cuecen habas, pero Cristina no le dio patente de corso a nadie, eh", me responde, con el dedo índice en alto, cuando le recuerdo el tema.

El cura visita el interior todas las semanas, pero ésta es especial: en la víspera del viaje a Salta quedó envuelto en una polémica que fue tapa de todos los diarios. En una nota de radio confirmó que prepara un proyecto para que no se criminalice a los adictos. Enseguida lo acusaron de querer "liberalizar" las drogas y le llovieron las críticas. Entre ellas, la de "Pepe" Di Paola, referente de los curas villeros.

Siempre apurando el paso, vuelve a subirse a la camioneta para ir al centro cívico provincial. Entonces soy testigo de una minicrisis. Su teléfono no para de sonar. Pamela, su secretaria, rechaza amable pero sistemáticamente todas las solicitudes de entrevista. Nicolás, su jefe de prensa, le cuenta que hay pedidos de renuncia y de excomunión. "Está muy bien", responde él, con una sonrisa irónica, seguro del respaldo de la Presidenta. Tras el acto, los periodistas se le van encima. "Me sacaron de contexto", alcanza a explicar. Después agacha levemente la cabeza para eludir los micrófonos, y, con un trotecito, se escabulle en un sector de acceso restringido. "Me siento Susana Giménez", bromea ante su comitiva, de más de diez funcionarios. Todos tienen menos de 35 años. La mayoría pasó antes por el ministerio de Alicia Kirchner, de quien Molina fue asesor.

"No tengo filtro, me desgasta tener filtro", me dice después. La entrevista para la radio se la habían pedido para hablar de un dato que lo dejaba bien parado: George Soros había felicitado a la Presidenta por la designación del cura. "No lo conozco, pero me encantaría ser su heredero", bromea, una vez más. El sacerdote no esconde su buena llegada a los empresarios poderosos. En 2006, almorzó en Madrid con Antonio Brufau, CEO de Repsol, y le sacó 600.000 euros para su fundación. "Soy muy práctico en eso. Los curas vivimos mangueándole a todo el mundo, este gremio es así", se justifica.

La relación de Molina con Néstor Kirchner empezó mal. En la inauguración del hospital de Caleta Olivia, en 2000, el sacerdote criticó fuerte a los políticos. Apenas se bajaron del escenario, Kirchner le dio una palmada en el cuello y le dijo en secreto: "Cómo me bajaste línea, curita, eh". A la semana siguiente, Alicia Kirchner, entonces ministra provincial, empezó a aportar recursos para la obra de Molina. Él ya trabajaba con chicos vulnerables en Caleta Olivia y en 2003 creó la fundación Valdocco. Le puso así por el barrio de Turín donde inició su tarea Don Bosco, inspirador de los salesianos. El vínculo con Cristina Kirchner llevó más tiempo. Desde hace varios años, el cura es un hombre de extrema confianza de la Presidenta. "Hablamos mucho", dice él, pero niega que sea su confesor.

La fundación creció tan rápido como la relación con los Kirchner. Hoy tiene otras 3 sedes: una en Vedia, otra en El Impenetrable, ambas en Chaco, y una en Haití. El cura pasó ahí una larga temporada tras el terremoto de 2010 y se acostumbró a comer tortas de barro. Sí, de barro. Pero el paso que cambió su vida lo había dado en 2002, cuando conoció, también en el hospital de Caleta Olivia, a seis hermanos, de entre uno y seis años, con retraso madurativo y abandonados por sus padres. Esa misma noche durmieron en la parroquia y poco tiempo después los llevó a vivir con él. Hoy son como sus hijos, al igual que otros veinte chicos que se sumaron a la familia. Viven en un caserón de campo, en San Vicente, a cargo de "Gachi", una vieja amiga del cura. El día de su asunción en la Sedronar, la familia entera copó la Casa Rosada.

Molina tuvo su primera rebelión a los 13 años. Nació en Chillar, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, del que sus padres emigraron a Río Gallegos. Peronista, de sangre gitana, Roberto Molina era un buscavidas que llegó a trabajar como actor y como payaso en un circo. La relación con sus padres era buena, pero cuando les dijo que quería ser cura, se opusieron. Entonces les hizo la guerra: cada día, a las 7 de la tarde, ponía Radio Nacional con el Rosario a todo volumen. Les ganó por cansancio y a los 14 partió rumbo a Buenos Aires. Seis años después dejó el seminario y se fue a Mar del Plata detrás de una novia. Pero la aventura duró sólo ocho meses. Hoy sostiene que el celibato debería ser opcional, pero jura que no sufre el voto de castidad. "Me levanto y me acuesto trabajando, tengo la libido puesta en esto."

