El estrecho desfiladero hacia una salida gradual

El estrecho desfiladero hacia una salida gradual

En otra jornada en la que el dólar blue alcanzó un máximo histórico, esta vez llegando a los 180 pesos, ampliando la brecha con el oficial a más del 115%, el gobierno anunció nuevas medidas orientadas a por lo menos contener una dinámica que ya empieza a tener impactos visibles en la economía. Rumbeadas en un sentido lógico y razonable, la pregunta que impera es si, llegado a este punto, hay todavía condiciones para encarar una amortización gradual de los gastos extraordinarios que supuso este año de pandemia.

 

Básicamente, lo anunciado oficializa lo que el ministro Guzmán había adelantado el viernes en el coloquio de IDEA, y es la flexibilización del mercado del dólar bolsa, a través del cual privados pueden dolarizarse comprando en pesos bonos que también cotizan en la divisa norteamericana, a un valor de conversión que por supuesto es mayor al oficial. Si bien se trata de una operatoria entre particulares que no afecta las reservas del BCRA de manera directa, junto con el súper cepo se implementaron medidas para su restricción, en orden de limitar que se impusiera como valor de referencia alternativo. El efecto previsible fue la reducción del volumen de este mercado, lo que en momentos de estrés e incertidumbre como el que estamos atravesando solo logra que el salto en su cotización sea más abrupto y vertiginoso, ampliando la brecha e impulsando al blue.

Para resolver este daño auto afligido, la Comisión Nacional de Valores redujo el “parking” (esto es, la obligación de mantener la tenencia de los bonos) de cinco a tres días, y el Banco Central derogó la prohibición para que no residentes puedan realizar operaciones de dólar bolsa. Adicionalmente, se anunció la licitación de un nuevo instrumento de deuda en dólares, retomando así el cronograma pautado para darle salida a los inversores extranjeros atrapados en pesos, que contribuyen a poner presión sobre el tipo de cambio.

Tal vez más importante que las medidas anunciadas haya sido el formato que el gobierno eligió para darlas a conocer, colocando todo el peso de las definiciones en la figura de Martín Guzmán. Fue el Ministerio de Economía el que compendió todos los anuncios, en una gacetilla de prensa que incluyó una nada sutil crítica a las regulaciones implementadas por el BCRA sobre el mercado bursátil, a las que el comunicado atribuye haber ocasionado una volatilidad “dañina para el proceso de formación de expectativas”. Más que un capítulo de una interna en curso, que era lo que venía ocurriendo, parece tratarse de un gesto deliberado que funge de autocrítica de lo hecho hasta el momento, a la vez que intenta convencer de que las decisiones ahora están basadas en otros criterios y tienen un responsable diferente.

En ese mismo sentido, el otro anuncio de relevancia fue también realizado por Guzmán en las postrimerías de la semana pasada, y se trata del inminente envío de un Proyecto de Ley para incentivar el ahorro en pesos. La propuesta es tan racional como poco ambiciosa, y apunta a corregir una distorsión existente en el actual esquema impositivo, que exime de impuestos a determinados instrumentos de inversión al mismo tiempo que sigue gravando a otros, como los plazos fijos indexados. La ampliación de las exenciones a estos mecanismos de ahorro en moneda local vendrá acompañada con una cláusula “antielusión” que obligará, para acceder al beneficio, a mantener las inversiones por un determinado tiempo, lo que probablemente tenga como efecto inmediato que no veremos el habitual raid navideño en el mercado de bonos.

Pasando en limpio, las medidas profundizan el giro inaugurado a principios de mes con la reducción temporal de retenciones y procuran componer el mal paso dado tras el reforzamiento del cepo, que implicó no sólo el reconocimiento de la crisis cambiaria sino también su agravamiento. La lógica que las respalda es difícil de apelar: se trata de ampliar la oferta de dólares y aumentar la demanda de pesos, es decir, incentivar a los que tienen divisas a ofrecerlas y a los que tienen pesos a conservarlos. Un sendero mucho más racional que la postura defensivista de restringir la huida hacia el dólar. El problema, entonces, no parece ser de orientación sino más bien de grado.

En efecto, el riesgo principal es que este gradualismo el mercado lo reciba como demasiado poco, demasiado tarde, y se perciba más como una última oportunidad para escapar de una devaluación inminente que como medidas consistentes para salir paulatinamente del atolladero cambiario. Es por eso que la determinación y coordinación de las medidas a adoptar juegan un rol de invaluable importancia, a los fines de construir la orientación de un rumbo sólido que permita cambiar expectativas. Ya no hay margen para nuevas idas y vueltas, ni para corregir errores.

Si el gobierno insiste en este camino no es solo por el natural sentido de autopreservación que tiene toda administración. La alternativa de una devaluación abrupta, que desde algunos sectores se presenta como inevitable forma de licuar el excedente de pesos emitidos para sobrellevar la pandemia, no solo implicaría un daño sustancial en la actividad económica, en momentos de extrema sensibilidad del tejido productivo y social. En el actual contexto, no existen garantías de que un shock de este tipo permita corregir los desequilibrios, aunque más no sea de manera dolorosa. Argentina dispone hoy de pocas anclas que aseguren que un escenario así tiene un piso y no desemboca en una espiralización incontrolable.

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