¿Ganó CFK, ganó Alberto Fernández o perdieron Todos?

¿Ganó CFK, ganó Alberto Fernández o perdieron Todos?

Con noviembre a la vuelta de la esquina y poco tiempo para un cambio de rumbo que pueda torcer el resultado de las PASO, la pregunta es por el impacto que podrá tener la novela oficialista en las urnas.

Terminó la semana más larga del gobierno del Frente de Todos, y son menos las respuestas que las nuevas preguntas pueden contarse como su saldo. Sacudido por la categórica derrota electoral, a nivel nacional y en distritos considerados como “propios”, el oficialismo vivió una semana de crisis que mostró hasta los huesos las complejidades  de la coalición gobernante. La discusión por el gabinete de ministros, punta del iceberg, tenía raíces echadas desde el domingo en la derrota electoral, y desde mucho antes en el funcionamiento del frente político y el rumbo económico.

Por economía del espacio, no viene al caso volver a mencionar el minuto a minuto que tuvo en vilo al país y que monopolizó pantallas de tv, radios, diarios y portales. Sí, partiendo del punto de llegada parcial que Alberto Fernández selló con la designación de su nuevo gabinete el viernes a última hora, vale recorrer las incógnitas que se despejaron y las que surgen en este nuevo escenario, que tendrá su primer termómetro el 14 de noviembre.

A tan solo dos años del experimento político ideado por CFK, una coalición de gobierno con distintas patas de poder reales como quizás no recuerde esta tierra fértil para el presidencialismo, el primer palazo político que le tocó comerse lo dejó al borde del KO. Si en 2019 los detractores del kirchnerismo auguraban una gestión plagada de conflictos internos por la heterogeneidad del frente y el peso específico de la Vicepresidenta, las dudas que hoy surgen hacia adelante es cuán fuertes resultarán las ataduras de alambre con las que se suturó la herida de las PASO.

 

LA PREGUNTA DE LA DISCORDIA: ¿QUIÉN PERDIÓ?

Si la bomba terminó de explotar esta semana, está claro que la pólvora venía cargándose hace tiempo. CFK lo plantea en su carta: las reiteradas ocasiones en las que planteó, en público y puertas adentro, que el deterioro económico y social iba camino a la derrota, son el marco ineludible para interpretar sus movimientos de los últimos días. Sin embargo, la mecha se prendió el domingo pasado y la primera disputa es quién se hace cargo de haber encendido el fósforo.

La Vicepresidenta, madre y accionista mayoritaria del Frente de Todos, interpreta que hay una sola respuesta a esa pregunta. La derrota fue un resultado lógico de las políticas económicas de ajuste fiscal decididas por Martín Guzmán con apoyo de la Casa Rosada, e incluso de su subejecución  en lo que va del año. Su escrito fue en extremo contundente para marcarlo, y los ostros aspectos que menciona como las operaciones en off del ex vocero presidencial o la falta de escucha a sus señalamientos por parte del Presidente, son elementos secundarios que solo apoyan y ratifican su diagnóstico central: perdió la economía de Alberto.

Desde allí hay que leer la radicalidad de su jugada. Para Cristina era ahora o nunca, porque ya lo venía planteando y no solo no la escucharon, sino que las primeras horas post derrota del Presidente no mostraron, a su juicio, la respuesta contundente y el volantazo que ella consideraba urgente. La situación ameritaba una intervención extrema.

 

En la Rosada la interpretación del golPASO electoral  tiene puntos de contacto con la mirada de CFK, pero también una diferencia sustancial: por un lado, la delicada situación económica del país exige prudencia en cuánto a una política expansiva y, por otro, no perdió Alberto solo, sino que perdieron Todos. Cerca del Presidente le marcan al kirchnerismo no solo que fue el gran responsable del armado de las listas, sino que tampoco podía exhibir victorias en territorios propios como para sacar pecho y trasladar la culpa. Quizás la provincia de Buenos Aires, donde el oficialismo perdió en casi todos los distritos e incluso tuvo bajas performances en municipios del riñón, sea el ejemplo más acabado de este señalamiento.