¿Y por qué quiso ser cura? "Me enamoré profundamente de Jesús", explica en un acto en la sede nacional del PJ, en el primer día de la Marca Personal. "Me di cuenta de que no era un touch and go, un garche", dice, bien callejero, para generar una rápida empatía con el público: 200 militantes de La Cámpora, a los que Molina quiere sumar como agentes de prevención en el combate contra las adicciones.

Entre las banderas se destaca una de Cristina con el Papa. Molina solía cuestionar a Jorge Bergoglio cuando era jefe del Episcopado. Pero todo cambió con el nombramiento de Francisco y en febrero compartieron un encuentro en Santa Marta. "Metete en todos lados, aunque te critiquen", le dijo el Papa, según contó el cura en Twitter. Con nickname bien kirchnerista, @juanKa_molina, en su avatar comparten cartel Cristina y Carlos Mugica.

Molina recurre a su estirpe circense para romper el hielo con los pibes del Barrio 17 de Octubre. "¿Son todos de River, no?", dice, apenas se baja de la camioneta. Él es fanático del Millonario. "¿Con quién te peleaste?", le pregunta, cómplice, a Hugo. Es un morocho de 16 años, con una cicatriz en el mentón y un mechón de pelo sobre la espalda, estilo Rodrigo Palacio. "No me voy a ir sin cortarte esa colita", le dice antes de entrar en el centro comunitario.

A la salida, Hugo le pide una foto. El cura lo rodea con un brazo y le palmea el pecho. De pronto alguien trae una tijera y el joven se entrega. En una ceremonia improvisada, rodeado de los pibes del lugar, Molina le corta el mechón y lo levanta hacia el cielo, como un trofeo. Todos aplauden. Él sonríe extasiado. "La colita es un símbolo de la vida pasada, de la esquina", me explica, de vuelta en la camioneta. El cura no fuma, jamás probó un porro y no toma alcohol. "Mi vicio es el chocolate", dice, tras una parada en una estación de servicio de la que vuelve con un paquete de Rumba.

Al día siguiente visita un centro penal juvenil, en Orán, donde están detenidos 9 chicos de 15 y 16 años. Uno de ellos, no me dicen cuál, está acusado de asesinar a un dealer. Apenas entramos en la zona de calabozos, un lugar con una atmósfera más de internado que de cárcel, encara directo hacia donde están los jóvenes. "¿Qué macana se mandaron?" Los saluda con un pellizco cariñoso en la mejilla. Un rato después, les entrega unas pelotas de voley y unos guantes de boxeo, que él mismo estrena. Se los calza y se trenza en un combate amistoso con los chicos. "Tienen que hacer todo lo posible para no volver más acá", los aconseja con tono paternal.

La recorrida sigue en Pichanal, cerca del límite caliente del narcotráfico con Bolivia. Casi en la frontera, es un pueblo desolado y con clima enrarecido, donde todos parecen mirarse con recelo. El termómetro de la Hilux marca 43 grados. Justo antes de ir hacia el aeropuerto, en un sector de galpones y casillas de chapa, detecta una ronda de seis pibes que, en actitud sospechosa, se pasan algo de mano en mano. "Están paqueando", dice. Entonces se baja de la camioneta y hace un gesto con las palmas hacia abajo para que lo dejen ir solo. Se acerca, les da la mano, les palmea la espalda. "¿Son de River, no?", alcanzo a escuchar, antes de que se despida para regresar a la Hilux. La escena dura menos de un minuto. "El primer paso para la recuperación de un pibe es un abrazo", me dice. Después, se despega la camisa del pecho, agacha la cabeza e inhala. "¿Alguien tiene un desodorante?"

En política, el cura es orgánico y leal, pero no se anda con formalismos. "Cristina es un tornado, te llama y te asustás", cuenta en la charla en el PJ, y los pibes se doblan de la risa. Con el auditorio en un puño relata el momento en que la Presidenta le ofreció el cargo. Pone bien recta la espalda, endurece la mandíbula e imposta la voz: "¿Co' estásss', co' estásss?", la imita, con tono afectado. Todavía en el papel de Cristina gira la cabeza de un lado al otro, barriendo con la mirada todo el lugar. "Yo había escuchado los rumores de que me quería para la Sedronar y le iba a contestar que no, pero me cagó. Me dijo: «Quiero que te metas entre los jóvenes, que hagas pastoral». Tiene esa capacidad de descolocarte."

En eso él intenta copiar a la Presidenta. "Mi propuesta es que sean los Testigos de Jehová del peronismo. Que golpeen puerta por puerta a las 6 de la mañana", les dice sin preocuparse por la distinción entre su rol de funcionario, sacerdote y militante. Para el final se pone el traje de dirigente político, ése que formó Néstor. Con la misma pasión que transmite la palabra de Dios, el "curita" ahora baja línea: "Tenemos que elegir a un buen custodio del proyecto y en 2019 tiene que volver Cristina"..

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