Los fanáticos, una vez más, intentan tomar el control de la Argentina

Los fanáticos, una vez más, intentan tomar el control de la Argentina

Por: Ernesto Tenembaum. ¿Cuántas veces puede un país repetir la misma historia? ¿Está condenado, como las personas, a revivir, una y otra vez, de manera diferente pero similar, sus traumas no elaborados? Esas preguntas, que han desvelado a lo largo de las décadas a los filósofos de la historia, tendrán algún tipo de respuesta, respecto de la Argentina, en los próximos días.

Como se sabe, mañana arranca un nuevo paro agropecuario contra un gobierno peronista. Ese solo detalle es muy tentador para comparar lo que está por pasar con la crisis que enfrentó al gobierno de Cristina Kirchner y al sector agropecuario en el año 2008. Hay motivos para pensar que las situaciones son bien distintas, si no fuera por esa curiosa capacidad de ciertas sociedad, entre ellas la nuestra, de tropezar mil veces con la misma piedra.

Las diferencias son sensibles para cualquier observador sagaz. En principio, lo que distinguía aquella protesta de otras era el corte de rutas. Ha habido muchos paros rurales. Pero lo que transformó aquella pelea en algo muy diferente fue el intento de desabastecer las ciudades: un intento que, felizmente, fracasó. Lo que arranca mañana es un paro de cuatro días sin cortes, lo que, si las percepciones fueran racionales, le quita dramatismo al tema, aun cuando la medida contenga un componente realmente desproporcionado: se le busque el punto por donde se le busque, los que paran siguen siendo privilegiados en este país.

El enfoque del Gobierno también es distinto. En aquel entonces, se aplicaron retenciones altísimas a todo el sector agropecuario. Ahora, las retenciones suben solo 3% para los productores más ricos de un solo producto: la soja. La medida, además, se toma en un contexto donde se han aplicado otros impuestos a quienes veranean en el exterior, compran divisas, poseen patrimonios altos y, al mismo tiempo, se han desindexado jubilaciones y salarios. Esto quiere decir que no obedecen a un ensañamiento ideológico con un sector determinado, sino a una expresión más de un esfuerzo general.

Mañana comienza un paro contra el Gobierno por las retenciones a las soja

Además, el discurso presidencial -que destaca el rol del campo como un socio estratégico- es distinto al de la presidenta de entonces, que denunciaba la existencia de piquetes de la abundancia, generales multimediáticos golpistas, caricaturistas cuasimafiosos y grupos de tareas de la dictadura. Todo este repertorio podría embellecer el debate público nuevamente, pero nada de eso ocurrió en el momento de escribir estas líneas.

Sin embargo, la dinámica que ya está lanzada representa una amenaza de que todo vuelva a escalar hacia la locura del 2008. “Agrogarcas”, “vagos”, “parásitos” y “tenemos que pasarlos por encima” son algunos de los adjetivos y amenazas que dirigentes de cierta relevancia empiezan a desparramar. Alguna gente, de un lado o del otro, espera esa escalada con ansiedad. Una gestión adecuada del conflicto -a ambos lados del mismo- permitirá que la sangre no llegue al río. Pero en los próximos días, los gritos e insultos de los fanáticos, sonarán más fuerte, como siempre, que las gestiones de los negociadores.

Alberto Fernández tiene una ventaja y una desventaja frente a aquella Cristina Kirchner del 2008. La ventaja es que, por su su tendencia natural a la negociación, difícilmente aporte tanto como hizo Cristina a la escalada del conflicto.

Cristina -y Nestor Kirchner- en aquel momento tomaron una medida equivocada, por la cual despidieron al ministro de Economía. Sin embargo, decidieron defenderla a todo o nada. ¿Por qué alguien defendería a suerte y verdad una medida equivocada? En ese conflicto, se pelearon con medios de comunicación, periodistas, y luego con jueces de todo tipo. Perdieron al vicepresidente, al jefe de Gabinete, a un tercio del peronismo. Y fueron derrotados en el Congreso: todo eso por una medida que, años después, la misma Cristina reconocería como un error. Allí fue donde nació el triunfo de Mauricio Macri en 2015: lo creó Cristina en el 2008 y, desde entonces, no paró de alimentarlo. Gran parte del Frente de Todos, incluso muchos de los que acompañaron siempre a Cristina, tiene grabada a fuego aquella lección.