En esa lectura se empoderó el Presidente para responder a la movida de Cristina de una forma que pocos hubieran esperado, inclusive la propia CFK. El albertítere que la oposición tantas veces denunció en una expresión de deseo desde 2019 en adelante, se plantó y le tensó los hilos a la guionista a quien consideró parte necesaria del fracaso del estreno de la obra. Sin dejar de asimilar el fondo de los señalamientos, a los que el Gobierno ya había insinuado algunas respuestas antes de iniciado el sainete, Alberto Fernández se encargó de dejar trascender a través de uno de los principales editorialistas cercanos al Gobierno cuál era su posición: “Ella me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones, no me van a obligar”.

La escalada de la tensión a medida que pasaban las horas tiene su explicación en estas interpretaciones divergentes sobre los grados de responsabilidad en la derrota electoral. Si CFK era hasta el domingo pasado el centro indiscutido al interior del FdT, la derrota igualó para abajo y  en la Rosada asumieron un nuevo escenario de mayor paridad que la Vicepresidenta no pareciera compartir. La resolución parcial al conflicto aparece apenas como unos puntos suspensivos.

 

¿CUÁNTO VALE UN GABINETE?

Todas las especulaciones sobre los motivos de las tensiones y las posiciones de cada lado quedaron despejadas el jueves por la tarde con la carta de CFK. Sin eufemismos y con su estilo incendiario, Cristina le puso nombre  y apellido a cada uno de sus planteos. La subejecución de un presupuesto ya de por sí amarrete en cuanto al gasto público proyectado para este 2021 fue el corazón de su mensaje, y llevaba las fotos de Martín Guzmán y Matías Kulfas. El principal depositario de la falta de volumen político del gabinete, recordado en sus intervenciones de “funcionarios que no funcionan” y “vayan a buscar otro laburo”, era Santiago Cafiero. El misterioso vocero al que nadie la conocía la voz, responsable de la comunicación ineficiente de la presidencia, Juan Pablo Biondi.

En definitiva, los planteos de fondo de CFK sobre el rumbo del Gobierno tenían como punto de quiebre la necesidad de cambios urgentes en el gabinete: “¿En serio creen que no es necesario, después de semejante derrota, presentar públicamente las renuncias y que se sepa la actitud de los funcionarios y funcionarias de facilitarle al Presidente la reorganización de su gobierno?”.

 

La pregunta que emerge es si el nivel de tensión al que se llevó a una sociedad ya bastante angustiada por la pandemia, desencontrada con la política y en un marco social y económico tan frágil se corresponde con el objetivo de remover algunos ministros y acelerar decisiones económicas que, por lo que se dejó trascender, ya estaban tomadas.

El Gobierno preparaba anuncios económicos para el jueves pasado, antes de que estallara el escándalo, y la prensa ya había difundido de qué se tratarían: se anticiparía e incrementaría el aumento del salario mínimo, se aumentarían la AUH, se otorgarían bonos a jubilados y hasta se evaluaba un nuevo IFE (aunque recortado en sus alcances). Es decir, en materia económica, el cuestionamiento de CFK sobre la necesidad de acelerar la ejecución presupuestaria y volcar más recursos a la economía podía darse por escuchado y respondido, al menos en principio, por esas decisiones de presidencia.

En cuanto a los cambios de ministros, el propio Alberto Fernández dejó trascender en la entrevista antes mencionada que ya habían sido conversados con la Vicepresidenta, por lo que la diferencia pasaría por una cuestión de tiempos: “Lo charlamos, acordamos nombres. Eso sigue en pie” dijo en referencia a la conversación de unas cuatro horas que ambos mandatarios mantuvieron el martes pasado. Cristina no desmintió esos dichos en su carta, posterior a las palabras de Alberto Fernández, de lo que se deduce que efectivamente había un acuerdo al menos parcial en cuanto a los cambios. Otro punto que apoya esa lectura es el anticipo de CFK sobre el eventual nombramiento de Manzur como Jefe de Gabinete.

 

Entonces, si había un cierto acuerdo en relación al recambio de ministros, y si había de parte del Presidente una intención de avanzar en cuanto a la inyección de recursos en la economía cotidiana, ¿ameritaba la situación la riesgosa jugada de poner al FdT al borde de una ruptura y alimentar la imagen que la oposición y los medios dominantes buscan construir desde el nacimiento de la fórmula presidencial, de un Gobierno bicéfalo y por lo tanto inviable? ¿Resultaba tan significativa la diferencia temporal de esos cambios como para gastar un cartucho que se dispara por única vez? ¿Hubo (y hay) diferencias aún más profundas que no se exteriorizaron en cuanto a la visión del rumbo económico y político? Interrogantes difíciles de responder.

¿TODOS LOS VOTOS SON DE CRISTINA?

La vehemencia con la que el kirchnerismo manifestó sus diferencias y su disconformidad con la gestión económica y política de Alberto Fernández parte de un supuesto que Fernanda Vallejos desarrolló en extenso en los distintos audios que tomaron estado público: los votos y el capital político del Frente de Todos son de Cristina, y por eso su lectura debe ser atendida y respetada pues es la única con legitimidad popular. La propia CFK lo dijo sin pelos en la lengua en su carta, al recordar que ella sola sacó en 2017 440.117 votos más que los que obtuvo el FdT el domingo.

Afirmaciones de esa contundencia suelen constituirse en mitos que, de tanto en tanto, el devenir político pone en cuestión. Basta como ejemplo reciente el famoso “el peronismo unido no pierde en la provincia”. La complejización de la sociedad y el electorado plantean el desafío de miradas más flexibles, capaces de gambetear cualquier dogma a riesgo de reproducir errores del pasado.

En primera instancia puede plantearse que el kirchnerismo, por ende la lectura de su conducción, viene de perder cuatro de las últimas cinco elecciones en el país, en contextos económicos y políticos muy disímiles: 2013, 2015, 2017 y las PASO del domingo. No cuadra con esos resultados la explicación de que el salario y el poder adquisitivo son los únicos determinantes de una victoria o una derrota. Evidentemente también juegan factores políticos y de percepción de la ciudadanía sobre el clima social, y vale la pregunta sobre si la lógica de conducción política que CFK materializó esta semana no abona también, con todo lo que pueda sumar desde otros lugares, a la generación de climas que decantan en resultados electorales adversos. Basta citar como ejemplo las tensiones que terminaron con la ruptura de Sergio Massa y su paliza bonaerense en 2013, o el desgaste interno al que se sometió durante mucho tiempo a Daniel Scioli para luego erigirlo en mariscal en de la derrota en 2015 ante la imposibilidad de constituir un candidato propio y mejor.

 

Por otro lado, la excepcionalidad en esa serie de tropiezos electorales se dio justamente cuando CFK sorprendió con una jugada diferente, que nadie imaginaba dentro de su repertorio de posibilidades. La constitución del FdT amplió la base de representación política a partir de aceptar que era necesario incorporar otras miradas, otros perfiles, que rompieran el techo del núcleo duro propio. La jugada política de esta semana, a poco más de dos años de aquella otra movida que demostró ser magistral, no fue en la misma línea, y si la apuesta es por recuperar los votos que se perdieron entre 2019 y 2021 es válido el interrogante sobre cuánto suma y cuánto resta en ese sentido.

NOVIEMBRE A LA VUELTA DE LA ESQUINA: ¿GANÓ ALGUIEN O PERDIERON TODOS?

El ¿final? de la novela tuvo sabor a poco y no invita a desear una nueva temporada. CFK puede anotarse haber acelerado los cambios que pretendía, y haber marcado la cancha en cuanto al rumbo económico: si de acá en adelante el Gobierno no ejecuta al menos lo presupuestado, tendrá un problema político importante. Además, sostuvo a su principal alfil del gabinete, Eduardo Wado de Pedro, el primero de los díscolos, lo cual lo vuelve simbólicamente algo todavía  más fuerte. La otra cara de la moneda es haber llevado el nivel de tensión a un punto que la pone en riesgo de quedar más aislada y con menos capacidad de maniobra al interior del frente.