Julio Cobos y Cristina Kirchner (NA)

Pareciera que el actual Presidente no repetirá esa historia. Tiene un punto de vista distinto, y es de los disidentes de aquellos tiempos. Se verá si del otro lado tiene interlocutores: la extensión del paro anunciado parece arrojar algunas dudas sobre el punto.

La desventaja de Alberto Fernández es que, a diferencia de Cristina, por momentos parece un presidente cercado, y que su vicepresidenta parece participar activamente de la construcción de ese cerco. El Presidente enfrenta un momento complejísimo: la recesión no cede, el riesgo país vuela por el aire, se avecinan los momentos más tensos y definitorios de la negociación con los acreedores privados.

En ese contexto, sería razonable que la tropa propia estuviera alineada. Sin embargo, con el aval explícito de CFK, sus seguidores se esfuerzan por plantearle desafíos y agendas alternativas al gobierno nacional. Un ejemplo de ello ocurrió el jueves. En el mismo momento en que la Unidad de Investigaciones Financieras reclamaba 9 años de prisión contra Lázaro Báez por lavar 60 millones de pesos de la obra pública, Cristina Kirchner emitía un comunicado donde, por primera vez, defendía a Báez y lo ubicaba como una víctima más de esa coartada llamada lawfare.

Que Cristina defienda a Báez -o a Ricardo Jaime, como también lo hizo esta semana- es casi una confesión de parte, pero genera además efectos políticos fuertes, porque en ese contexto las bravuconadas de Julio De Vido contra el presidente por no defender a personajes de esa calaña toman otra dimensión. Pero además, mientras desde la Casa Rosada se proponía una reforma judicial moderada, las personas de confianza de la vicepresidenta desparramaban insultos impresionantes contra todos los jueces. “Sarnosos”, los definió Oscar Parrilli, secretario privado de CFK. “Orangutanes”, los calificó Florencia Kirchner, su hija. Dirigentes cercanos al Presidente, como Vilma Ibarra y Gabriel Katopodis, repudiaron el escrache a Mauricio Macri. Ningún cristinista lo hizo.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner en la apertura de sesiones ordinarias (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

El lawfare es un neologismo que, en general, se refiere a cualquier utilización de la Justicia como un arma para perseguir disidentes. En la variante que aplica CFK incluye la idea de que cualquier funcionario kirchnerista, haya hecho lo que haya hecho, es esencialmente honesto por haber sido kirchnerista, y cualquier información, certera o no, o condena, justa o no, es una persecución ideada desde los Estados Unidos. El lawfare incluye además una agenda con pasos evidentes: liberar a los detenidos es el primero, perseguir a quienes pusieron en marcha la persecución -jueces y periodistas señalados desde el Instituto Patria- es el segundo. ¿Tiene algo que ver eso con la agenda del consenso y la antigrieta que defendió dos veces el Presidente en el Congreso? Hay dos agendas en pugna. ¿Es un actitud leal que la vicepresidenta sea la artífice de aquella que compite con las ideas de su Presidente? ¿Dónde termina todo esto?

Desde el 10 de diciembre, no hubo un solo gesto público de CFK en respaldo a su Presidente. Se la vio irritada en el acto de asunción, esa tarde le reclamó en Plaza de Mayo que se preocupe más del pueblo que de la tapa de los diarios, cuestionó en público y privado la política exterior, no contuvo a los dirigentes suyos que intentaron acusarlo por tener presos políticos, volvió a mostrarse irritada en el inicio de las sesiones ordinarias, tampoco intervino ante los desafíos al Presidente por parte de Sergio Berni o de Julio De Vido, impone en la agenda todo el tiempo obsesiones propias como el lawfare o la intervención del Poder judicial de Jujuy, en momentos en que las prioridades sociales son realmente otras.

En la guerrita que imaginan los fanáticos, hay dos contendientes. De un lado, hay millonarios que defienden a Lázaro Báez: difícilmente sea creíble esa gente cuando tenga que argumentar que quieren cobrar impuestos mientras protegen a lavadores de dinero. Del otro, productores muy poderosos en un país con 40 por ciento de pobres.

Alberto Fernández enfrenta el desafío de evitar la escalada entre fanáticos propios y ajenos.

Sordos ruidos oír se dejan.

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