En unas horas, obligó al Presidente acorralado a recaudar apoyos públicos de gobernadores, intendentes, la CGT, los movimientos sociales de mayor peso y hasta sectores del empresariado. De máxima, si el albertismo se resistió varias veces a nacer, CFK puede haber sido su partera menos pensada. De mínima, el fuego amigo que la quisiera más afuera que adentro tuvo una primera experiencia de abroquelarse, y nada menos que en respaldo de la máxima autoridad del país. Y no quedó solo en el gesto. Manzur, de profundísima enemistad con CFK, será seguramente una expresión muy distinta de esa tendencia en la Jefatura de Gabinete de la que podía ser Santiago Cafiero.

Alberto Fernández, por su parte, se paró desde un lugar en el que no había estado aún. Enfrentó el cuestionamiento de CFK y se tomó su tiempo para construir una respuesta que le permitiera sostener una unidad sin la cual la gobernabilidad sería una utopía, pero que al mismo tiempo no significara una aceptación total al planteo. Se rodeó de un gabinete más duro, que podrá ensanchar su espalda tanto hacia adentro como hacia afuera, y articuló una serie de apoyos que podrá utilizar como cartas propias en discusiones futuras.

 

Pero no fue gratis. La decisión de entregar a Santiago Cafiero, su intocable a quien había resistido a capa y espada cuando el kirchnerismo y Massa lo querían de candidato, sin dudas lo debilita ante la opinión pública. Más aún cuando no le aceptó la renuncia a Wado de Pedro. Conservó a su equipo de gestión económica, pero con la agenda marcada por CFK su margen de maniobra quedó mucho más acotado a responder al planteo de la Vicepresidenta o enfrentar nuevos cuestionamientos que difícilmente sean puertas adentro, una vez que ya se sacaron todos los trapitos al sol.

En este contexto, la incógnita es cómo el Frente de Todos sale ganador, en algún aspecto, de la crisis. Si el cuestionamiento de CFK acelera respuestas económicas, ¿alcanzarán para matizar en menos de 60 días cuatro años consecutivos de caída del salario real frente a la inflación? Si el nuevo gabinete despliega un volumen político de mayor envergadura, ¿tiene tiempo de cara a las generales como para lograr algún impacto significativo que cambie la imagen del Gobierno y se traduzca en votos?

Los interrogantes también pueden plantearse a la inversa. Si mejores respuestas económicas y políticas llegan a partir del accidentado “relanzamiento” del Gobierno, ¿serán del peso suficientemente como para hacer olvidar este nuevo escándalo del oficialismo, o al menos para hacer sentir que valió la pena? Si la urgencia por cuestionar el gradualismo de las respuestas del Presidente a los resultados de las PASO tuvo que ver con recuperar votos en noviembre, la semana de la furia ¿suma más con los cambios que logró de lo que resta con la tensión provocada y la imagen que queda del oficialismo?

 

La dinámica desquiciante de la política argentina y, sobre todo, la experiencia y la enormidad política de quien empujó esta situación, Cristina Kirchner, vuelven en extremo riesgosa y hasta irrespetuosa la asunción indeclinable de una respuesta cerrada a esos interrogantes. Si el Gobierno aceita la máquina y, de mínima, acorta significativamente la distancia en noviembre, no sería la primera vez en que muchos directores técnicos de sillón deban tragarse sus intentos de jubilar a uno de los cuadros políticos de mayor dimensión de la historia argentina.

Por otro lado, el Gobierno aún lamenta la foto de Olivos, que luego de algunas semanas se planteaba no tendría mayor impacto en los resultados electorales y hoy ya acuñó la frase, en el propio seno del oficialismo, “foto mató plan de vacunación”. Aquel escándalo estalló a un mes de las PASO. A dos meses de las generales, nadie puede afirmar hoy con más certezas que especulaciones que la crisis de esta semana termine siendo recordada como el punto de inflexión que torció el rumbo de un Gobierno que se alejaba de las demandas de la sociedad, o como un nuevo episodio que, como la foto de Olivos, profundice ese distanciamiento. Dependerá absolutamente de cómo los distintos actores del oficialismo tramiten el nuevo equilibrio construido, y de cómo lo operativicen en respuestas concretas. Para bien o para mal, el lunes jurarán de los nuevos Ministros y comenzará un nuevo episodio. La compleja situación del país amerita que no defraude.

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